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Tomás Zubia: Como usted ordene, mi general. No sé si ustedes estarán enterados del incidente que tuve con el coronel Vonderschmidt cuando me propuso que asesinara a una de las prostitutas con las que habitualmente manteníamos relaciones. Bueno, el caso es que salí bastante airoso del problema, y el coronel aprovechó para manifestarme, de un modo un tanto misterioso e intrigante, que ya era el momento de hacer cosas más serias, y me citó para el día siguiente en su despacho de la embajada alemana, a la que, hasta el momento, nunca había acudido. Intrigado por esta novedad y considerando que seguramente asistir era vital para poder cumplir con la misión que se me había asignado, a las nueve en punto de la mañana del día fijado entraba por la puerta de la embajada. Todo el personal debía de estar al tanto de mi visita, pues se me trató con una deferencia inhabitual. Sólo les faltó extender una alfombra roja a mi paso. No sé qué habría dicho sobre mí el coronel, pero estaba claro que el efecto de sus palabras había sido totalmente favorable.

»Cuando entré en su oficina, Reiner Vonderschmidt se encontraba hojeando unos papeles. Su atuendo y su aspecto eran impecables. Nada en su aspecto de oficial prusiano delataba que la noche anterior había trasnochado y bebido en exceso. Ni el más mínimo atisbo de ojeras o resaca se traslucía en su cara. Al verme, su adusto aspecto natural se transformó y esbozó lo que quería ser una sonrisa.

«-Siéntate, querido amigo -dijo mientras posaba sobre la mesa los papeles que había tenido en la mano-. Ayer no te dije gran cosa porque no era el lugar indicado, pero no te engañé al comentarte que ya era hora de que trabajáramos en serio.

»-Yo siempre he trabajado en serio -repliqué al tiempo que tomaba asiento- y a las pruebas me remito. Todos los negocios que hemos emprendido en común han sido un rotundo éxito.

»-En ningún momento he dicho lo contrario, pero comerciar en carne o vinos, sin estar mal y ser necesario, no es lo que más contribuye a la gloria y fortaleza del Reich. Ha llegado el momento de pasar a hacer cosas más interesantes.

»-Ya sabes que puedes contar conmigo para lo que quieras.

»-¿Qué es lo que sabes acerca del uranio?

»-Nada de nada, ¿por qué?

»-El uranio -respondió Vonderschmidt- es un producto escaso y, cuando está enriquecido, de composición inestable, que hasta ahora no ha tenido una utilidad excesiva, pero recientemente se han descubierto sus posibilidades para usos industriales. Con su ayuda, el esfuerzo bélico podría mejorar bastante y acercar el final de nuestra ineludible victoria.

»-Parece interesante. ¿Cuál sería nuestra función?

»-Como te he dicho antes, es un bien escaso que, desgraciadamente, no se encuentra en los territorios del Reich ni de sus aliados y al que las potencias enemigas están bloqueándonos el acceso.

»-Comprendo.

»-Según tengo entendido, el consorcio que maneja tu tío tiene participación, e incluso mayoría, en empresas radicadas en Estados Unidos y otros países con los que estamos en guerra. Además, por lo que alguna vez me has explicado, en muchas de esas empresas es casi imposible detectar quiénes son sus verdaderos dueños.

»-Todo eso es cierto.

»-Pues bien, aquí es donde tú puedes intervenir. Tienes que conseguir, a través de alguna de esas sociedades como tapadera, que se nos facilite el acceso a las fuentes del uranio.

»-No va a ser fácil. Si con ello se puede colaborar en los esfuerzos bélicos, no creo que las autoridades de las potencias aliadas permitan que ponga mis manos en ese producto.

»-No te he dicho que sea fácil, pero tienes que intentarlo. El futuro del Reich podría estar en juego -dijo en tono solemne el coronel de las SS.

»Éste fue, más o menos, el tenor de nuestra conversación. No puedo asegurar que sea una repetición literal y exacta de lo hablado, pero sí que el contenido concuerda totalmente con lo que acabo de decirles y que hace unos días expresé en el informe que envié a mis superiores.

General Eisenhower: Hemos leído con mucho detenimiento sus informes, joven, y tenemos que felicitarle. Ha hecho usted un buen trabajo.

Tomás Zubia: Gracias, señor.

General Eisenhower: Su hoja de servicios es intachable y su dedicación al triunfo, en esta maldita guerra, de los valores democráticos, evidente. Sin embargo, en su último informe ha mencionado algo que puede ser trascendental para la finalización de la contienda: el deseo de los alemanes de obtener uranio. ¿Qué sabe usted sobre el uranio, señor Zubía?

Tomás Zubía: Nada, mi general. Era desconocido para mí hasta que me habló de ello el coronel Vonderschmidt.

Vernon Oaks: ¿Simpatiza usted con ese coronel?

Tomás Zubía: Para nada, señor. La índole de mi trabajo ha hecho que esté en la necesidad de tener muy buenas relaciones con él, de amistad incluso, pero eso no es más que una tapadera. No tengo nada que ver con esa gentuza.

Allister Randoll: Estése tranquilo, señor Zubía. El señor Oaks ha sido informado de su absoluta lealtad y dedicación, y en ningún momento ha querido insinuar lo contrario.

Vernon Oaks: Por supuesto que no, sólo quería conocer hasta qué punto ha entrado usted en la personalidad del coronel.

Tomás Zubía: Es difícil describirlo. Quizá si no fuera nazi sería una persona tratable, pero su ideología lo impregna todo en su vida. Está entregado a su causa con furor. Aunque no tiene título, es descendiente de la pequeña nobleza prusiana y alardea de ello.

Allister Randoll: ¿Es corrupto?

Tomás Zubía: En todos los negocios que hemos realizado se ha beneficiado personalmente, pero si se refiere usted a si se le puede atraer a nuestro lado, creo que no, yo por lo menos no me arriesgaría a intentarlo. Cuando dice que daría a gusto su vida por su Führer y por su Reich es totalmente sincero.

General Eisenhower: ¿Y confía en usted?

Tomás Zubía: Creo que sí, por lo menos todo lo que él puede confiar en alguien que ha tenido la desgracia de no ser alemán.

General Eisenhower: Cuando le propuso que les proporcionara una partida de uranio, ¿no le explicó para qué lo querían?

Tomás Zubía: Todo lo que me contó está en el informe, mi general. Me dijo que era un producto que contribuiría al esfuerzo bélico, pero insinuando que su aplicación era meramente industrial.

Allister Randoll: ¿Ha oído usted hablar del Proyecto Manhattan alguna vez?

Tomás Zubía: Nunca, señor.

Allister Randoll: ¿Tampoco de labios del coronel Vonderschmidt?

Tomás Zubía: Tampoco, señor.

General Eisenhower: Bien, señores, por mi parte creo que nuestro interlocutor está siendo sincero y que se puede confiar en él, ¿no les parece? Señor Zubía, dentro de diez días volverá a Madrid. Lo que ha hecho hasta ahora no tiene nada que ver con lo que tendrá que hacer de ahora en adelante. El peligro que va a sufrir es inmenso, pero es usted la única persona que puede enfrentarse a la misión que le vamos a encomendar con un mínimo de posibilidades de éxito. Si fracasa, su muerte es segura, pero si triunfa, cambiará el curso de la guerra. Ahora, acompañe al señor DeFargo, que le pondrá al corriente de todo. acompañe¡Y que Dios le bendiga!

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