– Cuéntame -pidió Leonor.
– Te voy a contar -la apaciguó Cordelia, pasando un ademán de reina y señora sobre la corte de muebles coloniales que eran testigos mudos de su propio fonógrafo prendido. -Pero no sé cómo. No sé por dónde empezar.
– Ya dijimos que por el principio.
– No, no, no -dijo con vehemencia Cordelia. -Ése es el peor sitio para empezar a contar esta historia. Yo tengo que empezar por el final, porque el final es lo que sigue echando chispas en mi cabeza. ¿Me entiendes?
– Sí -dijo Leonor.
– No me entiendes, pero no importa -subió y bajó su voz, imperativa y condescendiente, Cordelia. -Lo que quiero decir es que todo eso no tiene sentido para mí si no empieza en la rabia que me quedó. Tengo que empezar diciéndote que el culpable de todo es él. Porque él fue quien sedujo y enloqueció a tu tía Mariana. El la metió a su circuito de enfermos mentales a experimentar y hacer locuras; él le dio las razones y las justificaciones para hacer todo lo que hizo. Y luego, él fue quien la abandonó cuando ella más lo necesitaba. O sea, que primero la hizo enamorarse de él, y luego la tiró como un limón chupado. Eso es lo que pasó y el culpable fue él. Mariana no pudo reponerse de eso.
– ¿Pero quién es él? -preguntó Leonor.
– Se llama Carrasco -dijo Cordelia, incendiándose de rabia al pronunciar el nombre. -Lucas Carrasco. Era mayor que Mariana diez años. No parecen muchos años, pero lo son. Las mujeres estamos acostumbradas a enredarnos con hombres mayores y a nadie le parece que diez años sean una gran diferencia entre hombre y mujer. En la adolescencia los hombres son unos idiotas y nosotras ya lo sabemos todo. Pensamos por eso (no sentimos, pensamos) que nos conviene siempre un hombre mayor. Para estar parejos, como si dijéramos. Pero no es así. Acabando la adolescencia, la cosa cambia mucho. Después de la adolescencia, los hombres aprenden un montón de cosas, adquieren un montón de mañas, porque están más expuestos a la vida real, a las jodederas de la vida adulta. Las mujeres, en cambio, nos quedamos en el mundo ese de mierda donde nos hacen estar, en la casa, los niños, el mercado, las otras mujeres y el confesionario. Nos vamos volviendo idiotas, mientras ellos se van volviendo unos perfectos cabrones. De modo que cuando un hombre más o menos vivido como el cabrón de Carrasco, se encuentra a una muchacha diez años menor como Mariana, la desventaja para la mujer es enorme. Ésa es la ventaja que el cabrón de Carrasco tenía y utilizó para fregar a Mariana. Eso es lo primero que hay que entender. Y no te estoy haciendo un alegato feminista, sino diciéndote la verdad verdadera de la vida entre hombres y mujeres. ¿Ya me entiendes?
– Sí -dijo Leonor. -¿Qué edad tenía Mariana cuando conoció a Carrasco?
– Veintiséis -dijo Cordelia. -Lo conoció en la universidad, el año de 1981. Me acuerdo, porque fue el año que-yo empecé a cantar profesionalmente, es decir, a cambio de un pago de mierda, pero un pago, en un cafecito del sur de la ciudad donde noche a noche se ponían ebrios hasta el vómito la mitad de los clientes. Mariana me iba a ver todas las noches, aunque fuera un ratito. Estaba terminando su carrera de historia y Lucas Carrasco le daba clases. Imagínate la diferencia.
– ¿Era su maestro? -preguntó Leonor.
– No. En realidad lo conoció en el instituto de investigación donde ella entró a trabajar como auxiliar. El ya era una pequeña celebridad en ese mundito. Trabajaba en el instituto. Ahí se conocieron. Tu tía Mariana vino y me dijo: "Conocí uno." Era una clave, siempre decía así cuando ya había decidido que ése caería: "Conocí uno." Y una semana después se presentaba con el uno y decía, muy modosita la muy cabrona: "Éste es fulano, del que te hablé." Y luego se volteaba con el otro: "Para que veas que es cierto." Yo creo que a todos se los mareaba al principio conque había hablado de ellos, como sugiriendo que nada más pensaba en ellos. Ya sabes cómo se hace eso.
– No, no sé -dijo Leonor.
– Claro que lo sabes -dijo Cordelia con maliciosa ternura.- Eso, la pelvis estrecha y la mala suerte, lo traemos las Gonzalbo de nacimiento. Tú empieza a practicarlo y vas a ver cómo viene solito, sin que nadie tenga que enseñártelo.
Sólo tienes que practicarlo, ya lo sabes. Además, no es gran arte cultivarte a un hombre, no creas. Basta que les gustes un poco y no necesitan mucho más: una sonrisa, un recado: "Estuve pensando en ti." Ellos solos hacen lo demás. Se sienten soñados, reconocidos, idolatrados. Sobre todo, inmediatamente sacan la conclusión desmesurada: "Esta pobre, anda muerta por mí." Y en ese momento empiezan a perder. Los hombres son tan estúpidos, mi hija -dijo Cordelia, con resignada melancolía -que no sé por qué son al mismo tiempo tan indispensables, carajo.
– Por qué será elijo Leonor, impostándose en mujer madura.
Todavía no sé por qué, te juro -dijo Cordelia. -Son como unos búfalos, pasan por todos lados pisoteando los detalles.
Tienen la sensibilidad de un carapacho de tortuga. No saben pensar más que en ellos y se pasan la vida peleándose.
Cuando son chicos, a ver quién es más fuerte; cuando crecen, a ver quién tiene más mujeres; luego, a ver quién medró más en la vida. Son unos verdaderos búfalos en cristalería. Los que parecen tiernos y cuidadosos, son los peores de todos. Quiero decir, los que te dan la mano, comparten tus cosas y tienen ese toque para hacerte sentir natural, libre, no observada como un trofeo, los que te hacen sentirte acompañada y comprendida, ésos son los peores, porque además te engañan de principio a fin. Bueno, pues Lucas Carrasco era uno de ésos: un simulador, un seductor. Un miserable, como ya te dije.
– ¿Pero cómo fue que se le acercó mi tía Mariana a este Carrasco? -preguntó Leonor. -También te dijo que había conocido "uno", como con los otros?
– Sí -dijo Cordelia. -Pero con él fue distinto. Desde ahí debí sospechar, ahora que lo dices, porque no fue un ligue normal de Mariana, qué va.
Al contrario. Fue completamente atípico. ¿Sabes lo que quiere decir atípico?
– No -dijo Leonor.
– Yo tampoco -dijo Cordelia. -Pero la uso siempre que quiero decir "maligno", porque me parece una palabra genial, una palabra insuperable, del mejor ARC.
– ¿Qué es ARC? -preguntó Leonor.
– Alto Registro Cultural -informó Cordelia. -Palabras que sirven para vestir un poco a las cantantes desarrapadas.
– Tampoco sé qué quiere decir desarrapadas -confesó Leonor.
– Jodidas, desprotegidas -dijo Cordelia. -Como yo.
– Pues no te veo lo desprotegida por ningún lado -apuntó Leonor.
– Porque soy además una gran actriz -dijo Cordelia. -Pero deja de interrumpirme. ¿Quieres saber o no lo del miserable de Carrasco?
– Lo de Carrasco con Mariana, sí -dijo Leonor.
– Lo trajo un día sin avisar al cafecito -recordó Cordelia. -Lo dejó sentado ahí en un lugar visible y vino a verme, mientras yo me preparaba para empezar la cantada. "Hoy sí cantas como nunca, porque traigo lo que nunca", me dijo Mariana.