– Cuesta hacerse a la idea de que acabe de cerrarse la puerta de ese capítulo de nuestras vidas. Cuesta creer que Mike ya no está -murmuró Wyatt con la mirada fija en el humo que salía del tubo de escape del Lincoln.
Kovac estaba convencido de que, para Wyatt, aquel desenlace era en parte un alivio. La noche del asesinato de Thorne, hacía ya tantos años, había sido el momento más decisivo en la vida de Ace Wyatt y Mike Fallon. Aquella noche había marcado un punto de inflexión; sus vidas nunca volverían a ser las mismas y siempre quedarían vinculadas por el instante en que Mike había quedado inválido y Ace Wyatt se había convertido en un héroe. La desaparición de Mike sin duda quitaba a Wyatt un peso de encima, produciéndole una sensación a caballo entre el alivio y el desconcierto. ¿Cómo podía existir Ace Wyatt sin el contrapeso de Mike Fallon?
– Me fui de casa de Mike hacia las diez y media -repuso Wyatt por fin-. Estaba muy callado, absorto en el dolor. No tenía idea de lo que le rondaba por la cabeza, de lo contrario se lo habría impedido. -Sus labios se curvaron en una mueca irónica cuando el coche se detuvo ante ellos-. O tal vez eso habría sido una tragedia aún mayor. Sufrió durante muchos años, pero ahora todo ha terminado. Déjalo descansar en paz, Sam.
Gaines se apeó del coche y lo rodeó para abrir la portezuela derecha. Wyatt subió sin añadir palabra, y el Lincoln se alejó entre los vapores del tubo de escape. El llanero solitario y Tonto cabalgando hacia la puesta de sol.
Kovac permaneció inmóvil unos instantes, el único que quedaba de todas las personas que habían acudido a dar el último adiós a Andy Fallon. Incluso el sacerdote se había volatilizado.
– Llanero solitario -masculló mientras echaba a caminar por el aparcamiento helado, con las manos en los bolsillos y los hombros encogidos para protegerse del frío.