– Efectuaremos lo que se denomina un análisis de activación de neutrones -explicó Kovac-. No importa cuántas veces se haya lavado las manos, porque las partículas microscópicas quedan insertadas en la piel a partir del disparo y tardan semanas en desaparecer.
Era un farol, una carta destinada a asustarlo. Aquella prueba solo podía determinar si una persona había estado en contacto con bario y amoníaco, componentes de la pólvora y de miles de otras combinaciones tanto naturales como sintéticas. En términos prácticos, incluso un resultado positivo poseería escaso valor forense y aun menos validez ante un tribunal, porque habría transcurrido demasiado tiempo entre el incidente y la prueba. Los abogados defensores se ganaban la vida argumentando que el tiempo equivalía a la contaminación de las pruebas, y los expertos forenses remunerados por comparecer se lo pasarían bomba cuestionando los resultados. Sin embargo, lo más probable era que Neil Fallon no supiera todas esas cosas.
En aquel momento llamaron a la puerta, y Elwood se apartó de ella. Al poco, el teniente Leonard asomó la cabeza con expresión avinagrada.
– ¿Puedo hablar con usted un momento, sargento?
– Estoy ocupado, teniente -repuso Kovac, impaciente.
Leonard se lo quedó mirando en elocuente silencio. Kovac miró a Neil Fallon y contuvo un suspiro. Si Fallon iba a confesar, sería entonces, mientras se hallara débil emocionalmente, antes de tener oportunidad de erigir un muro de protección a su alrededor.
Kovac se sentía como un lanzador expulsado del partido cuando estaba machacando al adversario. Se volvió hacia Liska.
– Bueno, parece que queda en tus manos -masculló entre dientes.
– Sargento… -instó Leonard.
Kovac salió y siguió a Leonard hasta la habitación contigua, desde donde el teniente había observado el interrogatorio por el espejo. La estancia estaba a oscuras, una sala con una ventana por pantalla de cine. Ace Wyatt estaba ante ella con los brazos cruzados, mirando a Neil Fallon a través del vidrio sucio. Permaneció unos instantes más en aquella postura antes de volverse hacia Kovac con expresión de profunda preocupación, la misma que exhibía en las vallas publicitarias distribuidas por toda la ciudad para anunciar su programa televisivo.
– ¿Por qué haces esto, Sam? -inquirió-. ¿Acaso no ha sufrido ya bastante esta familia?
– Depende. Si resulta que este mató a los otros dos, la respuesta es no.
– ¿Ha pasado algo en la autopsia que no sepa?
– ¿Por qué ibas a saber lo que ha pasado en la autopsia? -replicó Kovac en tono desafiante-. Maggie Stone no tiene por costumbre difundir esa clase de información.
Wyatt hizo caso omiso del comentario, pues estaba por encima de la curiosidad propia del policía de a pie.
– Lo tratas como si supieras a ciencia cierta que Mike fue asesinado.
– Tenemos buenas razones para ello -repuso Kovac antes de sacar las Polaroid del bolsillo interior de la americana y alinearlas sobre la repisa de la ventana-. En primer lugar, se mató sentado en el retrete. Mucha gente lo hace, pero debió de ser un coñazo para él llegar hasta allí con la silla y marcha atrás, para más inri. Fue Liska quien reparó en ese detalle. En un principio creí que no quería dejarlo todo hecho un asco para cuando lo encontráramos, pero ¿cuánto hacía que a Mike no le importaba un comino el prójimo? El arma procedía del armario de su dormitorio. ¿Por qué no se pegó el tiro ahí mismo? No creo que le importara la porquería; al fin y al cabo, su casa era una pocilga. Además, tenemos los antecedentes de Neil Fallon, su historial de problemas con el viejo, el hecho de que nos mintiera respecto a su visita a la casa…
– Pero la hora de su visita y la de la muerte no concuerdan -señaló Leonard.
– Otros factores podrían haber desplazado la hora estimada de la muerte -replicó Kovac-. Stone será la primera en reconocerlo.
– Pero ¿la autopsia no reveló nada que indicara de forma concluyente que fue un asesinato? -quiso saber Wyatt.
Kovac irguió un hombro y paseó la mirada entre las fotografías y la sala de interrogatorios. Neil Fallon estaba sentado con los codos apoyados sobre la mesa y la cabeza entre las manos. Liska estaba de pie, inclinada sobre él.
– Si esa noche sucedió algo, será mejor que nos lo cuente ahora, Neil -murmuraba en voz baja, como una amiga-. Desahóguese. Quítese ese peso de encima.
Fallon sacudió la cabeza.
– Yo no lo maté.
Su voz sonaba metálica y lejana, como si saliera del televisor instalado sobre el soporte cerca de la ventana. La cámara de vídeo de la sala apuntaba a los presentes desde un ángulo que los hacía parecer pequeños y distorsionados.
– Le pegué -confesó Fallon-, eso sí. Le pegué en la cara. Pegué a mi propio padre, que estaba en una puta silla de ruedas. Y ahora ha muerto.
– Haremos la prueba de activación de neutrones -dijo Kovac a Leonard y Wyatt-. A ver si con eso lo asustamos y nos cuenta algo más.
– ¿Y si no? -preguntó Leonard.
– Entonces me disculparé por las molestias y probaremos otra cosa.
– ¿Por qué no esperar hasta que tengamos los resultados de Stone? -terció Wyatt con el ceño fruncido-. No tiene sentido atormentar a ese hombre innecesariamente. Mike era uno de los nuestros…
– Y merece que no nos limitemos a seguir el procedimiento rutinario -lo atajó Kovac, a punto de perder la paciencia-. ¿Acaso quieres que pase del tema, Ace? ¿Quieres ir a ver a Maggie Stone para convencerla de que dictamine que también esto fue un accidente? ¿Mantenerlo todo en secreto para que la leyenda de Iron Mike siga intacta? Joder, ¿y si este desgraciado se lo cargó?
– Kovac -espetó Leonard.
Kovac se volvió hacia él con mirada furiosa.
– ¿Qué? Estamos en la brigada de Homicidios. Investigamos muertes violentas. Mike Fallon sufrió una muerte violenta, ¿y nosotros vamos a hacer la vista gorda porque creemos que se suicidó, porque los de las fotos podríamos ser nosotros dentro de cinco años? El suicidio tiene mucho más sentido para nosotros porque sabemos qué puede provocar el trabajo en un hombre, sabemos que puede dejarlo sin nada.
– Y puede que por eso quieras creer que fue otra cosa, Sam -señaló Wyatt-. Porque si Mike Fallon no se suicidó, puede que tú tampoco lo hagas.
– No. Yo no quería reconocerlo; fue Liska quien me lo hizo ver. De ser por mí, quizá lo habría dejado correr, pero Liska hizo lo correcto al seguir indagando, al plantearse el caso como cualquier otro. Están pasando demasiadas cosas para que nos limitemos a decir que es una lástima.
– Solo pretendía mostrar un poco de respeto al único miembro superviviente de la familia -puntualizó Wyatt-. Al menos hasta que la forense nos dé algo más concreto.
– Estupendo, y puede que si tuvieras vela en este entierro, te haría caso. Pero a menos que fuera un sueño, yo estuve en tu fiesta de jubilación, Ace, y lo que pienses de mi investigación es mierda y compañía.
Wyatt se puso pálido.
– Eso ha estado fuera de lugar, Kovac -recriminó Leonard, acercándose a él.
– ¿De qué lugar? ¿Del lugar donde se lamen culos? -masculló Kovac entre dientes al tiempo que se alejaba de ellos.
Gaines, el sicario de Wyatt, estaba en un rincón de la habitación, mirándolo con una sonrisilla como el chivato de la clase. Kovac le lanzó una mirada asqueada y se concentró de nuevo en la ventana.
– Si me he pasado, lo siento -se disculpó sin sinceridad alguna-. He tenido una semana espantosa.
– No -suspiró Wyatt-. Tienes razón, Sam. No tengo vela en este entierro; el caso es tuyo. Si quieres castigar a Neil Fallon y provocar una demanda contra el departamento porque en realidad necesitas ir al psicólogo, no me corresponde a mí hacer nada al respecto. Eso sí es una lástima. Ojalá las cosas fueran distintas.
– Ya, bueno, ojalá hubiera paz en el mundo y los Vikings ganen la Super Bowl mientras viva -se burló Kovac-. Ya sabes, Ace, esto de los asesinatos es una putada.
– Si es que esto es un asesinato.
– Exacto. Y si lo es, te aseguro que encerraré al cabrón que lo hizo; me da igual de quién se trate.
Dicho aquello, Kovac se volvió de nuevo hacia la ventana y siguió observando.
– ¿Es usted diestro o zurdo, señor Fallon? -inquirió Elwood.
– Zurdo.
Elwood dispuso varios frascos y bastoncillos de algodón sobre la mesa. Fallon clavó la mirada en los utensilios y se irguió en la silla.
– Pasaremos un bastoncillo empapado en una solución de ácido nítrico al cinco por ciento por el dorso de su dedo índice -explicó Liska-. No duele.
Con ademán brusco, Kovac bajó la cabeza hacia las fotografías del escenario de la muerte de Mike Fallon.
– Dios mío -murmuró mientras iba recogiendo una tras otra para examinarlas con el pulso acelerado.
– ¿Qué? -inquirió Wyatt.
Era lo que sabía que debía encontrar pero que hasta entonces no había visto. Estudió la última foto.
– Levante la mano izquierda, señor Fallon -pidió Elwood, preparando un bastoncillo.
Neil Fallon extendió la mano temblorosa.
Kovac sostuvo la fotografía contra el vidrio. Una doble imagen de padre e hijo. Mike Fallon, un cascarón muerto, ensangrentado, medio decapitado. El arma que había acabado con su vida yacía en el suelo a la derecha de la silla tras deslizarse supuestamente de su mano.
– Señor Fallon…
El tono de Elwood indujo a Kovac a alzar la cabeza.
– Señor Fallon, extienda la mano, por favor.
– No.
Neil Fallon retiró la silla de la mesa y se levantó.
– No pienso hacerlo. No tengo por qué.
– No pasa nada, Neil -intentó tranquilizarlo Liska-, si no lo mató.
Neil retrocedió y derribó la silla.
– No he matado a nadie. Si creen que fui yo, presenten cargos contra mí o váyanse a tomar por el saco. Me largo.
Elwood se volvió hacia el espejo.
Kovac se quedó mirando la fotografía mientras Neil Fallon salía de la sala de estampida.
– Mike Fallon era zurdo -declaró, mirando a Wyatt-. Mike Fallon fue asesinado.