Литмир - Электронная Библиотека
A
A

La segunda carta decía:

Lucatero:

Vino la luna a decir que te aullara, y estoy en eso, desde anoche no he dormido, no he salido de tu lecho que dejaste. Todavía está. ¿No fue eso lo que pediste? pues ahí está, carajo por qué no vienes? no era eso lo que querías y me dijiste aquella vez? ¿se acabó y hay que empezar? de acuerdo Pero tengo que preguntarte ¿Cómo me dejaste andar, y no me jalaste? Con un grito y ya eso hubiera bastado esperarte a sabiendas de que no vendrás, sabiendo que vendrás algún día. Trabajo encerrada, con miedo de que toques y me encuentres en fachas. Me canso, voy al espejo me miro, me cambio la ropa o me repaso las cejas o los aretes que me faltan. Regreso y ando por la casa arreglada cada tres horas para que no me encuentres en lo que soy: una fregona con sus fichas, encerrada en sus fichas, despeinada por dentro, sudando maloliente, esperándote, ¿dónde empezó? ¿te fuiste y no has vuelto? Si voy a encontrarte voy y me siento en tu cubículo de la Facultad hasta que aparezcas. Y solo para preguntarte por qué te fuiste. En tu casa también, para evitar el escándalo en la facultad. Puedo telefonearte y decirte que estoy aquí encerrada con mi trabajo, arreglándome cada tiempo por si llegas. Pero tampoco podría. imagínate que me mandas al carajo tu frialdad, etc hartarte -o acabar de hartarte. porque te hartaste de mí. Lo que no obsta para. al mismo tiempo sé que no fue mentira, -y que tampoco fue suficiente. Falta. Eso es todo. Todo lo que quería decirte en esta carta, que no voy a enviar, pero me alivia escribirla, porque es como tenerte cerca al alcance de mi voz. Falta ¿Me escuchas? Yo recuerdo cosas, pleitos y sé que no me equivoco si me escuchas cuando te hablo. Mejor dicho Sé que sigo hablando dentro de ti y no te digo? ¿Por qué te fuiste? no te has ido y vendrás pero no vendrás. pero me arreglo para recibirte. Y así.

¿Vendrás, Lucatero? ¿Vendrás?

Leyó y volvió a leer esas cartas, pero no encontró en ellas a la víctima de que hablaba Cordelia, sino algo más próximo y respetable, un dolor y un amor asumidos sin aspavientos. Sobre todo, las cartas trajeron hacia ella una revelación que fue la voz de Mariana. No leyó las cartas en realidad, oyó esa voz, la oyó a través del tiempo, no como si estuviera grabada sino como si se construyera dentro de ella y le hablara a través del papel y de los años.

Cordelia se apareció en cuanto pudo, preguntando si se había comido los chocolates.

– Espero que te hayas puesto en el lugar de Mariana y no en el de Carmen Ramos -agregó.

– Creo que ya entendí -respondió Leonor con la debida ambigüedad.

– Pues a partir de estos hechos aclarados podemos avanzar dijo Cordelia. ¿Qué más quieres saber?

– Lo que me da curiosidad desde el principio es de qué murió mi tía -dijo Leonor. -Y por qué nadie habla de eso.

– ¿Estás preguntando si se suicidó? -atajó Cordelia para evitar rodeos.

– Sí -dijo Leonor.

– No se suicidó -dijo Cordelia. -Así como tu papá no venía borracho cuando lo embistieron en la carretera. Si lo que quieres es drama, no hay drama.

– Pero se murió -dijo Leonor.

– Sí, se murió.

– Y mis papás se murieron también en la carretera. ¿Quieres más drama?

– No. La que quiere más drama eres tú. Quieres suicidios y a tu papá culpable del choque. Y que todo eso sea parte de lo que le pasa por destino a esta familia.

– Lo que quiero es saber qué pasó -dijo Leonor.

– Lo que pasó, pasó -dijo Cordelia. Mariana se murió de una cosa difícil de precisar, porque no le dio cáncer, ni un paro cardiaco. Le dio una embolia y murió de un derrame cerebral, como dijeron los médicos, pero eso fue a su vez consecuencia de un estado de debilidad y tensión crónicas que la habían mantenido los últimos meses sin comer, sin dormir, retacada de pastillas tranquilizantes y luego de pastillas estimulantes. Un médico dijo que presentaba síntomas de anorexia nerviosa. Es decir, que no quería comer porque se sentía gorda. Aunque su rostro fuera el de una calaca en el espejo, ella se sentía gorda. Eso dijo uno de los médicos.

– ¿Y sí? -preguntó Leonor.

– Es posible -dijo Cordelia. -Pero yo no lo creo. La anorexia nerviosa es una enfermedad de gordos y de gente más joven o más desequilibrada que Mariana. No era una enfermedad para ella.

– Mi pregunta es si parecía una calavera cuando la recogieron aquella noche -aclaró Leonor.

Ah -corrigió Cordelia. -No. No parecía una calavera. Era una mujer exhausta y estaba como ida, pero no era una calavera, ni una calaca. Estaba todavía muy bien y, si me fuerzas, hasta más linda que nunca. Pálida y esbelta, con sus chichis en su lugar y las piernas llenas. La cara afilada, sí, pero nada más, con unas ojeras de mal dormir que no le sentaban mal. Lo que te quiero decir es que cuando la pusieron en la camilla para llevársela esa noche y, luego, en los días siguientes en que la durmieron y la alimentaron con suero y líquidos intravenosos, estaba más linda y apacible que nunca, serena, hasta con una línea de felicidad en los labios. Ahora, cuando llegamos al departamento nos miraba sin reconocemos como si estuviera drogada. Nos miraba y asentía a nuestras preguntas. Pero no estaba ahí. Miraba a través de nosotros. Sin angustia, sin tensión, como si estuviera flotando. Y también así era lindísima, pálida, espiritual. Si ésos son los síntomas de la anorexia nerviosa, es una enfermedad para ser retratada. Pero yo las fotos que he visto de anoréxicas, no son así. Son, efectivamente, como calacas. Aunque, bueno, a lo mejor ésta era una anoréxica hermosa, distinta de las otras.

¿Pero entonces qué tenía? -se desesperó Leonor.

– Según yo, demasiadas pastillas y meses de encierro, que vuelven loco a cualquiera. No había salido de su departamento en los últimos dos meses, según nos dijo Carmen Ramos. Y no quena salir porque no fuera a llegar Lucas y no la encontrara. Ahí es donde te digo que Lucas es la clave de la descomposición de Mariana. Le tenía sorbido el seso. La había chupado como un vampiro. Y eso es lo que yo no le puedo perdonar. Que la pusiera contra la pared de ese modo. ¿Tú conoces ese experimento de laboratorio de una rata a la que le dan todo el tiempo estímulos contradictorios?

– No -dijo Leonor.

– Bueno, pones a una rata a subir una curva y cuando la sube le das un alimento. A la siguiente vez que la sube, le das un toque eléctrico. A la siguiente vez, le das alimento, y a la siguiente le das otro toque eléctrico. ¿Sabes lo que pasa con la rata al final?

– No -dijo Leonor.

– Se queda inmóvil y se muere. La matan la contradicción y la inseguridad. Eso es lo que pasó con Mariana y Lucas. La mató con señales contradictorias.

– Pero Mariana no era una rata, tía -se sublevó Leonor.

– No -dijo Cordelia. -Pero estaba enamorada y acorralada por su amor como una rata. Y el gato que jugaba con ella era

Lucas Carrasco. ¿Ya me entendiste?

– Sí. Pero quiero saber qué pasó en el hospital. Luego de que la durmieron en el hospital, qué pasó.

34
{"b":"100270","o":1}