– Durante un rato los soldados no podían avanzar ni tampoco retroceder. Al final, después de que el cabo prometiera que no harían daño a los estudiantes, la multitud ha dejado que se retirasen.
El profesor Fang se inclinó hacia delante en su asiento y le preguntó a Dong Yi cómo habían reaccionado los intelectuales de Pekín ante la noticia de la ley marcial.
Dong Yi también se echó hacia delante. A juzgar por su pose de complicidad, estaba claro que Dong Yi disponía de información especial sobre ello que el profesor Fang esperaba oír.
– Los intelectuales más destacados han exigido el levantamiento de la ley marcial y la retirada de las tropas. Los de las provincias y los de Shanghai han expresado opiniones similares. -Dong Yi hablaba con seguridad-. Los líderes de los intelectuales de Pekín también votaron por apoyar a los estudiantes hasta el final.
– ¿Cuál crees tú que será el final?
El profesor Fang miró fijamente a Dong Yi y luego desvió su mirada hacia mí.
Me dio un vuelco el corazón.
Desde que se había declarado la ley marcial, Pekín pasó por un breve período de miedo y pánico. Pero pronto fue reemplazado por la rebeldía y por una sensación de invulnerabilidad. Cuantas más eran las tropas de la ley marcial a las que los estudiantes conseguían impedir la entrada en la ciudad, mayor era el ánimo de la gente. A veces parecía que los estudiantes serían capaces de enfrentarse al poderoso ejército chino.
Pero la pregunta de qué ocurriría al final siempre flotaba en el aire. Lo que sucedía es que nadie quería formularla, ni se atrevía a hacerlo. Había intentado no pensar en ello. La palabra «final» me asustaba; la posibilidad de un desenlace espantoso me atemorizaba aún más.
Miré a Dong Yi, en cuyo rostro no se advertía la menor señal de miedo. Más que nunca quería oírle hablar y deseaba que, como siempre, me proporcionara un refugio y dijese algo que disipara mis temores.
– Por eso precisamente he venido hoy aquí -dijo Dong Yi.
«Así pues, él no ha negado la idea del final, tal como hemos hecho la mayoría», pensé.
– Nos preguntábamos si podría exponer a los estudiantes su opinión acerca de la situación actual y respecto a lo que podría ocurrir en días venideros. Creo que tenemos que empezar a pensar en ello y a planear nuestras estrategias en consecuencia. Hemos de ser valientes, pero también realistas.
Dong Yi planteó su petición con calma, pero me imaginé la importancia que tenía para él la respuesta del profesor Fang. No dijo a quiénes incluía en su grupo al hablar en plural, y el profesor Fang no parecía necesitar que se lo explicara. Nunca tuve oportunidad de preguntarle a Dong Yi sobre ello. Pero conociendo el tipo de actividades a que se dedicaba y las personas con quien se había estado relacionando, me figuré que debía de tratarse de gente como Liu Gang.
El profesor declinó la invitación y explicó que no le preocupaba su propia seguridad, sino la de aquellos que entraran en contacto con él. Añadió que si aceptaba, el gobierno lo tendría fácil para decir que los estudiantes de la universidad de Pekín tramaban una campaña antigubernamental y contrarrevolucionaria con Fang Lizhi. Añadió con desdén que a él ya lo habían calificado de «la mano negra que hay detrás del Movimiento Estudiantil».
Ahora bien, el profesor Fang nos ofreció su análisis de la situación. Dong Yi quiso anotarlo, pero él le dijo que no, que era más seguro no tener nada por escrito.
Al cabo de una hora nos despedimos. Mientras desenganchábamos del soporte el candado de las bicicletas, miré hacia el coche aparcado. Me pregunté si la policía secreta sabía que habíamos visitado al profesor Fang Lizhi. ¿Nos darían el alto y nos interrogarían? ¿Nos arrestarían por quebrantar la ley marcial?
Había caído la noche en Pekín y las aceras estaban vacías. Con la luz de las farolas, nuestras bicicletas proyectaban unas sombras alargadas mientras recorríamos las calles y el único ruido que se oía era el chirrido de los pedales. Cuanto más nos acercábamos a una farola, más cortas eran nuestras sombras, y en el instante en que la luz caía directamente sobre nosotros, aquéllas desaparecían del todo. Inmediatamente empezaba a extenderse otra sombra, en esta ocasión ante nosotros. Luego nos sumíamos en la más completa oscuridad. Fuimos deprisa y no hablamos entre nosotros; mirábamos constantemente hacia atrás para ver si nos seguían. El corazón no dejó de latirme como un tambor durante todo el trayecto, con el continuo temor de que nos parasen antes de llegar a la puerta de la universidad. Pero no fue así.
Dong Yi no podía quedarse. Se tenía que ir para informar sobre su visita al profesor Fang. Nos despedimos en la puerta sur. El frondoso sendero frente a nosotros se extendía recto como un cuchillo que penetrara en el corazón del campus. Volví a rebuscar en mi bolsa y en aquella ocasión encontré la carta de Ning. Se la di.
– Tengo que irme en seguida. Me están esperando. -Volvió a montar en su bicicleta-. ¿Tienes algo nuevo que contarme?
– Nada importante -mentí.
Tenía que irse. Sucedían grandes acontecimientos a nuestro alrededor. Yo tenía que esperar, pero no quería esperar más. Mi corazón ya no podía soportar el sufrimiento de la espera.
– Hablaremos pronto, Wei.
Dio la vuelta, me dijo adiós con la mano y se fue a toda velocidad.
Cuando se perdió de vista en la noche azul me pregunté cuándo sería «pronto», cuándo volvería a verle y podríamos hablar sobre el futuro. Pero si anteriormente ya no pudo hacerle daño a Lan, pocas posibilidades había de que la dejara ahora; ¿o sí las había? Era hora ya de aceptar que lo de Dong Yi y yo -lo nuestro- no era, de momento, más que un sueño.
El crepúsculo se acercaba tenuemente en la distancia, como una canción de cuna al término de un hermoso día. Pero ya no había tiempo para decir nada de todo cuanto no nos habíamos dicho. La esperanza me abandonaba y tenía la sensación de que aquella muerte de la esperanza sería larga y lenta. Era una sensación parecida al aspecto que tienen las hebras de seda cuando son extraídas de los empapados capullos hilados por los gusanos.