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"¿Cuando te fuiste, al pasar, ¿no viste si estaba en la esquina el policía?". Y se empezó a reír suavemente. "No importa" dijo después. `Lo que importa es que no te tardaste ni un mes en regresar. ¿Quieres tomar algo? Tengo infusiones de todo tipo y pastillas para dormir. También un poco de marihuana. Y alcohol, claro. Pero creo que sería perder el tiempo. ¿Hace cuánto tiempo que te fuiste?" `Diez meses" le dije.

"He engordado muchísimo desde que te fuiste" me dijo.

,No. Estás perfecta" le dije. " "Hasta un poco flaca. "

`Porque no me has visto desnuda" me dijo. Me acerqué a besarla. Sus labios estaban secos y estriados.

"¿Por qué regresaste?", me dijo. Siempre como hablándole a otro, a uno que estaba atrás de mí. Siempre como si por ella hablara otra, una sonámbula que estaba dentro de ella. ¿Me extrañabas?" "Sí" le dije.

¿Querías verme?"

"¿Querías ver cómo estaba? ¿Si no me había muerto? ¿Si no me dejaba engordar?" "Sí" le dije.

`, O sólo te dieron ganas y viniste a hacerme el amor. ''

"También" admití.

`Pues hazme el amor" me dijo.

"Ven, mira. " Se puso de pie y me jaló a la terraza. `Allí, mira", dijo, señalando el cielo con su brazo.

Estaba la luna redonda y brillante, muy baja, en el cielo. Mariana se quedó viéndola, como hipnotizada por ella. Su bata se abrió. Vi la mitad de sus pechos redondos y el vello en su pubis. Empecé a besarla y a desvestirme. Me tomó la cabeza entre los brazos y se dejó hacer, bañada por la luna. Sonreía y se dejaba hacer.

Cuando terminé, le dije que quería tener un hijo suyo.

¿Para qué?", me dijo, siempre sonriendo y como hablándole a otro. `Para repetirte" le dije. ¿Para qué quieres más mujeres gordas en el mundo?" me dijo. "Para tener un hijo tuyo'; repetí.

"Eso me gustaría", dijo. ¿Por qué no me haces un hijo?"

La besé, aunque era cada vez más claro que no estaba ahí. La besé para que apareciera, para que bajara de su sonrisa y me tomara como antes. Algo bajó. Cuando estuve en ella la segunda vez, la sentí por última vez• húmeda, gimiente, mía. Me quedé en ella un largo rato diciéndole cuánto la había extrañado. Me tomó la cabeza entre sus manos y me dijo:

¿Hace cuánto tiempo que te fuiste?"

"Hace diez meses", repetí.

¿Y cuando te fuiste, al pasar, no viste si estaba en la esquina el policía?"

"No". le dije. "Pero ahora que salga voy a ver si está. "

Hice lo posible por acostarla y finalmente la dejé acostada, ya que no dormida en su cama. Voy a buscarla mañana, y estoy en lo dicho.

– No la busqué -confesó Lucas, que leía por sobre el hombro de Leonor, cuando Leonor alzó la vista. -Ni al día siguiente ni a la semana siguiente. Salí corriendo de tu tía una vez más. Y por eso he sido su viudo desde entonces.

Leonor iba a pararse para encarar a Lucas con su protesta, pero Lucas la detuvo del hombro.

– No he acabado -le dijo, poniendo frente a ella en el escritorio una carta maltrecha que sacó del segundo libro -Te falta leer esto para tener completo el cuadro. Cuando tu tía murió, le llamé a Carmen Ramos, le conté mi visita y le pedí que me dijera por favor si Mariana había recibido otras visitas. Fue mi obsesión en ese momento. Esto es lo que Carmen me contestó La carta de Carmen Ramos estaba escrita a máquina y partida en los bordes de sus dobleces. Leonor la abrió con cuidado para no acabar de segmentarla y leyó:

Entiendo que quieras saber si hubo alguien para Mariana, aparte de la visita que le hiciste, antes de que muriera. Quiero decirte que antes de que muriera y antes de que vinieras ese día y aún la noche en que la encontraste con otro, no hubo nadie para Mariana salvo Lucas Carrasco. Y no, nadie durmió con ella días antes ni días después de que tú vinieras aquella noche. Tú fuiste el único entonces, como fuiste el único desde el principio. Aun en los momentos en que Mariana se iba con otro en tu cara, era para atraerte a ti, para probarte a ti que ella podía ser la mujer libre que, según ella, tú querías que fuera. Pero sólo fuiste tú desde que te conoció y, según se ve, para ti también sólo fue ella, aunque ninguno de los dos acabara de aceptarlo nunca.

No -repito: No -nadie durmió con ella ni estuvo con ella desde que la descubriste aquella noche hasta que se murió. Y me da rabia que sólo en eso puedas pensar ahora que la perdiste. Y que tu narciso siga sin poder tragar una trivialidad como la que no le pudiste perdonar a Mariana, es decir, que se acostara con otro. Pero no pudiste, ni ella pudo y al final no pudo nadie, ni el amor. O mejor dicho: fue el demasiado amor el que no pudo, como si lo único que pudiera funcionar en este pobre mundo es el poco amor. Y no digo más porque no quiero ponerme filósofa (lo cual, buena falta me haría en vez de andar buscando el demasiado amor). Item más: yo sé quién eres tú Lucas Carrasco, y estás a buen recaudo, protegido y seguro en mi corazón.

Carmen

– ¿Qué quiere decir esto? -se volteó Leonor, escandalizada, hacia Lucas Carrasco.

– Quiere decir -avanzó Lucas, tratando de combatir con un falso tono expositivo la flaqueza de su voz -que el primo que perdiste en el hospital donde murió Mariana, era probablemente mi hijo. Es decir -siguió, cercado ya por las primeras lágrimas -era el hijo de Mariana y de la luna, de nuestra noche aquella bajo la luna. En realidad -agregó, sonriendo y dejando que las lágrimas cayeran hasta sus labios -era probablemente hijo mío. Hijo mío y de la luna, más que mío y de Mariana. Porque Mariana no estuvo ahí. Abusé de ella, de su inconciencia. Y de mi demasiado amor, como dice Carmen Ramos. Así se cierran los círculos. El primo cuya inexistencia te ocultaron tanto tiempo, probablemente iba a ser el hijo que nunca pude tener.

– Por qué dices probablemente -replicó Leonor. -Fuiste el único que estuvo con ella.

– Porque me gusta demasiado la idea para ser cierta -dijo Lucas. -Habría sido la única cosa viva que engendré en la vida.

Y porque de todos los encuentros amorosos que tuve con Mariana, el de aquella terraza es el único quizá en que no estuvimos realmente juntos. No estuvo ella.

– Nada pudo gustarle más que aquella noche contigo -dijo Leonor.

¿Tú que sabes lo que le hubiera gustado? -dijo Lucas, volviendo a sumirse en su cavilación catatónica.

– Ahora lo sé todo de Mariana -dijo, sonriendo, Leonor. -Incluso lo que ella no sabía.

Se sentó junto a Lucas y lo tomó de la mano. Estuvieron sentados ahí, sin hablar, hasta bien entrada la madrugada.

– Tengo que irme -dijo Leonor.

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