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Capítulo 13: Tanques en la puerta

«Cien batallas, armadura de oro, arena amarilla, no volverán hasta que haya tomado la torre.»

Wang Shangling, siglo viii

Era un día perfecto para una boda. Sobre la plaza de Tiananmen, el cielo estaba despejado como un cristal de color azul pálido, frío e impecable. El sol se había alzado por encima de los tejados grises del viejo Pekín y en aquellos momentos brillaba sin impedimentos sobre la magnífica torre de Tiananmen, la Puerta de la Paz Celestial. Frente a ella, ocho blancos puentes de piedra se arqueaban por encima del río de Aguas Doradas como los brazos de una madre que se tendieran para abrazar a sus hijos en la plaza.

La ley marcial llevaba una semana en vigor. Los miles de manifestantes en huelga de hambre habían concluido su ayuno, pero seguían negándose a abandonar la plaza de Tiananmen. Cada día acudían a ella cientos de miles de nuevos estudiantes que proveían de comida, agua y mantas a sus compañeros o, simplemente, para mostrar su apoyo u ocupar el lugar de los amigos necesitados de descanso. Desde lejos, la plaza de Tiananmen ofrecía el aspecto de un agreste jardín, con banderas rojas y pancartas blancas.

Tanto la novia como el novio eran estudiantes de posgrado. Ella llevaba el cabello recogido en un moño y vestía un Qingpao rojo sin mangas, el largo y ceñido vestido tradicional chino, de cuello alto y con unos cortes laterales. Sostenía con timidez un ramillete de flores rojas entre cientos de espectadores e innumerables cámaras de reporteros. El rojo es el color de la suerte y la felicidad en China. El novio llevaba un traje gris que no era de su medida. Detrás de ellos, en medio y por encima de la puerta central de Tiananmen, se había colocado una sábana sucia que cubría el gigantesco retrato de Mao Zedong. Por primera vez en la historia de la República Popular, alguien se había atrevido a arrojar tinta sobre el retrato de Mao.

El novio dio un paso adelante y carraspeó antes de hablar por el micrófono.

– Hoy hemos venido a la plaza de Tiananmen para contraer matrimonio en unos momentos en los que nuestra patria pasa por la más crítica lucha de una generación. Queremos compartir nuestra felicidad con nuestros compañeros estudiantes que están en la plaza, que han desafiado la ley marcial para continuar su protesta. ¡La esperanza de China está aquí, ante nosotros!

La multitud respondió con un estruendoso aplauso. Animado, el novio aumentó el tono de la voz y prosiguió:

– Hoy nos declaramos nuestro amor y devoción mutuos, así como hacia nuestra madre patria. ¡Juntos lucharemos por el mañana de nuestro país, juntos veremos la victoria y una China mejor!

La muchedumbre volvió a aplaudir. Entonces Wuerkaixi, el dinámico y franco estudiante de diecinueve años, líder de la Universidad Normal de Pekín, les dio la enhorabuena. En las bodas chinas, la enhorabuena la da un anciano del pueblo o un invitado especial. Wuerkaixi se había ganado fama nacional e internacional por haber rebatido a Li Peng durante la reunión televisada del 18 de mayo.

Felicitó a la pareja y relacionó su feliz matrimonio con el futuro de China. Su valentía, declaró, demostraba al gobierno y al mundo que los estudiantes no tenían miedo.

Para entonces, los ánimos de la muchedumbre estaban muy exaltados. La gente aplaudía cada frase de Wuerkaixi. Después, un amigo de la pareja trajo una botella de Wuliangye, el mejor vino de arroz chino, y llenó dos vasitos. Los recién casados tomaron los vasos y bebieron. A su espalda se soltaron dos palomas blancas que alzaron el vuelo.

La multitud empezó a entonar canciones revolucionarias, instando a la pareja a que bailara. Yo, de pie entre el gentío, aplaudí y vitoreé. Pensaba en mi propia boda con Eimin. Hacía dos días habíamos recibido nuestro libro rojo, nuestro certificado de boda. Aquello era lo único que certificaba nuestra unión. No hubo boda, ni celebración, y no se lo dijimos a nadie aparte de a nuestras familias: a la mía por teléfono y a la suya por carta. Mis padres no hicieron ningún comentario.

Después de la última vez que vi a Dong Yi, la tarde de nuestra visita al profesor Fang, había pensado mucho sobre la secuencia de acontecimientos en mi vida durante los últimos tres años. Cuanto más recordaba la indecisión que había presidido mi relación con Dong Yi y las dudas que albergaba mientras estuve con Yang Tao, más segura me sentía de mi decisión de casarme con Eimin. La lección que saqué de las oportunidades perdidas y el amor imposible fue que la vida continuaba; no podía enmendar lo sucedido en el pasado ni cambiar las decisiones que había tomado, pero aún había adoptado una nueva decisión y era de esperar que aquella vez las consecuencias fueran mejores. La pareja que tenía allí delante tendría que vivir con la decisión que había tomado aquel día, de la misma manera que las decenas y miles de estudiantes que llenaban la plaza a mi espalda habrían de vivir arrastrando las consecuencias de sus decisiones.

La única duda que subsistía en mi mente cuando sostuve el libro rojo surgió al preguntarme cuál sería la decisión final de Dong Yi, aunque me extrañaba que hubiese optado por dejar a Lan. Dong Yi no era de los que eludían sus responsabilidades, pero sabía que si alguna vez había considerado hacerlo, me habría ido a ver para hablarme de ello. Tal vez hubiera estado ocupado, como él decía, con gente a la que ver y cosas que planear; pero aun así, lamentaba que no hubiésemos tenido más tiempo para hablar. Eso hubiera hecho que me sintiera mejor sobre mi actuación, aunque me imaginaba que no habría cambiado nada.

La boda fue el punto culminante del día, una muy necesaria inyección de ánimo para la moral de la plaza. Desde la finalización de la huelga de hambre, el Movimiento parecía haber perdido mucho el norte. En aquellos momentos no estaba claro qué pretendía conseguir el Movimiento, ni por qué medios ni con qué fin. Los estudiantes provenientes de las provincias, que tenían la sensación de haberse perdido toda la emoción de la huelga de hambre, pretendían quedarse en la plaza hasta la reunión del Congreso Nacional del Pueblo, programada para el 22 de junio. Los estudiantes de Pekín estaban cansados, confusos y decepcionados, dispuestos a emprender un nuevo plan de acción y deseosos de abandonar la plaza. Se nos dijo que la Asociación Autónoma de Estudiantes había votado a favor de la retirada. Pero unas horas más tarde, la decisión se revocó. Un par de días después, la votación dio otro resultado diferente.

Muchos de los dirigentes del Movimiento, incluidos intelectuales destacados, habían pedido una retirada inmediata de la plaza. Opinaban que los estudiantes ya habían dicho lo que querían y que no se conseguiría nada si se proseguía con la confrontación. En lugar de eso, invitaron a los estudiantes a que volvieran a las aulas y persiguieran entonces los objetivos del Movimiento, democracia y libertad, por medios pacíficos y políticos. Pero otros, entre los que se contaba Chai Ling, creían que una retirada en aquel momento, sin que se hubieran satisfecho del todo sus exigencias, supondría un suicidio político. Las concesiones que habían obtenido del gobierno -como el diálogo o que la mejora de la educación se estableciera a nivel del gobierno local- se perderían. Si los estudiantes abandonaban voluntariamente la plaza de Tiananmen, ello permitiría también que el gobierno se atribuyese la victoria, y entonces nada cambiaría en China.

Aquella tarde, en su pequeña habitación situada en el mismo piso que la de Eimin, Li escuchó con sumo interés mi descripción de la boda. A medida que le explicaba las reacciones de la multitud, empecé a darme cuenta de que la ceremonia no sólo había proporcionado entretenimiento a todas las personas que había en la plaza, sino que también había contribuido a recordarnos por qué habíamos acudido a la plaza de Tiananmen, aspecto que parecía habérsenos olvidado con el ajetreo de las luchas diarias.

– ¡Qué idea tan maravillosa la de contraer matrimonio en la plaza! -suspiró Li-. Ojalá hubiera estado allí para verlo, o aún mejor, supongo, ojalá yo pudiera hacer lo mismo.

– ¿Estás pensando en casarte?

– Todavía no. Pero hemos hablado de ello. -Sonrió al tiempo que inclinaba levemente la cabeza-. No sé si se trata simplemente del momento por el que estamos pasando, todo es emocionante y esperanzador. Pero yo sólo quiero dar, hacer feliz a alguien, crear un mañana mejor. ¿A ti te pasa lo mismo?

– No lo sé. Quizá no tanto como a ti, pero yo sí me he casado -dije; al fin y al cabo, aquel era un momento tan bueno como cualquier otro para contárselo a Li.

– ¡Dios mío! -casi dio un salto de la silla-. ¿Con Eimin? ¿Y cuándo fue eso?

– Hace un par de días.

– ¡Felicidades! -Li se acercó y me dio un abrazo-. ¿Cómo lo celebrasteis? ¿Con un banquete?

– No, no hemos hecho nada. Claro que, si lo hacemos algún día, no dudes de que estarás invitada. Tal vez cuando termine todo esto.

– ¡Qué maravilla! -Volvió a sentarse en la silla, esquivando los diversos montones de papel, periódicos y panfletos que había en el suelo-. Todavía no puedo creerme lo que oigo. Felicidades, Wei. El matrimonio es todo un acontecimiento en la vida de una persona. Me alegro muchísimo por ti. Lo que pasa es que me ha sorprendido enterarme, y no porque no hagáis buena pareja. Creí que te gustaba alguien del departamento de física. Pero ahora todo tiene sentido, no me extraña haberte visto por aquí con tanta frecuencia últimamente.

– Con la persona de físicas ha terminado todo.

Quería cambiar de tema. Las preguntas de Li me empezaban a incomodar. Sus comentarios hechos de pasada alimentaban mis dudas.

– ¿Para qué son estos papeles? -le pregunté al tiempo que señalaba los montones que había a sus pies.

– ¡Ah! Son para mañana. Nos vamos a las montañas del oeste. Ayer llegó allí un centenar de tanques, pero los estudiantes de la Universidad de Idiomas de Pekín los detuvieron. Ahora esos estudiantes necesitan ayuda.

Me pasó el periódico que había en lo alto de un montón. Era un ejemplar de hacía diez días del Diario de la Juventud de Pekín, el periódico oficial de la Liga de Juventudes del Partido Comunista Chino.

– A muchos de los soldados no se les ha dicho la verdad sobre el Movimiento Estudiantil. Les han ordenado que vengan a Pekín para «sofocar los disturbios avivados por un pequeño grupo de anarquistas». Hemos logrado reunir estos periódicos. Fueron publicados antes de que el gobierno censurara la cobertura veraz del Movimiento. Si no creen lo que les decimos, tendrán que creer los periódicos oficiales.

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