No obstante, esa noche la quietud no duró, pues una algarabía invadía su cerebro. Preguntas enojadas, preguntas directas, exigencias, instrucciones. Todo ello y además el mensaje de Hazelwood en el contestador. Estaba tan cansada…
Kovac lo sabía.
Solo era cuestión de tiempo. En el fondo, siempre lo había sabido. En lo más hondo de su corazón había anhelado algo más, un pliegue temporal donde los acontecimientos quedaran atrapados, contenidos, separados, aislados. Qué hermosa idea. Ojalá. Pero el pasado era venenoso, indomable, siempre deseoso de transgredir las barreras que ella había erigido.
Cerró los ojos y conjuró una imagen, el recuerdo lejano de sentirse segura y protegida. Había deseado con tanta intensidad aceptarlo. Ya no quería cargar con ese peso sobre los hombros. Estaba cansada…
Cuando abrió de nuevo los ojos, lo vio ante ella. El pánico se apoderó como un puño de su pecho mientras se preguntaba si el momento era real o imaginario. Últimamente sufría las pesadillas con tal frecuencia que cada vez resultaba más difícil distinguir ambas esferas.
El hombre permaneció entre las sombras, impasible, silencioso, el cuello del abrigo vuelto hacia arriba. El terror se adueñó de ella.
– Eres la hija de Bill Thorne -dijo el hombre antes de apuntarla con un arma.