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Buenas noches, Theresa.

Qué sorpresa. El desaparecido…

Cuidado con lo que dices, querida. Esa forma de hablar puede llevarme a interpretar que me has echado de menos.

Interprétalo, si quieres. No voy a impedirlo.

Vaya. No sé cómo debo tomarme eso. Pero si por cualquier razón mi presencia te resulta inoportuna, por favor házmelo saber.

Lo haré, no lo dudes. Por ahora no es el caso. De hecho, me alegra verte. Dejamos una charla a medias. ¿Recuerdas?

Vagamente… Mi memoria guarda demasiado material, no te ofendas si algunavez no está a la altura de las circunstancias.

Ya veo. ¿Qué tal la semana? ¿Atareado?

No más de lo habitual. Siempre hay cosas que hacer, a menudo son más de las que a uno le gustaría y casi nunca las que a uno le apetecen, pero no puedo disculpar mi ausencia por mis tareas. Sencillamente me mantuve alejado de esto. La constancia no es mi virtud.

Supongo que es inútil que te pregunte a qué te dedicas.

Bueno, a efectos de saberlo, me temo que sí. Pero acaso mi negativa a decírtelo te sirva de algo. Por ejemplo, para tomar tus precauciones. Lo entendería. La gente que oculta lo que hace resulta sospechosa.

¿Ah, sí? ¿Debo entender que te dedicas a algo ilegal?

Ahora mismo no. Al menos conforme a las leyes del país donde vivo.

Menos mal. Eso me tranquiliza. No sé si te interesa, pero yo no tengo ningún inconveniente en decirte a qué me dedico.

Si mi torpe memoria no me engaña eras historiadora, ¿no?

No. Eso es lo que estudié. Ahora trabajo en una librería. De hecho vengo a ser la propietaria. O casi. El negocio pertenece al hombre con el que me casé y lo atendemos juntos.

Librera. Un oficio romántico.

No en mi caso, para qué engañarte. Lo que vendo sobre todo son bestsellers anglosajones, alemanes y nórdicos de temporada. La librería está en una zona turística, los clientes son los europeos del norte que vienen a estas islas a tomar el sol. Además de otras cosas, claro…

Ya imagino. No quiero dar la sensación de dejarme llevar por los prejuicios, y menos por los que son corrientes entre mis compatriotas frente al extranjero, pero no habría dicho que esa gente leyera mucho.

Cada vez menos, es verdad. Pero no pueden estar bebiendo todo el rato, y la playa, después de los dos primeros días, se acaba haciendo aburrida. El negocio no termina de hundirse.

Lo celebro. Así que has salido de una isla para meterte en otra.

Sí.

¿Contenta con el cambio?

En ésta hace menos frío y hay más luz. Por lo demás resulta un lugar perfectamente absurdo, al menos la parte donde yo vivo. Una burbuja artificial de diversión, donde todo el mundo está de paso y vive el instante como si el mañana no existiera.

Así descrito, suena pavoroso.

A mí me va bien. Es como no estar en ninguna parte. Y puedo atestiguar que hay sensaciones mucho peores que ésa.

Por ejemplo, la de estar donde no debes. O donde no quieres.

Por ejemplo, señor Inquisidor. A propósito. Me veo en la obligación de advertirle que en estos días no me he quedado de brazos cruzados. Respecto de nuestra historia, quiero decir.

Nuestra historia…

Sí, nuestra historia. La de Teresa. Y de paso la tuya.

No recuerdo que llegara a compartirla contigo, mi historia. Pero ¿se puede saber qué es lo que has hecho al respecto en estos días?

No sé que impresión te has formado de mí, pero yo no soy de las que se resignan a no saber. Me preparé duramente durante años para lo contrario. Y aunque no me sirva para ganarme la vida, me ha permitido averiguar por mi cuenta lo que no tuviste el detalle de contarme la última vez que conversamos. Por cierto, que hiciste bien interrumpiendo esa novela. Creo que en ella proyectabas una imagen de Teresa que no le hace justicia.

Bueno, bueno. Así que me ha salido una crítica. ¿Me lo vas a explicar?

Explícame tú antes qué razones tienes para afirmar que la absolución de Teresa y de sus compañeras fue indebida.

¿He dicho yo eso alguna vez?

Dijiste que no era inocente.

Hay un matiz. Yo nunca he dicho que viera justificado el que se le impusiera castigo alguno. Yo no castigaría a nadie por creer esto o lo de más allá. Tampoco por tratar de darse importancia y disfrutar con ello. Y mucho menos por restregarse o dejar que se le restrieguen.

Yo creo que Teresa es sincera. Que fue víctima de la maledicencia de quienes no la querían bien en su comunidad. Y quizá de su excesivo candor a la hora de relacionarse con el confesor.

A eso le llamo yo fe…

He leído su memorial, Inquisidor…

No esperaba menos de ti, Theresa. Te he dado siete días para que lo encontraras. Con mayor motivo afirmo, sabiendo que has leído su memorial, que tu fe en nuestra irreductible monja resulta admirable.

No me voy a conformar con ironías. Dame argumentos.

Oh, oh. Veo que la noble Teresa no está sola frente a los hombres malos. Ahora tiene una defensora dura de pelar.

Pues no me lo pongas fácil…

Verás… Hay algún punto en el que no vas del todo descaminada. Quizá sea interesante, de todos modos, analizar antes el contexto del proceso, profundizar un poco en quién era Teresa Valle de la Cerda y cómo llegó a ser la priora del convento de la Encarnación. Imagino que habrás hecho los deberes, así que quizá quieras contármelo tú…

No, no. Siempre prefiero escuchar a quien sabe más que yo.

Si fuera malpensado diría que no has hecho los deberes… Pero no creo, eres una chica aplicada. Está bien. Hay varios detalles que conviene anotar. En primer lugar, Teresa Valle no sólo era noble, sino que estaba muy bien relacionada. Para la fundación del convento contó con la financiación de don Jerónimo de Villanueva, protonotario de la Corona de Aragón y secretario del Conde Duque de Olivares, a la sazón el hombre que dirigía los destinos de España. Teresa era hermana de Pedro Valle, cuñado del protonotario, y según se decía, había tenido relaciones con éste antes de tomar los hábitos. Villanueva era un tipo controvertido y oscuro: soltero, intrigante, aficionado a la astrología… Pero por aquellos años tenía demasiado poder como para que sus enemigos pudiesen derribarlo. El convento que había fundado, y las monjas que en él profesaron, jovencitas de alta cuna en su mayoría, resultaron ser su flanco débil.

Nada de eso acredita la culpabilidad de Teresa, respecto de los cargos que contra ella formularon los inquisidores.

Desde luego. Sólo nos permite sospechar que no siempre anduvo en las mejores compañías, y que era alguien a quien no repugnaba precisamente arrimarse a los que mandaban. También explica que hubiera quien quisiera presentarla, una vez que estalló el escándalo, a la peor luz posible, porque era una forma indirecta de golpear al intocable protonotario, a través del único poder que podía desafiar el suyo: el del Santo Oficio.

Eso es justamente lo que digo yo. Que la calumniaron.

Sin duda, en más de un aspecto. A raíz del proceso, por la Corte llegaron a circular toda clase de bulos, como que el Conde Duque entraba a escondidas en el convento para realizar allí actos carnales sacrílegos, con la aquiescencia de la priora. El valido había sido en tiempos tan vicioso como para eso y mucho más, pero en los años de que hablamos, fines de la década de 1620, ya había caído en la depresión que le produjo la muerte de su hija, tras la que se entregó a una especie de ascetismo que no dejaba espacio para otro deseo que el de hacerle a su esposa un heredero varón. El chisme parece pues poco verosímil, y más creíble lo que cuenta Teresa en su memorial: que el Conde Duque acudía al convento con el propósito de pedirles a las monjas que rezaran para que Dios le diese descendencia.

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