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Las oficinas de Lucas Carrasco estaban en una casona remodelada de San Ángel. El frontis de dos pisos era ancho, con portones de madera y aldabas de hierro ennegrecido por el tiempo; su recién adquirida modernidad incluía un portero automático y paredes incendiadas por un fanático color canela, pero respetaba dos balcones con herrerías coloniales y macetas de talavera. La puerta de la calle, regulada electrónicamente, abría a un recibidor oblongo donde una mujer de edad repartía bienvenidas como una tía solterona sorprendida en falta.

– Las está esperando -le dijo a Leonor. -En cuanto llegue tu amiga, las paso.

– Mi amiga no pudo venir -dijo Leonor. -Se le cruzó un amigo.

Ah, pues entonces te paso de una vez. Déjame avisarle a Lucas -apretó un botón del interfono. -¿Lucas? ¿Me escuchas? Aquí están ya tus visitas, ¿me escuchas? Esta cosa no sirve. Y a ti, pensándolo bien, no puedo pasarte sola. Estás demasiado joven para Lucas. Ya no está para esas danzas. No me hagas caso, estoy bromeando. A ver, vente conmigo.

Rodeó su escritorio y caminó adelante, para mostrarle el camino. Por un pasillo largo fueron cruzando cuartos donde trabajaban en computadoras tríos y parejas de jóvenes concentrados. Al final, a mano izquierda, había una sala de muebles de cuero con dos lámparas de luz halógena que echaban una claridad apacible sobre tres paredes de libreros umbríos.

– Pásalas a la sala, Chabe -se oyó una voz en la oficina del otro lado del pasillo. -Estoy con ellas en un momento.

Leonor vio salir de la puerta de enfrente a un hombre flaco y largo, con el pelo blanco y alborotado en lo alto de la cabeza redonda. Traía un chaleco color zanahoria sobre una camisa azul tenue y dos lentes colgando de una cadena, como un collar, sobre su pecho. Leía unos papeles que llevaba en la mano y caminaba hacia el pasillo por donde ellas habían llegado, como para terminar un trámite pendiente de oficina, pero al pasar por la puerta de la sala alzó la vista y se topó con Leonor. Leonor vio esos ojos distraídos, usados, exhaustos, y sin embargo extraordinariamente alertas y vivos, detenerse en ella y quedarse ahí, sin pestañear, como fijados por un rayo, un instante de luz e inmovilidad en la molienda incesante y oscura del mundo.

Chabe, la recepcionista, se disculpó, jugueteando:

– Ya estábamos aquí. Mejor dicho, aquí estamos. Son la señorita Leonor y su amiga que no vino. Éste es mi jefe y problema, el tal Lucas Carrasco. -Y luego a ambos: -Están en su casa.

– Gracias, Chabe -dijo Lucas, sin quitar los ojos de Leonor.

Tenía la frente llena de arrugas bronceadas y un rostro enjuto, de huesos marcados y piel estricta, sin grasa, hija del ascetismo o el deporte.

Llena como nunca de sí, conciente de sus brazos y sus piernas, del correr de su pulso, de su sonrojo y sus pechos y del tacto de la falda, de la altura de sus tacones y el calor de las medias en sus piernas, Leonor sintió brincar por su cara la intención de una sonrisa. Lucas vino hasta ella, sin dejar de mirarla, los papeles todavía tiritando en su mano. Leonor vio sus ojos crecer y nublarse, mirar y descreer, reconocer y recordar, llenarse de amor y de memoria, de años perdidos y escenas recobradas, y se escuchó diciendo, con una voz que tampoco fue suya, alterada por el miedo y la incredulidad del momento:

– Tenía que hablar contigo.

– Sí -contestó Lucas, luchando todavía contra el astigmatismo y el testimonio de sus ojos. -Teníamos que hablar.

Apenas se habían sentado, sonó el teléfono histérico. -No, Chabe, -dijo Lucas después de oír

. -Dile que no estoy. Y no me pases llamadas. Era Carmen Ramos -le explicó a Leonor. -Pero creo que podemos conversar sin ella. ¿Quieres tomar algo?

– No -dijo Leonor.

– ¿Te importa si tomo algo?

– No.

– Entonces voy a tomar algo.

En las maneras lentas de ir hasta el bar simulado en el librero y servirse coñac, le recordó a su abuelo Gonzalbo. Mientras estaba de espaldas, comparó la amplitud de sus hombros huesudos con los de su propio abuelo y con los de Rafael Liévano. Pensó que estaba viejo, levemente encorvado, y sin embargo duro, a un tiempo laxo y listo para saltar, como un leopardo.

– ¿Cómo está Carmen? dijo Lucas, mientras servía. -Hace ocho años que no la veo

.

– Telefoneando Lijo Leonor.

– Sí dijo Lucas, y regresó sonriendo. -Pensé que sería más cómodo para todos si ella venía. Me olvidé que eres una Gonzalbo.

– La mitad nada más -dijo Leonor.

– No hace falta más -dijo Lucas. -Eres idéntica. No acabo de reponerme del impacto. Me pusiste una tarjeta enigmática pidiéndome una respuesta. No sé si la tengo. Qué quieres saber. -Todo -dijo Leonor.

– Todo acaba siempre siendo poco -dijo Lucas. -¿Cuántos años tienes? -¿Cuántos crees?

– Veinte, más el rímel dijo Lucas.

– Diecinueve -dijo Leonor.

– Diecinueve preguntas entonces -dijo Lucas.

– Más el rímel -dijo Leonor.

– De acuerdo -aceptó Lucas. -¿Qué quieres saber?

– Todo lo de Mariana -dijo Leonor.

– Eso ya es menos que todo -dijo Lucas. -Pero es demasiado todavía. Tienes una tía que se llama Cordelia. ¿Cómo está?

– Si supiera que estoy aquí, me desconoce como sobrina.

– Especialidad de la casa: desconocer -dijo Lucas. ¿Y Natalia, cómo está?

– ¿Conoces a Natalia?

– De oídas -dijo Lucas. -¿Cómo está?

– Gorda, divina -dijo Leonor.

– ¿Sigue con los pájaros?

– En el jardín y en la cabeza -dijo Leonor.

– Nunca la conocí, pero me llevé bien con ella -recordó Lucas. -A veces, conocer a la gente es el problema. Ayer conocí a un pintor que admiraba enormemente antes de conocerlo. Y él a mí. Por eso nos juntaron. Fue una decepción mutua que no te puedo describir. Él me pareció un tartamudo y yo a él un esnob. Tiene razón: me he vuelto muy esnob. Pero él no ha leído un libro y es un analfabeto.

– Yo leí tu novela dijo Leonor.

– No es una novela -precisó Lucas Carrasco. -Es un conjuro. En su momento, fue un grito.

– A mí me pareció más bien calmada -dijo Leonor. -Mejor dicho, me pareció bastante fría. Perdón, pero no encontré lo que esperaba, lo que iba buscando.

– No me enorgullezco de ese libro, no lo defiendo -dijo Lucas. -Tampoco me disculpo. Es como una carta a los que saben, una confidencia. ¿Cómo lo conseguiste?

– Me lo dio Carmen Ramos.

– Ella fue parte de la cofradía.

– La cofradía no quiere hablar -Dijo Leonor.

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