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Ryan abrió la lata con un chasquido.

– Puede ser una suposición un tanto aventurada, pero tenemos que considerarla. Sin olvidar nuestros recursos locales, naturalmente.

– ¿Recursos locales? -pregunté.

– Dos predicadores rurales que viven cerca de aquí. El reverendo Isaiah Claiborne jura que el reverendo Luke Bowman derribó el avión. -Otro chasquido metálico-. Son vendedores rivales de serpientes.

– ¿Vendedores de serpientes?

Ignoré la pregunta de Ryan.

– ¿Claiborne fue testigo de algo?

– Él insiste en que vio una estela blanca que partía desde la parte trasera de la casa de Bowman, seguida de una explosión.

– ¿El FBI le toma en serio?

McMahon se encogió de hombros.

– La hora concuerda. El lugar sería el correcto según la trayectoria que llevaba el avión.

– ¿Qué serpientes? -insistió Ryan.

– ¿Alguna información sobre las grabaciones de voz?

Decidí pasar a otro tema, no quería oír ningún otro comentario acerca del fervor espiritual de nuestros vecinos de las montañas.

– Las llamadas fueron efectuadas por un hombre blanco norteamericano sin ningún acento especial.

– ¿Eso reduce las posibilidades a cuántos millones?

Advertí un ligero movimiento en los ojos de McMahon, como si estuviese considerando seriamente la cuestión.

– Unos cuantos.

McMahon acabó la segunda cerveza, aplastó la lata y la añadió a su creciente colección. Se levantó de la silla, nos deseó buenas noches a los dos y se dirigió a la puerta principal. Se oyó el tintineo de las campanillas y un momento más tarde se encendió una luz en una de las ventanas de arriba.

Excepto por el débil crujido de los tiestos de mimbre de Ruby, el porche estaba en completo silencio. Ryan encendió un cigarrillo.

– ¿Fuiste a explorar el territorio de los coyotes?

– Sí.

– ¿Y?

– No había coyotes. Ningún ataúd a la vista.

– ¿Encontraste algo interesante?

– Una casa.

– ¿Quién vive allí?

– Hansel y Gretel y la bruja caníbal. -Me levanté-. ¿Cómo diablos quieres que lo sepa?

– ¿Había alguien en la casa?

– Nadie salió corriendo para ofrecerme una taza de té.

– ¿El lugar está abandonado?

Me llevé la mochila al hombro y consideré la pregunta.

– No estoy segura. Alguna vez hubo jardines en la casa, pero han desaparecido bajo la maleza. La construcción de la casa es tan sólida que resulta difícil saber si alguien la conserva o simplemente es inmune al paso del tiempo.

Ryan esperó.

– Hay algo curioso. Desde la parte delantera, el lugar no se diferencia de cualquier otra casa de montaña con la pintura descascarada. Pero en la parte de atrás tiene un recinto amurallado y un patio.

El rostro de Ryan se volvió fugazmente del color de los albaricoques, medio oculto entre las sombras.

– Háblame de esos vendedores de serpientes. ¿Tenéis vendedores de serpientes en Carolina del Norte?

Estaba a punto de ignorar nuevamente la pregunta cuando se oyó otra vez el tintineo de las campanillas de la puerta. Alcé la vista, esperando ver a McMahon, pero no apareció nadie.

– En otro momento.

Abrí la mosquitera y me encontré con que la pesada puerta de madera estaba entreabierta. Una vez dentro de la casa, la cerré detrás de mí y probé el tirador, esperaba que Ryan hiciera lo mismo. Luego, agotada, subí a Magnolia con la intención de ducharme y meterme en la cama. Ya estaba en el baño cuando alguien llamó suavemente a la puerta de la habitación.

Pensando que se trataría de Ryan adopté mi mirada fulminante preferida y abrí la puerta.

Ruby estaba en el corredor, con una expresión solemne en su rostro cruzado por profundas arrugas. Llevaba una bata de franela gris, calcetines rosa y pantuflas marrones en forma de zarpas. Tenía las manos cruzadas a la altura del pecho y los dedos entrelazados con fuerza.

– Estoy a punto de acostarme -dije con una sonrisa.

Me miró severamente.

– Ya he cenado -añadí.

Alzó una mano, como si quisiera extraer algo del aire.

– ¿Qué ocurre, Ruby?

– El diablo adopta muchas formas.

– Sí. -Necesitaba desesperadamente ducharme y dormir-. Pero estoy segura de que usted le lleva mucha ventaja.

Extendí la mano para tocarle el hombro, pero retrocedió y volvió a cruzar los brazos delante del pecho.

– Vuelan en compañía de Lucifer delante mismo de la divinidad. Blasfeman.

– ¿Quién?

– Han robado las llaves del Hades y de la muerte. Como dice el Libro de las Revelaciones.

– Ruby, por favor, hable más claro.

Tenía los ojos abiertos como platos, húmedos y brillantes.

– Usted es de otra parte, de modo que no puede saberlo.

– ¿Saber qué?

La irritación se hizo evidente en mi tono de voz. No me sentía con ánimo para descifrar parábolas.

– El diablo está aquí.

¿La cerveza?

– El detective Ryan y…

– Los hombres malvados se burlan del Todopoderoso.

Esta conversación no iba a ninguna parte.

– Hablaremos de ello por la mañana.

Cogí el tirador de la puerta, pero una mano me aferró el brazo. Los callos rascaron la manga de mi cazadora de nailon.

– Dios nuestro Señor ha enviado una señal.

Se acercó aún más.

– ¡Muerte!

Liberándome suavemente de sus dedos huesudos, di unas palmadas en la mano de Ruby y entré en mi habitación. La observé mientras cerraba la puerta, su pequeño cuerpo inmóvil, el moño reptaba por su cráneo como una serpiente lenta y gris.


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