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– ¿Puedo ayudarla?

Ralph tenía el pelo rubio y fino y la piel rosada y brillante.

– Soy la doctora Tempe Brennan -dije, extendiendo la mano.

– Ralph Stover.

Cuando nos estrechamos las manos su pulsera de identificación tintineó igual que las campanillas de la puerta.

– Soy amiga de Primrose Hobbs -dije.

– ¿Sí?

– ¿La señora Hobbs ha estado alojada aquí durante las dos últimas semanas?

– Así es.

– Está trabajando en la investigación del accidente aéreo.

– Conozco a la señora Hobbs.

La sonrisa se Ralph no vaciló en ningún momento.

– ¿Está aquí?

– Puedo llamar a su habitación si lo desea.

– Por favor.

Levantó el auricular, marcó un número, esperó un momento y colgó.

– La señora Hobbs no contesta. ¿Quiere dejarle algún recado?

– Supongo que no ha dejado el motel.

– La señora Hobbs sigue registrada aquí.

– ¿La ha visto hoy?

– No.

– ¿Cuándo la vio por última vez?

– No puedo estar al tanto de los movimientos de todos nuestros huéspedes.

– La señora Hobbs no se ha presentado a su puesto de trabajo desde el domingo y estoy preocupada por ella. ¿Me podría decir cuál es su habitación?

– Lo siento, pero no puedo hacer lo que me pide. -Su sonrisa se ensanchó-. Normas de la casa.

– Podría estar enferma.

– La asistenta hubiese informado de la presencia de un huésped enfermo.

Ralph era tan amable como un policía en un «stop» de carretera. Muy bien. Yo también podía ser amable.

– Esto es realmente importante. -Apoyé con suavidad la palma de la mano sobre su muñeca y le miré a los ojos-. ¿Puede decirme qué coche conduce la señora Hobbs para ver si está en el aparcamiento?

– No, no puedo hacerlo.

– ¿Podemos ir juntos a echar un vistazo a su habitación?

– No.

– ¿Puede ir usted mientras yo espero aquí?

– No, señora.

Retiré la mano e intenté otro camino.

– ¿Cree usted que la señora Stover recordará cuándo vio por última vez a la señora Hobbs?

Ralph entrelazó los dedos y apoyó ambas manos sobre la revista. El vello de sus antebrazos parecía pálido y fuerte sobre la piel rosada.

– Me está haciendo las mismas preguntas que me hicieron los otros y tanto mi esposa como yo le daremos las mismas respuestas que a los demás. A menos que nos presenten una orden en toda regla no abriremos ninguna habitación ni daremos ninguna información sobre nuestros huéspedes.

Su voz era suave y melosa.

– ¿Qué otros?

Ralph suspiró pacientemente.

– ¿Hay alguna otra cosa que puedo hacer para ayudarla?

Hice que mi voz sonara como un escalpelo afilado.

– Si resulta que Primrose Hobbs ha sufrido algún daño debido a sus «normas», le aseguro que deseará no haber enviado nunca la solicitud para el curso de administración de hotel-motel.

Ralph Stover entrecerró los ojos pero la sonrisa se mantuvo firme en sus labios.

Saqué una tarjeta de mi bolso y apunté el número de mi móvil.

– Si cambia de opinión, llámeme. -Me volví y me dirigí hacia la puerta.

– Que tenga un buen día, señora.

Oí que pasaba una hoja y el tintineo de la pulsera.

Puse el coche en marcha, abandoné el aparcamiento del motel y enfilé la autopista. Me detuve en el arcén a unos cincuenta metros en dirección norte. Si conocía algo de la naturaleza humana, era que la curiosidad llevaría a Stover a la habitación de Primrose. E iría inmediatamente.

Cerré el coche, regresé corriendo al desvío de Riverbank, y me adentré en el bosque. Continué avanzando en paralelo al camino de grava hasta que tuve una vista sin obstáculos del motel.

Mi intuición no me había engañado. Ralph estaba llegando al bloque cuatro. Miró a derecha e izquierda, abrió la puerta con la llave y se deslizó dentro de la habitación.

Pasaban los minutos. Cinco. Diez. Mi respiración recuperó el ritmo normal. El cielo se oscureció y el viento comenzó a soplar con más fuerza. Por encima de mi cabeza, los pinos se arqueaban e inclinaban como bailarinas en la posición sur les pointes.

Pensé en Primrose. Aunque hacía años que nos conocíamos, era muy poco lo que sabía sobre ella. Se había casado, divorciado, tenía un hijo en alguna parte. Aparte de eso, su vida era un espacio en blanco. ¿Por qué? ¿Se había mostrado reticente a compartir su intimidad o yo jamás me había molestado en preguntar? ¿Había tratado a Primrose como a una de las muchas personas que pasan algún tiempo con nosotros, envían el correo, pasan a limpio los informes, limpian la casa, mientras nosotros perseguimos nuestros intereses, ignorando los de ellos?

Tal vez. Pero conocía a Primrose Hobbs lo bastante bien como para estar segura de una cosa: jamás dejaría voluntariamente un trabajo sin terminar.

Esperé. Un relámpago surgió de una enorme nube, iluminándola como con un millón de vatios. El trueno hizo temblar la tierra. La tormenta no se haría esperar.

Finalmente, Stover salió de la habitación, cerró la puerta con llave y probó el pomo un par de veces. Luego se apresuró a regresar a la oficina. Cuando estuvo seguro en su interior, comencé a avanzar haciendo eses. Mantenía la distancia y utilizaba los árboles para ocultarme. La parte trasera del motel se extendía delante de mí a un lado, el río al otro, el bosque entre ambos. Avancé entre los árboles hasta un punto que calculé que se encontraba al otro lado del bloque cuatro, luego me detuve para escuchar.

Agua cayendo sobre las piedras. Las ramas agitadas por el viento. El pitido de un tren. Los latidos de mi corazón retumbaron en mi pecho. Un trueno, más fuerte. Más rápido.

Me arrastré hasta el borde de la línea de árboles y eché un vistazo.

Una hilera de porches de madera salía de la parte posterior del motel, cada uno con un número negro de hierro forjado colgado de la barandilla. Mis instintos habían acertado otra vez. Apenas dos metros de hierba me separaban del bloque cuatro.

Respiré profundamente, salvé esa breve distancia y subí de dos en dos los cuatro escalones. Atravesé el porche y tiré de la puerta con mosquitera. Se abrió con un crujido chirriante. El viento había cesado de golpe y el sonido pareció romper el aire cargado de tormenta. Me quedé inmóvil.

Silencio.

Mientras me deslizaba entre la puerta con mosquitera y la puerta interior, me incliné y atisbé a través del cristal. Un tejido de plástico verde y blanco me bloqueaba la visión. Probé el tirador. Nada.

Cerré con cuidado la puerta con mosquitera, me acerqué a la ventana y volví a intentarlo. Más plástico.

Vi que había un pequeño espacio donde el borde inferior se unía al alféizar, apoyé las palmas en el marco de la ventana e hice fuerza hacia arriba. Los dedos se me llenaron de pequeñas manchas blancas.

Aumenté la presión y la ventana se levantó un par de centímetros con un chirrido. Me quedé inmóvil otra vez. Sonó una alarma en mi mente, ya veía a Ralph corriendo desde la oficina con una Smith amp; Wesson en la mano.

Giré las palmas hacia arriba e introduje los dedos en la abertura.

Lo que estaba haciendo era ilegal. Lo sabía. Irrumpir por la fuerza en la habitación de Primrose era lo peor en mi situación actual. Pero necesitaba asegurarme de que estaba bien. Si al final resultaba que no lo estaba, quería estar segura de que había hecho todo lo posible por ayudarla.

Y, para ser sincera, necesitaba hacer esto para mí misma. Tenía que descubrir qué había pasado con ese pie. Debía localizar a Primrose y demostrar a ese puñado de hombres que estaban equivocados.

Separé los pies y empujé. La ventana se abrió unos centímetros más.

Oí las primeras gotas que caían sobre el suelo de madera del porche. Las manchas del tamaño de una moneda se multiplicaron y se unieron alrededor de mis botas.

Conseguí abrir la ventana otro par de centímetros.

Fue entonces cuando se desató la tormenta. El cielo se llenó de relámpagos, los truenos estremecieron la tierra y la lluvia comenzó a caer de forma torrencial, convirtiendo el porche en una pista de patinaje.

Me aparté de la ventana y apreté el cuerpo contra la pared, para protegerme del agua que caía del voladizo. En pocos segundos el agua me empapó el pelo y comenzó a gotear de las orejas y la nariz. La ropa moldeaba mi cuerpo como papel maché sobre una estructura de alambre.

Millones de gotas formaban una cascada desde el techo y el porche. Caían sobre el prado, se encontraban y formaban canales entre la hierba. En el canal del tejado que había encima de mi cabeza se formó un río. El viento pegaba hojas a la pared y a mis piernas, a otras las enviaba dando vueltas sobre el suelo empapado. Traía el aroma de la tierra y de la madera mojadas, de innumerables criaturas acurrucadas en nidos y madrigueras.

Temblando, esperé ahí fuera, la espalda pegada a la pared, las manos debajo de las axilas. Observé cómo las gotas ensartaban una tela de araña y luego doblaban las fibras. Su ocupante, un pequeño manojo marrón en un filamento exterior, también las miraba.

Nacían islas aquí y allá. Las placas continentales se movían. Un montón de especies desaparecían del planeta para siempre.

De pronto comenzó a sonar el móvil y casi me hace saltar del porche.

Lo conecté.

– ¡Sin comentarios! -grité, imaginando que se trataba de otro periodista.

Un relámpago iluminó las copas de los árboles. Otro trueno rompió el aire.

– ¿Dónde diablos está? -preguntó Lucy Crowe.

– Me sorprendió la tormenta.

– ¿Está al aire libre?

– ¿Ha vuelto a Bryson City?

– No, aún estoy en el lago Fontana. ¿Quiere llamarme cuando se haya puesto a cubierto?

– Eso tardará un buen rato.

No tenía intención de decirle por qué.

Crowe habló con alguien y luego conmigo.

– Me temo que tengo más malas noticias para usted.

Oía voces de fondo y luego el chisporroteo estático de una radío policial.

– Parece que hemos encontrado a Primrose Hobbs.


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