– Amenazándolo con un arma.
– De modo que Blomkvist tenía un arma… Entonces la detención, a pesar de todo, estaba justificada. ¿Y de dónde la sacó?
– No quiere hacer declaraciones al respecto sin hablar antes con un abogado. Pero Paulsson detuvo a Blomkvist cuando intentó entregar el arma a la policía.
– ¿Puedo presentar una propuesta informal? -terció Sonja Modig prudentemente.
Todos la miraron.
– En el transcurso de la investigación he visto a Mikael Blomkvist en varias ocasiones y mi evaluación es que, para ser periodista, se trata de una persona bastante sensata. Supongo que eres tú la que debe tomar la decisión de procesarlo o no… -comentó, mirando a Agneta Jervas, quien asintió con la cabeza-. En ese caso: lo de los insultos y la resistencia no son más que tonterías, así que supongo que eso lo desestimarás automáticamente.
– Es muy probable. Pero lo de la tenencia ilícita de armas es algo más serio.
– Yo propondría que esperaras un poco antes de apretar el gatillo. Blomkvist ha ensamblado sólito todas las piezas de este puzle y nos saca mucha ventaja. Nos resulta de mucha más utilidad llevarnos bien y colaborar con él que incitarlo a que ejecute a todo el cuerpo de policía en los medios de comunicación.
Se calló. Unos segundos después, Marcus Erlander carraspeó. Si Sonja Modig podía dar la cara, él no quería ser menos.
– La verdad es que estoy de acuerdo. Yo también veo a Blomkvist como una persona que tiene la cabeza en su sitio. Y le he pedido perdón por cómo lo trataron anoche. Parece dispuesto a hacer borrón y cuenta nueva.
– Además, es un hombre con principios: ha dado con la vivienda de Lisbeth Salander, pero se niega a decir dónde está. No le da miedo entrar en un debate abierto con la policía… y se encuentra en una posición en la que lo que él diga tendrá el mismo peso en los medios de comunicación que cualquier denuncia de Paulsson.
– Pero ¿se niega a dar información sobre Salander a la policía?
– Dice que le preguntemos directamente a Lisbeth.
– ¿Qué arma es? -inquirió Jervas.
– Una Colt 1911 Government. El número de serie es desconocido. Se la he enviado a los forenses y aún no sabemos si se ha cometido algún crimen con ella en Suecia. En ese caso, evidentemente, el asunto adquiriría un cariz distinto.
Monica Spångberg levantó el bolígrafo.
– Agneta, tú decides si quieres instruir un sumario contra Blomkvist. Te sugiero que esperes al informe forense. Sigamos. Ese tipo, Zalachenko… Vosotros, que venís de Estocolmo: ¿qué nos podéis contar sobre él?
– La verdad es que hasta ayer por la tarde nunca habíamos oído hablar ni de Zalachenko ni de Niedermann -contestó Sonja Modig.
– Yo pensaba que en Estocolmo estabais persiguiendo a una banda satánica de lesbianas -dijo uno de los policías de Gotemburgo.
Algunos de los otros sonrieron. Jerker Holmberg se examinó las uñas. Fue Sonja Modig la que tuvo que hacerse cargo de la pregunta.
– Que esto no salga de aquí, pero supongo que puedo revelar que también nosotros tenemos a nuestro propio «Thomas Paulsson» en la brigada; lo de la banda satánica de lesbianas es más bien una pista paralela que salió de él.
Acto seguido, Sonja Modig y Jerker Holmberg dedicaron más de media hora a dar cuenta de todo lo que había ido surgiendo en la investigación.
Cuando terminaron, un prolongado silencio invadió la mesa.
– Si lo de Gunnar Björck es cierto, menuda le espera a la Säpo -acabó sentenciando el jefe adjunto de la brigada de delitos violentos.
Todos asintieron. Agneta Jervas levantó la mano.
– Si lo he entendido bien, vuestras sospechas se basan, en gran medida, en suposiciones e indicios. Como fiscal, me preocupa un poco la ausencia de pruebas concretas.
– Somos conscientes de eso -respondió Jerker Holmberg-. En líneas generales creemos saber qué ocurrió, pero nos quedan bastantes dudas por aclarar.
– Tengo entendido que andáis ocupados excavando en las afueras de Södertälje -dijo Spångberg-. En realidad, ¿de cuántos asesinatos estamos hablando en toda esta historia?
Jerker Holmberg parpadeó dando muestras de cansancio.
– Empezamos con tres asesinatos en Estocolmo; son los crímenes por los que buscábamos a Lisbeth Salander: el abogado Bjurman, el periodista Dag Svensson y la doctoranda Mia Bergman. Por lo que respecta a las inmediaciones del almacén de Nykvarn, ya hemos encontrado tres tumbas. Hemos identificado a un conocido camello y ladrón que apareció descuartizado en una de ellas. En otra hemos hallado a una mujer que aún no ha sido identificada. Y todavía no nos ha dado tiempo a excavar la tercera. Al parecer, es la más antigua. Además, Mikael Blomkvist ha vinculado todo esto con el crimen de una prostituta cometido en Södertälje hace ya algunos meses.
– Así que con el del agente Gunnar Andersson en Gosseberga ya van, por lo menos, ocho asesinatos… Es una cifra aterradora. ¿Hemos de creer que ese Niedermann es el autor de todos ellos? Quiero decir: ¿estaríamos hablando de un auténtico loco y asesino en masa?
Sonja Modig y Jerker Holmberg se intercambiaron las miradas. Ahora la cuestión era saber hasta dónde estaban dispuestos a llegar en sus afirmaciones. Al final, Sonja Modig tomó la palabra:
– Aunque carecemos de pruebas reales y concretas, la verdad es que mi jefe (o sea, el inspector Jan Bublanski) y yo nos inclinamos a creer que Blomkvist tiene razón al afirmar que los tres primeros asesinatos fueron perpetrados por Niedermann. Eso significaría que Salander es inocente. En cuanto a las tumbas de Nykvarn, Niedermann está relacionado con el lugar a consecuencia del secuestro de la amiga de Salander, Miriam Wu. No cabe duda de que ella estaba en la lista y de que había una cuarta tumba esperándola. Pero el almacén en cuestión es propiedad de un familiar del líder de Svavelsjö MC, y mientras ni siquiera hayamos podido identificar los restos las conclusiones tendrán que esperar.
– Ese ladrón al que habéis identificado…
– Kenneth Gustafsson, cuarenta y cuatro años, un conocido camello y una persona ya conflictiva desde su adolescencia. A bote pronto, yo diría que se trata de algún tipo de ajuste de cuentas interno. Svavelsjö MC está relacionado con toda clase de actividades delictivas, entre otras, la distribución de metanfetamina. Vamos, que bien podría ser un cementerio en medio del bosque para todo aquel que haya acabado mal con Svavelsjö MC. Pero…
– ¿Qué?
– La prostituta que fue asesinada en Södertälje… se llamaba Irina Petrova y tenía veintidós años.
– Ya.
– La autopsia reveló que la sometieron a un maltrato sumamente brutal, y los daños que presentaba eran similares a los que tendría alguien que hubiera sido golpeado con un bate de béisbol o algo parecido. Pero las lesiones resultaban ambiguas y el forense no pudo determinar qué tipo de herramienta es el que se podría haber usado. La verdad es que Blomkvist hizo una observación bastante aguda: los daños sufridos por Irina Petrova se podrían haber infligido perfectamente con las manos…
– ¿Niedermann?
– Es una suposición razonable. Pero seguimos sin tener pruebas.
– ¿Y por dónde vamos a continuar? -preguntó Spångberg.
– Debo hablar con Bublanski, pero el siguiente paso lógico sería interrogar a Zalachenko. Por lo que a nosotros respecta, nos interesa averiguar qué sabe él sobre los asesinatos de Estocolmo, aunque imagino que, en vuestro caso, se trata de coger a Niedermann.
Uno de los inspectores de delitos violentos de Gotemburgo levantó un dedo.
– ¿Puedo preguntar… qué es lo que se ha encontrado en esa granja de Gosseberga?
– Muy poca cosa. Hemos dado con cuatro armas de fuego: una Sig Sauer que estaba desmontada y a medio engrasar en la mesa de la cocina; una P-83 Wanad polaca en el suelo, junto al banco de la cocina; una Colt 1911 Government, la pistola que Blomkvist le intentó entregar a Paulsson, y, por último, una Browning del calibre 22, un arma que, dentro de ese conjunto, habrá que considerar más bien como una pistola de juguete. Sospechamos que se trata del arma con la que dispararon a Lisbeth Salander, ya que ella sigue viva con una bala en el cerebro.