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Era como la búsqueda del tesoro, cada escritura nos hacía retroceder en el tiempo. Encontramos lo siguiente:

El Grupo de Inversiones H amp;F era una Sociedad de Responsabilidad Limitada registrada en Delaware. La propiedad de la parcela tributaria número cuatro había sido transferida a la sociedad en 1949 por un tal Edward E. Arthur. La descripción de la propiedad era encantadora, pero un tanto imprecisa para nuestro gusto. Le leí la descripción en voz alta a Ryan.

– La propiedad comienza en un roble colorado sobre una loma, en la esquina de la parcela número 11807 concedida por el estado, y se extiende hacia el norte cuatrocientos cincuenta metros hasta la línea Bellingford, luego colina arriba cuando sigue el curso de la línea Bellingford hasta un castaño en el terreno de S. Q. Barker…

– ¿Cómo consiguió Arthur esa propiedad?

Omití el resto de la peritación y continué leyendo.

– ¿Quieres oír los trozos de «la parte de la primera parte»?

– No.

– … teniendo la misma tierra traspasada por escritura por parte de Victor T. Livingstone y su esposa J. E. Clampett, con fecha de 26 de marzo, 1933, y registrada en el Libro de Títulos de Propiedad número 52, página 315, Registros del Condado de Swain, Carolina del Norte.

Fui a la estantería y cogí el volumen más viejo.

Arthur había obtenido la propiedad de un tal Victor T. Livingstone en 1933. Livingstone debió comprársela a Dios, ya que no había ningún documento anterior a esa fecha.

– Al menos sabemos cómo entraban y salían los afortunados propietarios.

Las escrituras de propiedad de Livingstone y Arthur describían un camino de entrada.

– O entran y salen. -Yo aún no estaba convencida de que la propiedad estuviese abandonada-. Mientras estábamos allí Crowe encontró un sendero que llevaba desde la casa hasta un camino para transportar madera. El desvío del sendero está oculto por un portón provisional completamente cubierto de kudzu. Cuando ella me enseñó la entrada, no podía creerlo. Uno podría pasar un millón de veces caminando o conduciendo y no verla.

Ryan no dijo nada.

– ¿Y ahora qué?

– Ahora esperaremos la orden de registro de Crowe.

– ¿Y mientras tanto?

Ryan sonrió y se arrugaron los rabillos de sus ojos.

– Mientras tanto hablaremos con el fiscal general del gran estado de Delaware y averiguaremos todo lo que podamos acerca del Grupo de Inversiones H amp;F.

Boyd y yo estábamos compartiendo un bocadillo y una bolsa de patatas fritas en el porche de High Ridge House cuando el coche patrulla de Lucy Crowe apareció en la carretera. La observé mientras ascendía hacia el camino particular de la casa. Boyd siguió vigilando el bocadillo.

– ¿Pasando un buen rato? -preguntó Crowe cuando llegó a la escalera.

– Dice que le he estado ignorando.

Saqué una loncha de jamón del bocadillo. Boyd levantó la cabeza y la cogió suavemente con sus dientes delanteros. Luego bajó el hocico, dejó caer el jamón en el suelo del porche, lo lamió un par de veces y lo engulló. Un segundo después su barbilla descansaba otra vez sobre mi rodilla.

– Son como niños.

– Mmmm. ¿Consiguió la orden?

Los ojos de Boyd siguieron el movimiento de mi mano, atento ante la posibilidad de engullir otro trozo de jamón o unas patatas.

– Mantuve un duro cara a cara con el magistrado.

– ¿Y?

Suspiró y se quitó el sombrero.

– Dice que no es suficiente.

– ¿La evidencia de un cadáver no es suficiente? -Estaba perpleja-. Daniel Wahnetah puede estar descomponiéndose en ese patio mientras nosotras hablamos.

– ¿Está familiarizada con el término ciencia de la chapuza? Yo sí. Esta mañana me la echaron a la cara al menos una docena de veces. Creo que el viejo Frank va a formar su propio grupo. Víctimas Anónimas de la Ciencia de la Chapuza.

– ¿Ese tío es imbécil o qué?

– Nunca viajará a Suecia a recoger un premio pero suele ser una persona razonable.

Boyd alzó la cabeza y suspiró. Bajé la mano y la olió, luego la lamió.

– Está ignorándole otra vez.

Le ofrecí un trozo de huevo. Boyd lo dejó caer, le pasó la lengua, lo olisqueó, lo lamió otra vez y luego lo dejó en el porche.

– A mí tampoco me gusta el huevo en los bocadillos -le dijo Crowe a Boyd. El perro movió ligeramente la oreja para indicar que la había oído, pero no apartó los ojos de mi plato.

– La situación se pone cada vez peor.

Crowe continuó.

¿Por qué no?

– Ha habido más denuncias.

– ¿Sobre mí?

Ella asintió.

– ¿Por parte de quién?

– El magistrado no quiso compartir esa información. Pero si se acerca al lugar del accidente, al depósito o a cualquier documento, objeto o miembro de una familia relacionados con el accidente aéreo, deberé arrestarla por obstrucción a la justicia. Y eso incluye la propiedad amurallada.

– ¿Qué coño está pasando aquí?

Mi estómago se encogió de ira.

Crowe se encogió de hombros.

– No estoy segura. Pero usted está fuera de esa investigación.

– ¿Se me permite ir a la biblioteca pública? – Escupí.

La sheriff se frotó la nuca y apoyó la punta de la bota en el último escalón. Debajo de la cazadora podía ver el bulto de su arma.

– Aquí está pasando algo muy grave, sheriff.

– La escucho.

– Ayer alguien registró a fondo mi habitación poniéndolo todo patas arriba.

– ¿Teorías?

Le hablé de las figuras de cerámica en la bañera.

– No es exactamente un saludo de los almacenes Hallmark.

– Probablemente Boyd está molestando a alguien.

Lo dije con cierto optimismo, pero en realidad no creía en lo que estaba diciendo.

Las orejas de Boyd se alzaron al oír su nombre. Le di un trozo de jamón.

– ¿Ladra mucho?

– En realidad no. Le pregunté a Ruby si hace ruido cuando estoy ausente. Me dijo que aúlla un poco, pero nada extraordinario.

– ¿Qué piensa Ruby?

– Secuaces de Satán.

– Tal vez usted tiene algo que alguien quiere.

– No se llevaron nada, aunque todos mis archivos estaban desparramados por el suelo. Toda la habitación estaba desordenada.

– ¿Guardaba notas sobre ese pie?

– Me las había llevado conmigo a Oak Ridge.

Me miró durante cinco segundos, luego hizo un gesto característico con la cabeza.

– Esto hace que el incidente con el Volvo sea un poco más sospechoso. Cuídese.

– Sí, claro

Crowe se inclinó y limpió la puntera de su bota, luego echó un vistazo al reloj.

– Veré si puedo encontrar a la fiscal del distrito para insistir con la orden.

En ese momento el coche de alquiler de Ryan apareció en el valle. Llevaba la ventanilla del conductor bajada y se veía la oscura silueta en el interior del coche. Ambas observamos mientras ascendía la montaña y giraba en el camino particular. Momentos más tarde atravesaba el sendero de losas con una expresión tensa y sombría.

– ¿Qué ocurre?

Oí el sombrero de Crowe que rozaba la parte superior del muslo.

Ryan dudó un momento antes de hablar.

– Todavía no hay señales del cuerpo de Jean.

En su semblante pude leer claramente la aflicción. Y más. El sentimiento de culpabilidad. La convicción de que su ausencia había hecho que Bertrand hubiese subido a ese avión. Los detectives sin compañero están limitados en aquello que investigan. Eso hace que estén disponibles para tareas de correo.

– Le encontrarán -dije con voz queda.

Ryan desvió la vista hacia el horizonte, la espalda rígida, los músculos del cuello tensos como cuerdas trenzadas. Después de un minuto sacudió la cabeza y encendió un cigarrillo, protegiendo la llama con ambas manos.

– ¿Cómo te fue la tarde?

Lanzó la cerilla.

Le conté la reunión que había tenido Crowe con el magistrado.

– Tal vez tu pie sea un callejón sin salida.

– ¿Qué quieres decir?

Echó el humo por la nariz, luego sacó algo del bolsillo de la chaqueta.

– También encontraron esto.

Desplegó un papel y me lo dio.


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