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Lucas. "Pero ya la vi en ese rincón. ¿Tú puedes explicarme por qué?." "No", le dije. "No puedo explicarte por qué."

– La hermana mayor que regañaba a mi tía Mariana era mi mamá -acotó Leonor.

– No entiendo dijo Carmen Ramos, sorprendida por el comentario.

– La que la regañaba -explicó Leonor. -Dijiste que mi tía Mariana te comparó con su hermana mayor porque la estabas regañando.

– Ah, sí -dijo Carmen Ramos. -Se quejaba siempre de eso.

– Pues la hermana mayor de mi tía Mariana era mi mamá -dijo Leonor.

– Sí, mi amor. Ya lo sé dijo Carmen Ramos.

– Es que de pronto me perdí. Discúlpame. -¿Por qué la regañaba? -¿Cómo?

– Sí: ¿por qué mi mamá regañaba a mi tía Mariana? ¿Qué le molestaba de mi tía?

– El destrampe, el desorden -dijo Carmen Ramos. -Y las cabronerías de Mariana.

– ¿Como cuáles?

– Bueno, como ésa que te acabo de contar. Luego, la colección de galanes. No que fueran muchos, aunque no eran pocos, sino que los levantaba como por hobby, no porque le gustaran, sino porque se cruzaban en su camino, a veces por puro esnobismo, para impresionar a sus hermanas. Por ejemplo, hubo un ejemplar que se consiguió un día recién bajado de la mata, un tarzán acapulqueño que te podías morir al verlo del brazo de Mariana. A veces por caridad, porque no sabía cómo decirle no a uno que le anduviera rogando. Pero la mayor parte de las veces para probarse a sí misma que era libre, que no tenía prejuicios, o algo así. Yo la entendía muy bien, porque padecimos del mismo mal en la misma época. No era una cosa nuestra. Estaba en el ambiente. Era como si confundiéramos el amor con la ropa. Te acostabas con alguien y luego con otro como si te quitaras una prenda y te pusieras otra. A tu mamá esa actitud la sacaba de quicio. Yo nunca hice migas con ella por eso. A tu tía Cordelia le importaba menos, y por eso nos hicimos amigas y lo seguimos siendo luego de que Mariana murió. Con el tiempo, me resulta obvio que tu mamá tenía razón. Nosotras éramos unas idiotas tratando de impresionarnos con nuestra libertad. ¡Las cosas que yo llevé a mi cama! ¡Y las que llevó tu tía Mariana! Al final, era difícil distinguir lo que te gustaba de lo que simplemente te hacía cosquillas, no sé si me explico. Mariana no supo cuánto le importaba Lucas, sino hasta que lo perdió. Ahí empezó el viacrucis.

– ¿Tú sabes cómo murió mi tía? -avanzó Leonor, echándose sin más sobre el terreno sombrío.

– Murió de una embolia -dijo Carmen Ramos. -Un derrame cerebral.

– ¿A los veintinueve años?

– Es lo que dice tu familia y no hay por qué dudar -dijo Carmen Ramos. -Ellos estuvieron cerca. Ahora, antes de eso, lo que padeció fue una anorexia nerviosa. Esto sí me consta, porque se parece a lo que yo vi. Pero en realidad no sé de qué murió Mariana. Sé lo que pasó antes, cómo se fue enfermando, pero no cómo acabó.

– Cuéntame entonces cómo se fue enfermando. ¿Qué pasó?

– Pasaron muchas cosas raras -musitó, lentamente, Carmen Ramos. -Todas vinculadas a Lucas Carrasco. Lucas fue el único hombre que le importó de veras a Mariana, pero no se dio cuenta de eso sino muy tarde, cuando ya lo había herido de más y él se había ido y lo de ellos se había roto por el centro. Entonces, a Mariana le dio por recuperar a Lucas, se le volvió una obsesión recuperarlo. Bajó la cortina de los galanes y se puso a trabajar en sus investigaciones como monja, casi un año. Pensaba que Lucas notaría eso y que iba a gustarle, porque siempre tuvo con Lucas una especie de complejo intelectual. Lo sentía muy por encima de ella intelectualmente. Decidió probarle que su vocación intelectual era también genuina y que ella podía ser su pareja también en ese campo. Trabajó como burra, con un amigo del instituto, en una bibliografía absurda e interminable sobre los indios de México. Y empezó una historia sobre ese tema.

– ¿Con Ángel Romano? -preguntó Leonor.

– Creo que sí -dijo Carmen Ramos. -¿Lo conoces?

– Lo fui a ver a la universidad, porque me encontré el libro en la casa.

– Un buen tipo. Hace tiempo que no lo veo. -Me habló bien de ti-dijo Leonor. -Fue el que me dio tu teléfono.

– Vaya. Pensé que había sido Cordelia. -Con mi tía Cordelia estoy peleada. Pero sígueme contando. Mariana se puso a trabajar y qué pasó.

– Bueno, su estrategia dio resultado. No sé cómo, pero funcionó. Una noche, ya noche, bajó a tocarme la puerta. "Dame lo que tengas de beber", me dijo. "Hielos y todo. Rápido." "¿Qué pasa", le dije. "Vino Lucas y quiere un trago", me dijo.

"¿Así nada más?", le dije. "¿Vino y quiere un trago?" "Sí, así nada más. Apúrate, antes de que se arrepienta." Había venido Lucas a buscarla con el pretexto de que le dedicara el libro. Estaba un poco borracho, pero en realidad vencido otra vez por Mariana. Se quedó toda la noche, hasta bien entrado el día siguiente. Como a las doce bajó tu tía, despeinada, ojerosa y radiante. "Quiero tener un hijo de ese cabrón", gritó. "Un hijo igualito a él, que lo reproduzca exactamente. Y es lo único que quiero en la vida: reproducirlo, ¿me entiendes? Reproducirlo tal cual, carajo." Si te digo que me dio envidia, te diría poco. Era como si Mariana hubiera pasado a otro nivel, como si se hubiera instalado en otro mundo, un mundo al que yo no tenía acceso, ni podría tenerlo.

– ¿Se arreglaron? -preguntó Leonor.

– Se arreglaron -asintió Carmen Ramos.

– ¿Y volvieron a verse como antes?

– Como antes, no. Lucas estuvo probando, no regresó de inmediato. Andaba arisco, lastimado, calculando sus terrenos. Y también, pienso yo, castigando un poco a Mariana, haciéndola pagar por su falta previa. Pasaron dos días de su reencuentro, y no regresó. Cuatro días, y tampoco. Mariana estaba como loca, te imaginarás, conteniéndose pero como loca, haciéndose cábalas sobre qué pasaría y por qué la hacían pasar del paraíso al limbo sin siquiera un mensaje intermedio. De pronto, al quinto día, Lucas se apareció de nuevo y se quedó todo el fin de semana con Mariana, en su departamento. Luego se fue otra vez, y ahora anduvo ausente quince días. Mariana aguantó el nuevo estilo sin entrar en explicaciones. Finalmente, como a los seis reencuentros, empezaron por fin a verse con cierta normalidad, cada tercer día, a veces diario, y pasaban juntos los fines de semana. Todo parecía más que normal, una normalidad casi conyugal, que duró bastante tiempo. Para Mariana y Lucas, bastante tiempo quiere decir dos o tres meses, al cabo de los cuales, sin aviso previo, así nomás, de pronto, Lucas desapareció.

– Pero por qué -dijo Leonor.

– Por cabrón, mi hijita. Porque así son los hombres: unos mentecatos. Más proclives al amor propio que al amor. No entienden cuando los amas ni cuando los engañas. En el fondo, no entienden nada. Mariana se hizo a la idea el primer mes, pero para el segundo empezó a penar. Un día vino y me dijo: "No puedo tragar." "¿Por qué, qué te pasa?". "No puedo tragar, te digo. Llevo dos días con la garganta cerrada y sólo puedo pasar líquidos." "Estás histérica", le dije. "Vamos a echamos un trago y a olvidamos del tal Lucas." Me dijo que no. Pero dos o tres días después pasó y me dejó una nota tras la puerta diciendo que sí. Subí por ella y le dije: "Nos damos un baño largo, nos secamos el pelo con pistola y nos vamos con el pelo suelto a donde sea. ¿De acuerdo?" Eso quería decir entre tu tía y yo que íbamos por la calle con las dos melenas al aire, la suya castaña y la mía negra, desafiando al mundo. Las solas melenas eran el llamado de la manada, ¿me entiendes? Era como ir encueradas, en nuestros tacones altos, marcando el golpe del pelo a la vista de todos. Nos arreglamos con los pelos así de sueltos y nos fuimos al bar donde cantaba Cordelia, allá por Coyoacán. Apenas nos sentamos con nuestros daiquiris, que nos parecía el trago más pirujo y ligador posible, se aparecieron dos galanes como mandados a hacer, altos, guapos y dispuestos a la fiesta hasta que terminara. Fuimos de bar en bar, bailando y bebiendo hasta muy noche y luego a nuestros departamentos. Fue una noche memorable porque Federico, con quien yo me emparejé, resultó después mi marido por cinco años. El galán de Mariana, cuyo nombre no recuerdo, fue también inolvidable, pero por razones muy distintas. No bien se habían acomodado en la recámara de Mariana, cuando ¿quién crees que toca la puerta?

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