– De modo que es posible que no haya tomado parte en ninguno de los asesinatos.
– Eso parece. Pero Davenport está pringado. En 1979 fue elegido para reemplazar a William Glenn Sherman en el círculo interno. El aperitivo de Davenport fue el hombre negro sin identificar.
– ¿Era importante que a las víctimas las escogieran de ambos sexos y diferentes razas?
– La idea era ampliar al máximo la variedad de la consumición espiritual.
– Pues vaya.
– Kendall Rollins murió de leucemia en 1986 y su hijo Paul ocupó su lugar.
– ¿Albert Odell fue la víctima?
– Correcto.
McMahon vació el contenido del segundo cajón.
– ¿Qué pasó con Jeremiah Mitchell y George Adair?
– Ahí tuvieron un problema. Cuando Martin Patrick Veckhoff murió en febrero pasado, Roger Lee Fairley fue elegido para la coronación. Le informaron acerca de los requisitos que debía cumplir y Mitchell fue secuestrado y asesinado. La muerte imprevista de Fairley cuando se dirigía al funeral de Veckhoff creó un grave problema y Mitchell fue metido en el congelador hasta que se resolviese el tema de la sucesión.
– ¿Por quién?
– Le dijeron a Ralph Stover que pronto sería su turno de pasar del círculo exterior al círculo interno, le explicaron cuáles eran las condiciones de ingreso y le pidieron que llevase a cabo algunas tareas extra. Guardó el cadáver de Mitchell en un congelador en el Riverbank Inn.
Reprimí un escalofrío.
– Por esa razón no había datos acerca de los ácidos grasos volátiles.
– Exacto. A principios de septiembre, Stover fue propuesto oficialmente para suceder a Veckhoff y el cadáver de Mitchell fue trasladado a la casa de piedra y colocado en el patio amurallado como paso previo a una ceremonia de admisión. Entonces fue cuando las cosas comenzaron a precipitarse. Algunos miembros del círculo interno se opusieron al ascenso de Stover, consideraron que se trataba de un individuo demasiado fervoroso, demasiado inestable. La disputa continuó durante un tiempo, comenzó el proceso de descomposición, lo que significaba que el cuerpo no podría ser utilizado para el ritual y el cadáver de Mitchell tuvo que ser enterrado en la cueva.
– Pero no antes de que los coyotes visitaran el lugar.
– Dios bendiga a esas criaturas.
– ¿Stover volvió a encargarse del trabajo sucio?
– Es nuestro hombre.
McMahon volcó el contenido de otro cajón dentro de una caja, la cerró con precinto y escribió algo con un rotulador en una de las caras.
– En cualquier caso, después de varias semanas de discusiones, la facción de Stover se llevó el gato al agua. George Adair fue secuestrado el primero de octubre. El accidente de la TransSouth Air se produjo el cuatro de octubre.
– Yo encontré el pie el cinco de octubre.
Apiló la caja sobre las anteriores y abrió un archivador.
– Como sabes, Stover también se cargó a Primrose Hobbs. Lucy Crowe encontró Stezaline en su apartamento en el Riverbank Inn. La receta había sido extendida por un médico mexicano a nombre de Parker Davenport. Stover tenía cuatro cápsulas en el bolsillo el domingo por la noche. La misma droga que utilizó con Primrose.
McMahon me miró.
– Crowe también encontró un trozo de alambre de acero que coincide con las marcas del garrote que aparecieron en el cuello de Hobbs.
Como un puñetazo en el estómago. Aún me resultaba imposible creer que Primrose estuviese muerta.
– Me dijo que lo hizo porque podía.
– Pudo haber recibido una orden del círculo interno o pudo haber actuado por iniciativa propia. Tal vez temió que ella hubiese descubierto alguna cosa. Probablemente le robó la llave y la contraseña para llevarse el pie del depósito y cambiar el informe.
– ¿Han encontrado el pie?
– Sospecho que jamás lo encontrarán. Espera un momento.
McMahon desapareció en el pasillo y regresó con otras dos cajas vacías.
– ¿Cómo es posible que se acumule tanta porquería en un mes?
– No olvides la serpiente de goma.
Señalé un objeto que había encima del escritorio.
– ¿Cómo me encontró Crowe?
– Ella y Ryan llegaron a High Ridge House la noche del domingo separados por unos minutos, bastante después de la hora en que tú tendrías que haber llegado. Al encontrar tu coche en el aparcamiento pero ninguna señal tuya en la casa, comenzaron a buscarte. Cuando encontraron el perro…
Alzó la vista un momento y volvió a concentrarse en la caja. Mi expresión permaneció indiferente.
– Por lo visto tu perro consiguió morder la muñeca de Stover antes de que le disparase. Ryan encontró una pulsera médica con el nombre de Stover en ella junto al hocico del animal. Crowe estableció la relación basándose en algo que Midkiff le había dicho.
– El resto es historia.
– El resto es historia.
Metió la serpiente de goma en la caja, cambió de idea y volvió a sacarla.
– ¿Ryan regresó a Quebec?
– Sí.
De nuevo, mantuve una expresión indiferente.
– No conozco muy bien a ese tío, pero la muerte de su compañero realmente le hizo polvo.
– Sí.
– Súmale a eso el asunto de la sobrina y me asombra que el tío no se haya derrumbado.
– Sí.
¿La sobrina?
– Danielle el Demonio, la llamaba.
McMahon fue hasta donde estaba su americana y guardó la serpiente de goma en uno de los bolsillos.
– Dijo que algún día probablemente leamos cosas de esa cría en los periódicos.
¿La sobrina?
Sentí que una sonrisa se formaba en las comisuras de mis labios.
Hay momentos en que resulta difícil mantenerse indiferente.
Encontré a Simon Midkiff envuelto en un abrigo, con guantes y bufanda, dormitando en una mecedora en el porche. Una gorra con visera le cubría gran parte del rostro y, de pronto, se me ocurrió otra pregunta.
– ¿Simon?
Levantó la cabeza y sus ojos acuosos parpadearon ligeramente confusos.
– ¿Sí?
Se pasó el dorso de la mano por los labios y un hilo de saliva brilló en el guante de lana. Se quitó el guante, metió la mano debajo de las capas de ropa, sacó las gafas y se las puso sobre la nariz.
Me reconoce.
– Me alegra comprobar que estás bien.
Las delgadas cadenas de las gafas le caían a ambos lados de la cabeza, arrojando delicadas sombras a través de las mejillas. La piel era pálida y fina como el papel.
– ¿Podemos hablar?
– Por supuesto. Tal vez deberíamos entrar.
Entramos a una combinación de cocina y sala de estar con una puerta interior, que supuse que daba a un dormitorio y un cuarto de baño. Los muebles eran de pino lacado y daban la impresión de haber sido fabricados en un taller casero.
Los libros se alineaban junto a los zócalos y había una mesa y un escritorio cubiertos de cuadernos y papeles. En un extremo de la habitación se apilaban una docena de cajas, cada una de ellas marcada con una serie de números arqueológicos.
– ¿Té?
– Sí, me apetece.
Le observé mientras llenaba una tetera con agua, cogía un par de bolsitas de té y colocaba las tazas sobre los platillos. Parecía más frágil de lo que yo recordaba, más encorvado.
– No recibo muchas visitas.
– Esto es encantador. Gracias -dije mirando a mí alrededor.
Me condujo hasta un sofá cubierto con una tela afgana, colocó las dos tazas sobre una mesilla baja fabricada con un trozo de tronco y acercó una silla para él.
Ambos bebimos en silencio. Fuera se oía el sonido de un motor fueraborda en el río Oconaluftee. Esperé hasta que Simon estuvo preparado.
– No estoy seguro de si puedo hablar de ello como debiera.
– Sé lo que pasó, Simon. Lo que no alcanzo a comprender es por qué.
– Yo no estaba allí cuando comenzó todo. Lo que sé me lo contaron otras personas.
– Conocías a Prentice Dashwood.
Se apoyó en el respaldo de la silla y su mirada pareció viajar a otro tiempo.
– Prentice era un lector insaciable con un asombroso caudal de conocimientos. No había nada que no despertase su interés. Darwin. Lyell. Newton. Mendeleiev. Y los filósofos. Hobbs. Anesidemos. Baumgarten. Wittgenstein. Lao-tsé. Lo leía todo. Arqueología. Etnología. Física. Biología. Historia.
Hizo una pausa para beber un poco de té.
– Y era un maravilloso narrador. Así fue como comenzó. Prentice contaba historias del Hell Fire Club de sus antepasados, describía a sus miembros como unos tíos libertinos que se reunían para mantener conversaciones intelectuales y cometer herejías. La idea parecía bastante inofensiva. Y lo fue durante algún tiempo.
Su taza tembló en el platillo cuando la dejó sobre la mesilla.
– Pero Prentice tenía también un lado oscuro. Él estaba convencido de que algunos seres humanos eran más valiosos que otros.
Su voz se quebró.
– Los intelectualmente superiores -dije.
– Sí. A medida que Prentice se iba haciendo mayor, su concepción del mundo se vio poderosamente influida por sus lecturas acerca de cosmología y canibalismo. Su contacto con la realidad se fue debilitando.
Hizo una pausa, seleccionando las cosas que podía decir.
– Comenzó como una blasfemia frívola. Nadie creía realmente en eso.
– ¿Creer qué?
– Que el hecho de comerse a los muertos negase el carácter irrevocable de la muerte. Que comer la carne de otro ser humano permitiese la asimilación de su alma, personalidad y sabiduría.
– ¿Era eso lo que creía Dashwood?
Midkiff encogió uno de sus hombros huesudos.
– Tal vez lo creyese. Quizá simplemente utilizó la idea, y el acto concreto dentro del círculo interno, como una manera de mantener el club unido e intacto. La indulgencia colectiva en lo prohibido. El concepto de grupo interno, grupo externo. Prentice entendía que los rituales culturales existen para reforzar la unidad de quienes los celebran.
– ¿Cómo comenzó?
– Un accidente.
Suspiró.
– Un desgraciado accidente. Un verano apareció un joven en la casa de la montaña. Sólo Dios sabe lo que estaba haciendo por esos parajes. Corrió el alcohol, hubo una pelea y el muchacho murió. Prentice propuso que todos…
Sacó un pañuelo y se lo pasó por los ojos.
– Eso sucedió antes de la guerra. Yo me enteré años más tarde cuando escuché una conversación que no debía.
– Sí.
– Prentice procedió a cortar tiras de músculo del muslo de aquel pobre muchacho y exigió que todos comieran. En aquella época no existía esa distinción entre círculo interno y externo. Fue un pacto. Cada uno de ellos era un participante e igualmente culpable. Nadie hablaría jamás de la muerte del muchacho. Enterraron el cuerpo en el bosque, al año siguiente se formó el círculo interno y Tucker Adams fue asesinado.