Литмир - Электронная Библиотека
A
A

Que lo último que vio fue cómo el joven cruzaba corriendo Máximo Aguirre para meterse por Juan de Ajuriaguerra, perdiéndole de vista.

Que cree que reconocería al joven, ya que se considera buen fisonomista, pero no está completamente seguro porque era de noche y había una buena distancia.

Que no tiene más que manifestar, firmándola en prueba de su conformidad, una vez leída esta su declaración, en unión del señor instructor, de todo lo que como secretario CERTIFICO.

DILIGENCIA/ Se extiende para hacer constar que habiendo sido examinados los archivos de esta Brigada por el testigo arriba epigrafiado, no reconoce ninguna de las fotografías que se le han mostrado como pertenecientes a la persona que mató a un hombre inidentificado en el Puente de Deusto. CONSTE Y CERTIFICO.

DILIGENCIA DE TERMINACIÓN Y REMISIÓN/ En este estado las presentes, y no habiendo otras de carácter urgente que practicar, se dan por concluidas a las cinco horas veinticuatro minutos de la fecha de su iniciación, remitiéndose las mismas al ilustrísimo señor magistrado-juez del Juzgado de Instrucción nº 3, remitiéndose asimismo copia de lo actuado al Ministerio Fiscal. CONSTE Y CERTIFICO.

TRANSCRIPCIÓN DE LA CONVERSACIÓN TELEFÓNICA DEL DÍA 3 DE OCTUBRE DE 1993 ENTRE EL INSPECTOR CON NÚMERO DE CARNÉ PROFESIONAL 13.240 Y EL TENIENTE DE LA POLICÍA DE BOISE (IDAHO) CLARK O'MALLEY

/ Se extiende por el inspector a que se refiere el título, para su unión provisional a las diligencias hasta la recepción oficial de la documentación pertinente. La traducción del idioma inglés en el que se ha realizado originalmente la conversación, la ha efectuado el propio inspector.

– ¿El señor Merino? ¿Inspector Merino? Soy Clark O'Malley, de la policía de Boise.

– Encantado de saludarle. Ha llamado más pronto de lo que esperaba.

– Es lo menos que podemos hacer entre compañeros. Además ha habido suerte, porque creo que hemos conseguido lo que usted nos pedía. Hoy mismo les enviaremos copia de toda la documentación que obra en nuestro poder, pero si lo prefiere le digo ahora, por teléfono, los datos más interesantes.

– Se lo agradecería enormemente.

– Para ser rápido, ya que andamos con problemas presupuestarios y el teléfono es caro, supongo que a ustedes les pasará lo mismo, querido amigo, tengo que admitir que fue bien fácil, gracias a la etiqueta del gorro que llevaba. Nos personamos en la Basque House de nuestra ciudad y, aunque no era residente, le reconocieron en seguida. Su nombre era Tomás Zubia, aunque tenía nacionalidad norteamericana, y había nacido en Bilbao el 4 de febrero de 1918. Estaba jubilado y había trabajado como profesor de español en un colegio privado de Nueva York, donde residía. Si quiere más datos se los puedo dar.

– No, gracias, por ahora no es necesario. Con esto es suficiente para empezar a trabajar. ¿Cuándo cree que nos llegará la documentación?

– Supongo que esta misma semana.

– En ese caso sólo me queda agradecerle sinceramente sus gestiones y ofrecerme por si necesita algo.

– No hay nada que agradecer, ya le he dicho que es lo menos que se puede hacer entre compañeros. Hasta la próxima y, como dicen en México, quede usted con Dios.

– Lo mismo le deseo y, de nuevo, gracias.

Cuando Rojas acabó de leer el expediente pensó que el comisario era un auténtico cabrón. Una oportunidad de lucimiento, había dicho. ¡Valiente oportunidad! No había nada que hacer. O efectivamente había sido un navajero, un macarra de mierda, o si había sido asesinado por motivos relacionados con su profesión, nunca conseguiría descubrirlo. Pero le habían ordenado encargarse del caso y obedecería las órdenes, con paciencia y disciplina; sobre todo, con mucha disciplina.

17

Cuando abandonó la Jefatura Superior de Policía de Bilbao, Frank Gómez, convertido de nuevo en James Goldsmith, regresó al caserón en el que había establecido su base de operaciones. Había grabado sus conversaciones con el comisario Manrique y el inspector Rojas y tenía prisa por volcarlas al ordenador. Una vez hecho esto las repasó con calma y observó, con satisfacción, que sus nuevos colaboradores no sabían nada de nada. El comisario estaba dispuesto a comer en su mano, y el inspector, aunque tal vez fuera más hostil y perspicaz, se veía maniatado por su superior. Tendría que controlarle, pero no era verosímil que le planteara muchos problemas. Todo lo contrario, se le veía lo suficientemente inteligente como para desbrozarle el camino. Luego, una vez cumplida su función, ya se encargaría él de reconducir, en caso de necesidad, la situación.

Feliz y relajado con estos pensamientos volvió a sumergirse en el CD-Rom que le había proporcionado Cameron DeFargo. Ahí debía de estar la solución al asesinato de Tomás Zubia si, como sospechaba el viejo aristócrata sureño, su muerte no había sido un simple accidente. A Goldsmith le hubiera gustado conocer qué opinaría Rojas en caso de tener acceso a esa información, pero nunca sabría la respuesta. Ésa era información confidencial a la que, por el momento, nadie más que él tenía acceso. Sí, ahí debía de estar la solución y, sin embargo, tenía la sensación de que faltaba algo, como si el viejo y zorruno dirigente de la CIA no le hubiera proporcionado todos los datos.

Introdujo de nuevo el disquete en su ordenador y buscó la entrevista que Tomás Zubia había tenido en Nueva York con el alto mando del ejército y del espionaje de Estados Unidos en los momentos más álgidos de la guerra. Constituía un documento sonoro por el que más de un periodista e investigador hubiera ofrecido media vida. El compact-disc reproducía con fidelidad absoluta y con un sonido mucho más depurado la conversación sostenida entre Tomás Zubia y varios representantes del Gobierno de Washington. Goldsmith reconoció la voz del general Eisenhower y asimismo escuchó las del subsecretario de Estado Vernon Oaks, la de Glenn Connor, un oficial de inteligencia sin cargo específico alguno, que era la conexión entre el poder político y los servicios de información, la del doctor Randoll, un psicólogo especialista en contrainteligencia y la del propio Cameron DeFargo, que al parecer se limitó a presentar a Tomás Zubia a sus interlocutores y mantuvo posteriormente un absoluto silencio. Goldsmith lamentaba que no se hubiera filmado aquella entrevista porque estaba seguro de que los silencios de DeFargo habían sido mucho más expresivos que las palabras de los asistentes.

Sumido en esos pensamientos conectó el audio y se puso a escuchar, por enésima vez, la cinta de aquella reunión, intentando comprender qué tenía que ver la segunda guerra mundial con la muerte, a manos de un navajero, de su antiguo jefe.

ENTREVISTA EFECTUADA A TOMAS ZUBIA, AGENTE DE CAMPO EN MADRID (ESPAÑA), POR EXPERTOS DEL EJÉRCITO Y DEL SERVICIO DE INTELIGENCIA. CINTA Nº 1.

Cameron DeFargo: Buenos días, señor Zubia. Póngase cómodo. Tal vez conozca a alguno de los presentes, pero por si acaso no fuera así me voy a permitir el placer de presentarlos. Junto a mí está el general Eisenhower, al que indudablemente habrá reconocido. Estos caballeros son, respectivamente, los señores Vernon Oaks, Allister Randoll y Glenn Connor. Los otros tres caballeros que están a su espalda son, como ya se habrá imaginado, hombres de Seguridad. Sabemos que no es necesaria su presencia, pero las normas son las normas.

Tomás Zubia: Lo entiendo perfectamente, señor.

General Eisenhower: Aunque todos los presentes hemos tenido acceso al informe en el que narra las peticiones que le hizo el coronel Vonderschmidt no hace mucho, nos gustaría que nos contara de viva voz la reunión, por si alguno de los presentes considera útil hacer algún tipo de pregunta o acotación.

30
{"b":"100269","o":1}