Con la convicción de que ellos habían sido los primeros, comenzamos con las cuatro sepulturas encontradas en el túnel. Mientras Stan y Maggie limpiaban, clasificaban, numeraban, fotografiaban y sacaban placas de rayos X, yo estudiaba los huesos.
Encontré primero a Edna Farrell. El esqueleto número cuatro correspondía a una mujer mayor cuyos pómulo y maxilar inferior derechos estaban notablemente desviados de la línea media a causa de unas fracturas que se soldaron sin una intervención médica adecuada.
El esqueleto número cinco estaba incompleto, faltaban partes de la caja torácica, brazos y pantorrillas. El daño causado por los animales era muy grande. Los rasgos de las pelvis me indicaron que el individuo era masculino y mayor. Un cráneo redondo, pómulos marcados y los dientes delanteros excavados sugerían antepasados americanos nativos. El análisis estadístico situaba el cráneo sin duda en el campo mongoloide. ¿Charlie Wayne Tramper?
El número seis, el más deteriorado de los esqueletos, era el de un hombre caucásico mayor que carecía de dientes en el momento de la muerte. Salvo por una altura estimada de más de un metro ochenta, sus huesos no presentaban marcas específicas. ¿Tucker Adams?
El esqueleto número tres correspondía a un hombre mayor con fracturas soldadas en nariz, maxilares, tercera, cuarta y quinta costillas y peroné derecho. Un cráneo alargado y estrecho, puente nasal tipo cabaña Quonset [19] , borde nasal uniforme y proyección anterior de la parte inferior del rostro indicaban que el hombre era negro. Eso mismo confirmó el programa Fordisc 2.0. Sospechaba que se trataba de la víctima de 1979.
A continuación examiné los esqueletos que habíamos encontrado en el nicho junto a los de Mitchell y Adair.
El esqueleto número dos correspondía a un hombre blanco mayor. Los cambios provocados por la artritis en los huesos del hombro y el brazo derechos sugerían una repetida extensión de la mano por encima de la cabeza. ¿Recolección de manzanas? Basándome en el estado de conservación supuse que este individuo había fallecido en una fecha más reciente que aquellos enterrados en las sepulturas del túnel. ¿El cultivador de manzanas, Albert Odell?
El esqueleto número uno pertenecía a una mujer blanca mayor con una artritis avanzada y sólo siete piezas dentales. ¿Mary Francis Rafferty, la mujer que vivía en Dillsboro y cuya hija había encontrado la casa de su madre desierta en 1972?
El sábado, a última hora de la tarde, estaba segura de que había conseguido emparejar los huesos con sus nombres apropiados. Lucy Crowe ayudó encontrando los informes dentales de Odell, el reverendo Luke Bowman recordando la altura de Tucker Adams. Un metro ochenta y cinco.
Y yo tenía una idea bastante buena sobre la forma en que habían muerto todos ellos.
El hioides es un hueso pequeño, en forma de herradura, que se encuentra engastado en el tejido blando del cuello, detrás y abajo del maxilar inferior. En las personas mayores, cuyos huesos son a menudo frágiles y quebradizos, el hioides se fractura cuando se comprimen sus alas. El origen más común de esta fuerza compresora es la estrangulación.
Tommy Albright me llamó cuando me estaba preparando para marcharme.
– ¿Has encontrado más fracturas del hioides?
– Cinco de seis.
– Mitchell también. Pero debió defenderse como un jabato. Cuando no pudieron estrangularle, le aplastaron la cabeza.
– ¿Adair?
– No. Pero hay evidencias de hemorragia petequial.
Las petequias son diminutos coágulos de sangre que aparecen como puntos en los ojos y la garganta, y son claros indicadores de asfixia.
– ¿Quién demonios querría estrangular a unos viejos?
No contesté. Había visto otras lesiones en los esqueletos. Lesiones que me resultaban desconcertantes. Lesiones de las que no hablaría hasta no disponer de más datos.
Cuando Tommy colgó, me acerqué al esqueleto de la sepultura cuatro, cogí los fémures y los llevé a la lente de aumento.
Sí. Allí estaba. Era real.
Recogí los fémures de todos los esqueletos y llevé los huesos al microscopio de disección.
Unas muescas diminutas rodeaban cada tallo proximal derecho y recorría toda la extensión de cada línea áspera, el borde rugoso donde se insertan los músculos en la parte posterior del hueso. Otros cortes marcaban el hueso horizontalmente, por encima y debajo de las superficies de articulación. Aunque el número de marcas variaba, su distribución era la misma de una víctima a otra.
Maniobré con el microscopio hasta conseguir la máxima ampliación posible del material que estaba examinando.
Cuando volví a enfocar los huesos comprobé que las finas ranuras cristalizaban en grietas de bordes afilados, en forma de V en el corte transversal.
Marcas de cortes. ¿Pero cómo era posible? Había visto muchos casos de marcas de cortes en los huesos, pero sólo en casos de desmembramiento. Excepto en Charlie Wayne Tramper y Jeremiah Mitchell, esos individuos habían sido enterrados completos.
¿Entonces por qué? ¿Y por qué sólo los femorales derechos? ¿Eran sólo los femorales derechos?
Estaba a punto de iniciar un nuevo examen de cada uno de los huesos cuando Andrew Ryan irrumpió en la sala.
Maggie, Stan y yo levantamos la vista, sorprendidos.
– ¿Os habéis enterado de las últimas noticias?
Los tres sacudimos la cabeza.
– Parker Davenport fue encontrado muerto hace unas tres horas.