– Nada -dijo Leonor. -Me gustó que se le fuera a besos en público.
– ¿Cómo que en público?
– Se le fue a besos en un restaurante.
– De plano, no cabe duda, carajo -rechinó Cordelia, bufando levemente, para sí.
– No cabe duda de qué -dijo Leonor.
– No se puede confiar en los chaparros ni en los mancos, carajo -explotó Cordelia. -Mira nomás lo que te vino a contar esta simple: el gran romance de tu tía con el ojete de Carrasco.
– Tú también me lo contaste -recordó Leonor.
– Yo no te conté ningún romance, mijita -resopló Cordelia. -Lo que yo te conté es que Carrasco usó a tu tía Mariana y la destruyó.
– Me dijiste que Lucas, que Carrasco, era muy guapo y natural.
– Te dije que era un gran actor que se la pasaba haciendo como que estaba por encima de todo -precisó Cordelia.
– Y que tenía muy bonito torso -dijo Leonor. -Como de leopardo.
– Yo no te dije eso, Leonorcita -volvió a exaltarse Cordelia.
– Bueno, eso entendí yo.
– Pues no sé a qué escuela vas, pero a este paso vas a sal ir conque dos y dos son uno y medio.
¿Por qué te enojas tanto? -resistió Leonor.
– Te lo voy a repetir a ver si lo entiendes -dijo Cordelia, respirando hondo para contener la rabia. -Estamos hablando del tipo que engañó y lastimó a tu tía Mariana. La lastimó a tal punto, que es uno de los causantes de su muerte. ¿Tan preocupada estás por la muerte de tu tía? Bueno, pues la depresión y la locura que le quedó de su "romance" con Carrasco fueron las causas de su muerte. Por eso se abandonó después. Porque no pudo recuperarse de su trato con el miserable de Carrasco. ¿Ya entendiste?
– Sí -dijo Leonor. -Pero ellos terminaron mucho antes de que mi tía Mariana muriera, ¿no? -Un año antes -dijo Cordelia. -Pero la depresión y la fatiga de tu tía vinieron de ahí. -¿Se murió de depresión mi tía Mariana? -preguntó Leonor.
– No, se murió de una embolia -dijo Cordelia. -Pero la embolia fue producto de su extrema debilidad y la debilidad fue producto de su depresión y de la falta de ganas de vivir o de las ganas de morirse, como tú prefieras.
¿Y el culpable de todo eso fue Carrasco?
– El principal culpable, sí -concluyó Cordelia, echando mano presurosa de su caja de cigarrillos. Prendió uno con labios temblorosos, exhaló y dijo; conteniéndose todavía. -Ahora, yo creo que lo correcto es que dejes de hurgar en esas cosas.
Hay un aspecto de morbo en tu curiosidad que no me gusta nada. Es más, yo creo que ahí le vamos a parar a esta averiguación tuya. Por lo menos en lo que a mí respecta, ahí lo dejamos ¿Está claro?
– Sí elijo Leonor. -Pero no entiendo por qué no pueden contarme simplemente lo que pasó.
– Porque estás buscando siempre algo más de lo que pasó -dijo Cordelia. -Y con esa actitud ninguna versión va a satisfacerte. Todo te va a parecer insuficiente. Hasta vas a acabar simpatizando con el miserable de Carrasco.
– Está bien -dijo Leonor. -Pero me sigues ocultando cosas.
– Te dije lo fundamental de lo que pasó. No hace falta saber más, salvo por morbo. Yo misma no sé más, en lo fundamental. Y lo que sé, no estoy segura de que tengas edad para saberlo, para entenderlo, sin hacerte una idea absurda de las cosas. Entonces, por mí, aquí acabamos. ¿Está claro?
– Sí -dijo Leonor.
– No me mires así, que no soy tu enemiga -reclamó Cordelia.
– Que no te mire cómo -murmuró Leonor.
– Así, con ganas de borrarme del mundo.
– No te miro así -dijo Leonor.
– Así me miras -dijo su tía Cordelia.
Esa noche, luego de dar mil vueltas insomnes en su lecho, Leonor bajó de madrugada al comedor donde latía el retrato de Mariana. Abrió las cortinas a la resolana nocturna de la ciudad, y se sentó a mirar, entre las sombras, el efecto de esos brillos en los rasgos de su tía. Sintió su aliento golpear y su sangre, literalmente su sangre, tocar a la puerta de su corazón. Entonces le dijo a Mariana, mirándola como si se mirara a sí misma en un espejo, controlada y firme a pesar de que le temblaba el cuerpo y una onda fría avanzaba por las yemas de sus dedos hacia sus muñecas:
– Tú te suicidaste, Mariana. Por eso nadie habla de tu muerte. Dime la verdad, Mariana, nuestra verdad. No me la niegues.
Pero Mariana se mantuvo en su lugar, a punto siempre de echarse a reír, levemente animada por el fulgor fantasmal que la noche y Leonor agregaban a su retrato.
VII
– Te vi allá abajo, anoche, hablándole a Mariana -le dijo Natalia al día siguiente, cuando entró a visitarla, como todas las tardes. Se lo dijo alegremente, sin mirarla, concentrada en la tarea de cambiar las semillas de la jaula de los pericos australianos. Escuchó el desganado silencio de Leonor, pero no lo dejó extenderse, sino que quiso saber: -¿Qué te dijo?
– Nada, tía, qué me va a decir: es un retrato -respondió Leonor.
– Con los ojos -precisó Natalia, sin despegarse de los quehaceres de su jaula. -Lo que pregunto yo es qué te dijo con los ojos.
– Nada, tía. ¿Qué quieres que me diga con los ojos?-subrayó Leonor.
– Si no te decía nada, explícame entonces por qué le estabas hablando -litigó Natalia ¿Quiere decir que estás loca? ¿Que le hablas a los retratos? Ni los canarios, fíjate, que son unos idiotas, le cantan a los retratos. ¿Así que tú por qué?
– Ay, tía -se quejó Leonor, dejándose caer sobre la cama. -¿Qué tienen que ver los canarios?
– Los canarios nada. Lo que yo quiero saber es qué te dijo Mariana -insistió Natalia, siempre sin mirarla, metida en la cajita de la jaula, donde sus dedos afinaban distancias y vertían semillas.
– ¿Qué me va a decir? -dijo Leonor, haciendo como que se ponía de pie y dejándose caer otra vez, para rebotar en la cama.
– No me puede decir nada. Es un retrato.
– Te vi hablando con ella -porfió Natalia. -¿Estabas hablando o no?
– ¡Ay, tía!
– ¿Sí o no?
– Sí -admitió Leonor.
– Ahí está -dijo Natalia, sin soltarla. -Quiere decir que estabas hablando con ella. Y entonces o ella te contestaba o estabas hablando sola. ¿Te contestó algo?
– No -murmuró Leonor.
– Entonces estás loca, y hablas sola -concluyó Natalia. Ven-le dijo después, suspendiendo su labor milimétrica en la jaula de los pericos. Caminó al vestidor, un pasaje forrado de madera abierto junto al baño, donde colgaban sus batones y sus huipiles, como en una boutique. Leonor la siguió, a la vez dócil y enmohinada con su tía Natalia. ¿Quieres saber de Mariana? -le preguntó Natalia, jalando de la parte baja del vestidor una escalerilla. Trepó, abrió una de las hojas altas del armario, sacó una caja de papel maché y le dijo a Leonor: -Aquí está todo lo de Mariana. No falta nada. ¿Lo quieres ver?