– Bueno, sí, claro. Continúa.
– Sí, señor. A dos días de marcha de Calleva encontramos los restos de una aldea, Reconocí el terreno a conciencia antes de acercarnos. Era tal como ha dicho el rey Verica, no quedaba nada con vida, ni un solo edificio en pie. Sólo que no encontramos más que un puñado de cadáveres, todos ellos de hombres, señor.
– Debieron de hacer prisioneros a los demás.
– Eso es lo que pensé, señor. Había un poco de nieve en el suelo y pudimos seguirles el rastro fácilmente. -Albino hizo una pausa para mirar directamente al legado-. No tenía intención de cometer ninguna estupidez, señor. Sólo quería ver de dónde habían venido y luego regresar para informar.
– Está bien.
– Así pues seguimos las huellas durante otro día más hasta que justo antes de anochecer divisamos un poco de humo que se alzaba al otro lado de una pequeña cresta. Pensé que tal vez se tratara de otro pueblo que estaba siendo saqueado. Subimos lentamente por la ladera, en silencio, y luego ordené a los hombres que se quedaran atrás mientras yo seguía adelante solo. Al principio oí gritos de mujeres y niños, luego pude escuchar el sonido del mismísimo fuego a no demasiada distancia al otro lado de la cima de la colina. Ya estaba bien entrado el anochecer cuando hube avanzado lo suficiente para ver lo que ocurría. -Se detuvo, no del todo seguro de cómo continuar bajo el escrutinio de su superior, y le echó una rápida mirada a Verica, que había dejado de beber y observaba al centurión con una temerosa expresión en el rostro, aun cuando ya había oído la historia.
– ¡Bueno, suéltalo ya, hombre! -ordenó Vespasiano, que no estaba de humor para dramatismos.
– Sí, señor. Los Druidas habían construido un enorme hombre de mimbre, hecho con flexibles tallos retorcidos y ramas entrelazadas. Era hueco y habían llevado a su interior a las mujeres y los niños. Cuando vi lo que estaba ocurriendo ya estaba completamente en llamas. Algunas de las personas que estaban dentro aún gritaban. Aunque no por mucho tiempo… -Frunció los labios y bajó la mirada un momento-. Los Druidas se quedaron mirando un rato más, luego montaron, se alejaron al galope y se perdieron en la noche. Llevaban unas túnicas negras, como si fueran sombras. De modo que me reuní con mis hombres y volví directamente a Calleva para informar.
– Esos Druidas. ¿Dices que iban vestidos de negro?
– Sí, señor. -¿Portaban algún otro rasgo distintivo, alguna insignia?
– Estaba oscureciendo, señor.
– Pero había fuego.
– Lo sé, señor. Lo estaba mirando…
– Está bien. -Vespasiano podía comprenderlo, pero era decepcionante que un centurión veterano pudiera desviar la atención de los detalles importantes con tanta facilidad. Se volvió hacia Verica-. He leído cosas sobre los sacrificios humanos de los Druidas, pero en este caso debe de tratarse de algo más. ¿Una muestra del destino que les espera a aquellos que se pongan de parte de Roma, quizá?
– Quizá -Verica asintió con la cabeza-. Casi todas las sectas Druidas se han pasado al bando de Carataco. Y ahora, al parecer, incluso la Logia de la Luna Oscura.
– ¿La Luna Oscura? -Vespasiano frunció el ceño un instante antes de que el recuerdo de los barracones de prisioneros en las afueras de Camuloduno formara una vívida imagen en su mente-. Esos Druidas llevan una media luna oscura en la frente, ¿verdad? Una especie de tatuaje. Una luna negra.
– ¿Los conoces? -Verica arqueó las cejas. -Me topé con algunos de ellos. -Vespasiano sonrió-. Invitados del general Plautio. Los hicimos prisioneros después de derrotar a Carataco en los alrededores de Camuloduno. Ahora que lo pienso, fueron los únicos Druidas que apresamos. Los demás estaban todos muertos, la mayoría habían puesto fin a sus vidas con sus propias manos.
– No me sorprende. Vosotros los Romanos no sois precisamente famosos por vuestra tolerancia con los Druidas -respondió Verica.
– Depende de quién sea emperador en ese momento -replicó Vespasiano con irritación-. Pero si los Druidas prefieren morir antes que ser capturados, ¿por qué los de la Luna Oscura dejaron que los hiciéramos prisioneros?
– Creen que son los elegidos. No se les permite acabar con sus propias vidas. Son los siervos de Cruach, el que trae la noche. Con el tiempo, según cuenta la leyenda, resurgirá, romperá el día en mil pedazos y dominará un mundo de noche y sombras para siempre.
– Suena horrible. -Vespasiano esbozó una sonrisa-. No puedo decir que me gustase conocer a este tal Cruach.
– Sus siervos ya son bastante terribles, por lo que Albino ha descubierto.
– Ya lo creo. Me pregunto por qué las tribus de la isla los toleran.
– Por miedo -admitió Verica sin reparos-. Si Cruach viene algún día, el sufrimiento de los que le rinden culto no será nada comparado con los tormentos eternos de los que han insultado a sus siervos y minusvalorado su nombre.
– Entiendo. ¿Y usted qué lugar ocupa en todo esto?
– Yo creo lo que mi gente considera importante que crea.
Así que ofrezco mis plegarias a Cruach, junto con los demás dioses, cada vez que tengo que hacerlo. Pero sus sacerdotes, esos Druidas, son harina de otro costal. Mientras sigan atacando mis aldeas y masacrando a mi gente puedo tratarlos de extremistas. Unos fanáticos pervertidos que adoran al más terrible de nuestros dioses. Dudo que a muchos atrebates, o cualquier otra tribu, les conmueva la implacable supresión de esta logia de Druidas en concreto. -Apartó la mirada de Vespasiano y la dirigió al corazón del resplandeciente fuego-. Espero que Roma se ocupe de ello lo más pronto posible.
– No tengo órdenes explícitas respecto a los Druidas -replicó Vespasiano-. Pero el general ha dejado claro que quiere asegurar vuestro territorio antes de que empiece la campaña en primavera. Si ello significa lidiar con esos Druidas de la Luna Oscura, entonces nuestros intereses coinciden.
– Bien. -Verica se puso de pie con cuidado y, cortésmente, los Romanos se alzaron de sus asientos-. Bueno, estoy cansado y voy a volver a Calleva con mis hombres. Supongo que querrá hablar un momento con el centurión.
– Sí, señor. Si no es un problema. -En absoluto. Hasta luego entonces, Albino. -Sí, señor. -El centurión saludó al tiempo que Vespasiano acompañaba a su invitado fuera de la tienda, respondiendo a la despedida del rey Britano con la mayor muestra posible de respetuosa formalidad. Luego Vespasiano regresó y lanzó una mirada de resentimiento a la jarra vacía que había sobre la mesa antes de hacerle señas al centurión para que volviera a sentarse en la silla.
– Entiendo que Verica considera la reanudación de su reinado una especie de desafío.
– Supongo que sí, señor. No hemos tenido demasiados problemas con los atrebates. Parecen más huraños que rebeldes. Los catuvelanio fueron unos señores bastante duros. El cambio de monarca tal vez no haya mejorado mucho las cosas, pero tampoco las ha empeorado.
– Espera a que conozcan a algunos agentes catastrales Romanos -dijo Vespasiano entre dientes.
– Bueno, sí, señor. -El centurión se encogió de hombros; los expolios que llevaba a cabo la burocracia civil tras el paso de las legiones no eran de su incumbencia-. De todos modos, Calleva y sus alrededores se han pacificado. Tengo a dos centurias patrullando la zona continuamente. Una tercera está realizando un rastreo más amplio por los pueblos que lindan con los Durotriges.
– ¿Alguna patrulla se ha topado con los Druidas? El centurión negó con la cabeza. -Aparte de la vez que los vi, nunca nos hemos encontrado con ellos, señor. Todo lo que hemos hallado son los restos de las aldeas y los cadáveres. Van a caballo, por supuesto, cosa que nos coloca en inmediata desventaja puesto que no podemos plantearnos una persecución.
– Pues te cederé la mitad de mis fuerzas montadas mientras estemos emplazados cerca de Calleva. El resto lo necesito para realizar mi propio reconocimiento del terreno.