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Simon Midkiff sentado en una silla en el taller de P amp; T. Junto a él había un hombre con largas trenzas grises y una cinta para el pelo cherokee.

– ¿Por qué estás aquí? -me preguntaba Midkiff.

– No puedo conducir -contestaba-. Ha habido un accidente. Han muerto muchas personas.

– ¿Birkby ha muerto? -preguntaba trenzas grises.

– Sí.

– ¿Han encontrado a Edna?

– No.

– Tampoco me encontrarán a mí.

El rostro de trenzas grises se convertía en el de Ruby McCready, luego en los rasgos hinchados de Primrose Hobbs.

Comencé a gritar y me incorporé en la cama. Mis ojos buscaron el reloj. Las cinco y media.

Aunque la habitación estaba helada, tenía la espalda empapada de sudor y el pelo pegado a la frente. Aparté el edredón y corrí de puntillas al cuarto de baño a beber un poco de agua. Me miré al espejo y me pasé el vaso frío por la frente húmeda.

Regresé al dormitorio y encendí la luz. La ventana aún estaba opaca por la tenue oscuridad que anuncia el amanecer. En las esquinas del cristal, el frío formaba telas de araña heladas.

Me puse calcetines y un suéter, cogí el cuaderno de notas y me instalé en la mesa. Después de partir en tres varias hojas, comencé a apuntar las imágenes de mi sueño.

Henry Arlen Preston. El pie de los coyotes. El anciano de trenzas grises con el tocado cherokee. ¿Era Charlie Wayne Tramper? Escribí el nombre seguido de un signo de interrogación. Edna Farrell. Tucker Adams. Birkby. Jonas y Willow Mitchell. Ruby McCready. Simon Midkiff.

A continuación añadí lo que sabía de cada uno de esos personajes.

Henry Arlen Preston: fallecido en 1943. Ochenta y nueve años. Abogado, juez, escritor. Pájaros. Padre de familia.

Pie de los coyotes: varón mayor. Antepasados indios. Altura aproximada metro ochenta. Muerto el último verano. Encontrado cerca de la propiedad Arthur/H amp;F. ¿Pasajero de TransSouth Air?

Charlie Wayne Tramper: cherokee. Fallecido en 1959. Setenta y cuatro años. Ataque de un oso. Midkiff y Davenport asistieron a sus funerales.

Edna Farrell: fallecida en 1949. Seguidora de la Santidad. Ahogada. Restos nunca recuperados.

Tucker Adams: nacido en 1871. Desaparecido y luego muerto, 1943.

Anthony Alien Birkby: fallecido en 1959. Accidente de circulación. C. A. Birkby en la lista de componentes de H amp;F.

Jonas Mitchell: afroamericano. Casado con Willow Lynette Gist. Padre de Jeremiah Mitchell.

Willow Lynette Gist: hija de Martha Rose Gist, ceramista cherokee. Madre de Jeremiah Mitchell. Muerta de tuberculosis, 1930.

Aunque no había aparecido en mi sueño, decidí incluir también a Jeremiah Mitchell. Afroamericano cherokee. Nacido en 1929. Solitario. Desaparecido en febrero pasado.

Ruby McCready: viva y en buen estado de salud. Esposo Enoch fallecido en 1986.

Simon Midkiff: doctorado por la Universidad de Oxford, 1955. Universidad de Duke, 1955 a 1961. Universidad de Tennessee, 1961 a 1968. Asistió a los funerales de Tramper en 1959. Conocía a Davenport (o, al menos, se encontraba en el mismo funeral). Mintió cuando dijo que trabajaba para el Departamento de Recursos Culturales.

Cuando acabé de apuntar todos los datos extendí las hojas sobre la mesa y las estudié detenidamente. Luego comencé a ordenarlas siguiendo diferentes criterios, empezando por el género. Los dos montones estaban desequilibrados, el más pequeño contenía sólo a Edna Farrell, Willow Lynette Gist y Ruby McCready. Decidí crear una ficha para Martha Rose Gist. Nada parecía relacionar a las cuatro mujeres.

Luego lo intenté por razas. Charlie Wayne Tramper y el linaje Gist-Mitchell fueron a parar a un montón, junto con el pie de los coyotes. Comencé a trazar un cuadro y uní a Jeremiah Mitchell con el pie.

Edad. Nuevamente me asombró la cantidad de gente mayor. Aunque Henry Arlen Preston se las había ingeniado para morir en la cama, una circunstancia apropiada, tal vez, para un distinguido juez, muy pocos de la lista había disfrutado del mismo lujo. Tucker Adams, setenta y dos. Charlie Wayne Tramper, setenta y cuatro. Jeremiah Mitchell, setenta y dos. Decidí crear una ficha para el pescador desaparecido, George Adair, sesenta y siete. Todos eran mayores.

La luz de la ventana estaba cambiando de negro a amarillo. Decidí hacer una clasificación por fechas de nacimiento. Nada. Lo intenté con las fechas de sus fallecimientos.

El juez Henry Arlen Preston había muerto en 1943. Según lo que podía leerse en su lápida, Tucker Adams también había fallecido en 1943. Recordé el artículo en primera plana que había aparecido sobre Preston y la breve nota interior dando cuenta de la desaparición de Tucker Adams menos de una semana más tarde. Coloqué ambas fichas juntas.

A. Birkby había muerto en 1959. Charlie Wayne Tramper lo hizo ese mismo año. ¿Cuándo se había producido el accidente que le costó la vida a Birkby? El mismo mes de la desaparición de Charlie Wayne.

Vaya.

Coloqué ambas hojas juntas.

Edna Farrell había muerto en 1949. ¿No se había ahogado alguien más el día anterior?

Sheldon Brodie, profesor de biología en la Universidad Estatal de los Apalaches. El cuerpo de Brodie pudo ser encontrado. No así el de Edna.

Hice una ficha para Brodie y la coloqué junto con la correspondiente a Edna Farrell.

Miré los tres montones que había hecho con las improvisadas fichas. ¿Se trataba acaso de una pauta? ¿Alguien muere o es asesinado a los pocos días de que se haya producido otra muerte? ¿Estaban muriendo a pares?

Comencé una lista de preguntas.

¿La edad de Edna Farrell?

Otra persona muerta ahogada antes que ella. Pastel de fresas. ¿Edad? ¿Fecha?

¿Causa de la muerte de Tucker Adams?

Jeremiah Mitchell, febrero. George Adair, septiembre. ¿Otros?

La habitación tenía el color del sol naciente y podía oír el canto de los pájaros a través de la ventana cerrada. Un rectángulo de luz caía sobre la mesa, iluminando mis preguntas y notas garabateadas.

Miré las fichas emparejadas y sentí que había algo más. Algo importante. Algo que mi inconsciente no había tenido tiempo de colocar en el collage.

Laslo estaba devorando galletas y salsa de carne cuando llegué al restaurante Everett Street. Pedí tortitas de maíz, zumo y café. Mientras comíamos, Laslo me habló de la conferencia a la que asistiría en la Universidad de Carolina del Norte-Ashevillé. Yo le hablé de los problemas de Lucy Crowe para conseguir una orden de registro.

– De modo que esos buenos chicos se muestran escépticos -dijo, haciendo una seña a la camarera para indicarle que había terminado.

– Y las chicas. El fiscal de distrito es una mujer.

– Entonces esto tal vez no nos ayude.

Sacó un papel de su maletín y me lo dio. Mientras lo leía la camarera volvió a llenar las tazas de café. Cuando acabé de leer el documento levanté la vista.

– Básicamente el informe coincide con lo que me dijiste el lunes en el laboratorio.

– Sí. Excepto la parte que se refiere a las concentraciones de ácidos caproico y heptanoico.

– La conclusión es que esas cantidades parecen inusualmente elevadas.

– Así es.

– ¿Y qué significa eso?

– Habitualmente los niveles elevados de los AGV de cadenas más largas significan que el cadáver ha estado expuesto al frío, o que experimentó un período de decreciente actividad de insectos y bacterias.

– ¿Altera eso de alguna manera tu cálculo del tiempo transcurrido desde la muerte?

– Sigo pensando que la descomposición comenzó a finales del verano.

– ¿Entonces cuál es el significado?

– No estoy seguro.

– ¿Pero es algo normal?

– En realidad no.

– Genial. Eso servirá para convertir a los incrédulos.

– Tal vez esto nos resulte más útil. -Sacó de su maletín un pequeño frasco de plástico-. Encontré esto cuando estaba filtrando el resto de la muestra de tierra que me trajiste.

El recipiente contenía una pequeña astilla blanca, del tamaño de un grano de arroz. Quité la tapa del frasco, coloqué el diminuto objeto en la palma de la mano y lo examiné con cuidado.

– Es un fragmento de la raíz de un diente -dije.

– Eso fue lo que yo pensé, de modo que no lo traté con ninguna sustancia, sólo le quité la tierra.

– ¡Joder!

– Eso fue lo que pensé.

– ¿Lo examinaste bajo el microscopio?

– Sí.

– ¿Qué aspecto tenía la pulpa?

– Estaba a rebosar.

Laslo y yo firmamos los impresos para poder quedarme con las pruebas, volví a tapar el frasco y lo metí dentro de mi maletín.

– ¿Puedo pedirte un último favor?

– Por supuesto.

– Si mi coche ya está reparado, ¿podrías ayudarme a devolver el que estoy conduciendo y luego llevarme hasta el taller donde dejé el mío?

– No hay problema.

Cuando llamé al taller de P amp; T se había producido el milagro: la reparación estaba terminada. Laslo me siguió hasta High Ridge House, me llevó a P amp; T y luego siguió viaje a Asheville para asistir a la conferencia. Después de una breve discusión sobre bombas y manguitos con una de las letras, pagué la factura y me puse al volante.

Antes de abandonar el taller, encendí el teléfono, busqué un número en la agenda y pulsé «marcar».

– Laboratorio Criminal del Departamento de Policía de Charlotte-Mecklenburg.

– Con Ron Gillman, por favor.

– ¿Quién le llama, por favor?

– Tempe Brennan.

Ron se puso al teléfono pocos segundos después.

– La tristemente célebre doctora Brennan.

– Te has enterado.

– Oh, sí. ¿Te tomaremos las huellas y formularemos los cargos contra ti aquí?

– Muy divertido.

– Supongo que no lo es. Ni siquiera preguntaré si hay algo de cierto. ¿Estás consiguiendo que se aclaren las cosas?

– Lo estoy intentando. Tal vez necesite un favor.

– Dime.

– Tengo un fragmento de diente y necesito un perfil de ADN. Luego quiero que compares ese perfil con otro que tú realizaste de la muestra de un hueso procedente del accidente del avión de TransSouth Air. ¿Puedes hacerlo?

– No veo por qué no.

– ¿Cuándo?

– ¿Es urgente?

– Mucho.

– Le daré prioridad. ¿Cuándo puedes entregarme la nueva muestra?

Miré el reloj.

– A las dos.

– Llamaré ahora al departamento de ADN para agilizar el trámite. Te veré a las dos.

Puse el coche en marcha y me incorporé al tráfico. Antes de abandonar Bryson City tenía que hacer un par de cosas más.

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