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Para los hombres, quiero decir. Las mujeres la odiaban. Despertaba celos y envidias para toda la vida. Yo era su única amiga en el liceo y después creo que tampoco tuvo amigas. Una que otra, pero las mujeres en general no podían verla. Y ella no hacía nada por hacerse de amigas. Su mundo eran los hombres, ahí tenía un reino propio. Nada les gusta más a los hombres que una mujer que a la vez les coquetee y los rechace, como les hacía Mariana. Se vuelven locos por eso. Tu tía era experta en eso, por lo menos mientras yo la conocí, antes de que entrara a la universidad. Bueno, lo que te quiero decir es que no me dio la impresión de que le hubiera pintado esa raya a Lucas Carrasco.

– ¿Por qué tronaron, entonces?

– No sé. La gente que se quiere truena por las cosas más inverosímiles. A veces porque se quieren demasiado, porque se exigen demasiado uno a otro.

– ¿Pero eso fue lo que provocó la muerte de mi tía?

– ¿Qué? -preguntó Alina.

– ¿El truene con Lucas?

– No, mi amor. No lo creo -dijo Alina. -Por lo menos nunca lo había pensado.

– ¿De qué murió Mariana, según tú?

– No lo sé -dijo Alina Fontaine. -Yo sólo supe que se había muerto. Entiendo que tuvo una embolia, luego de varios meses de estar mal, sin comer, desequilibrada. Pero esa época no me tocó a mí. La última vez que yo la vi estaba perfecta. Llevaba un tiempo de haber terminado con Lucas y estaba sin pareja, lo cual era muy raro en Mariana, pero estaba feliz, terminando su tesis y llena de proyectos. Por eso me sorprendió cuando me llamó Cordelia diciéndome que había muerto. A mí me parecía la mujer más feliz del mundo, la bendecida por el destino. Me sorprende todavía ahora pensar que se murió. Count your blessings, dicen en inglés para sugerir que repares en las partes buenas de tu vida, que cuentes las bendiciones que te ha dado la vida. La cuenta de los blessings de Mariana parecía mayor que la de ninguna otra gente. Lo tenía todo y lo tuvo todo: amor, belleza, inteligencia, carácter, dinero.

– Pero entonces ¿por qué? -dijo Leonor. -

– ¿Por qué, teniéndolo todo, le fue tan mal?

– A lo mejor por eso -dijo Alina, abandonándose a un tono melancólico. -Porque la vida la colmó de bienes para ahogarla con su generosidad. La felicidad requiere de la desdicha para equilibrarse, para volverse humana. Mira -dijo Alina Fontaine, poniendo de pronto la pálida y fina palma de su mano ante los ojos de Leonor. Leonor miró la palma y mal contuvo un gesto de repudio: la mano de Alina tenía sólo cuatro dedos, y había una horrenda muesca cicatrizada en el sitio del pulgar faltante. Sin dejar de mostrar la palma inhumana, Alina Fontaine explicó: -Perdí el pulgar siendo niña, en un aserradero de papá, en Nueva Orleans. Mi vida ha sido perfecta, generosa, mucho mejor de lo que yo he merecido o conseguido por mí misma. Salvo por ese accidente. Pero la falta de ese pulgar es lo que me ha recordado toda la vida no el pulgar que me falta, sino la bendición de tener el que me queda y todo lo demás que tengo, además del pulgar que me falta. A la vuelta del tiempo, esa desgracia de haber perdido un dedo me ha dado más felicidad que haberlo tenido, me ha dejado ver y contar bendiciones que de otra manera no hubiera visto ni contado. ¿Me explico?

– Sí -dijo Leonor. -¿Pero de qué se murió Mariana, si estaba sana y era feliz?

– No sé -repitió Alina Fontaine. -Pero la diferencia entre el hombre y el mono es que el hombre tiene el pulgar oponible y puede morirse como Mariana, de nada, teniéndolo todo.

¿Tú crees que hay un destino, una fatalidad? -preguntó Leonor.

– ¿A qué te refieres?

– En mi casa todos creen que la familia tiene mala suerte, que tenemos un destino malo. En especial las mujeres. Y que lo que le pasó a Mariana es parte de esa fatalidad.

¿Quién cree eso en tu familia?

– Todo mundo, aunque nadie lo dice. ¿Tú crees que existe la fatalidad?

– No -dijo Alina.

– Entonces, ¿por qué se murió Mariana? No hay razón.

– No hay razón -aceptó Alina. -Pero tampoco creo que hubiera fatalidad. Si hubiera pensado eso, no habría dejado de verla tanto tiempo. Pero así es la cosa. Uno no espera que su amiga de la adolescencia muera antes de los treinta años. Uno espera implícitamente que envejecerán juntas y se encontrarán más tarde, felices y satisfechas, viejitas las dos, al final del camino. Ahora voy cada seis meses a dejarle flores al panteón y a conversar con ella. Y eso le digo cada vez: "Pero si tú y yo íbamos a ser viejitas juntas, ¿por qué te fuiste?" No me contesta, desde luego, pero en cierta forma sí. Está conmigo, estoy envejeciendo con ella dentro de mí y está más presente ahora que cuando estaba viva. No sé si me explico.

– Sí -dijo Leonor. Y agregó para sí: "La que no entiende soy yo."

Había anochecido cuando volvieron a la ciudad. Rafael Liévano detuvo el coche una calle adelante de la casa de Leonor, en un recodo solitario de la barranca de Las Lomas, y empezó a besarla.

– Sí -dijo Leonor. -Pero muérdeme.

Rafael Liévano mordió su lengua, sus labios.

– Más -le pidió Leonor. -Cómeme.

Y empezó ella a comerse a Rafael Liévano, tratando de meterlo en su boca, chupando su mentón, su nariz, sus ojos, sus labios, comiéndoselo a sorbos de amor y saliva, tratando de fundirse y perderse en él, como su tía Mariana en Lucas Carrasco.

El sábado siguiente visitó a Cordelia para contarle su entrevista con Alina Fontaine.

– No sabe nada de lo que a mí me interesa -se quejó suavemente. -No sabe nada de la muerte de mi tía. Quiero saber cómo murió.

– Creí que también querías saber cómo era -replicó Cordelia, con un toque de molestia.

– También -dijo Leonor. -Pero Alina dejó de verla cuando tenían dieciocho años, muchos antes de que muriera. Y se reunió nada más una vez con ella y Lucas.

¿Lucas? -saltó Cordelia.

– Lucas Carrasco -completó Leonor.

– Ya sé -dijo Cordelia. -Lo que me pica es la familiaridad. ¿Cómo que "Lucas"? El miserable de Carrasco, en todo caso. ¿Cómo que "Lucas"? Ni que fuera tu pariente.

– Por un pelito -susurró Leonor.

¿Por un pelito qué, Leonorcita? -subió el tono Cordelia.

– Por un pelito y resulta mi tío -dijo Leonor.

– ¿Cómo que por un pelito? -gritó Cordelia. -¿Pues qué te contó la manca?

– Nada, ya te dije.

¿Cómo que nada? ¿Qué te contó?

– Me contó de una vez que cenaron juntos, ella con mi tía Mariana y Lucas, y Lucas se le fue a besos a mi tía Mariana.

¿Y eso qué?

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