Sin decir nada más, Speed salió de la casa, subió al coche, cerró la portezuela con fuerza y arrancó. Hasta entonces Liska no se llevó dos dedos a los labios.
– Lo que me faltaba -suspiró.
Decidió no despertar a R. J. para llevarlo a la cama, de modo que se limitó a cubrirlo con otra manta, dejó la lámpara al mínimo y se acostó sin grandes esperanzas de lograr conciliar el sueño.
El reloj marcaba las tres y diecinueve cuando sonó el teléfono.
– Diga.
El silencio al otro lado de la línea era más bien un aliento contenido, o quizá era ella quien no se atrevía a respirar.
Y entonces oyó el susurro que le produjo piel de gallina en todo el cuerpo.
– No remuevas las aguas.