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Eché a andar a través del sutil pasillo vegetal. El terreno era ligeramente cóncavo y tenía que caminar con cuidado para no torcerme un tobillo al pisar una piedra oculta bajo las hojas. Aunque más baja que los matorrales de los márgenes, por momentos la vegetación me llegaba casi a las rodillas.

Mis ojos no dejaban de mirar hacia todos lados, buscando cruces o señales de entierros. La casa que había mencionado Larke significaba un asentamiento humano y yo sabía que las viejas casas de campo incluían a menudo cementerios familiares. Un verano había dirigido una excavación en la cima de Chimney Rock. Aunque nuestra intención era cavar solamente en la cabaña, descubrimos un pequeño cementerio que no figuraba en ningún documento. Recordé de pronto que también había serpientes venenosas y culebras.

Continué avanzando a través de las sombras frías, mientras mi ropa se enganchaba en las espinas y las ramas y los insectos se lanzaban sobre mi rostro. Las ráfagas de viento hacían bailar las sombras y alteraban las formas que me rodeaban. Entonces, sin previo aviso, los árboles dieron paso a un pequeño claro. Cuando salí nuevamente a la luz del sol, un ciervo de cola blanca levantó la cabeza, me miró fijamente y luego desapareció.

Un poco más adelante había una casa, la parte trasera apoyada contra un risco de piedra que se alzaba varios cientos de metros. La estructura presentaba paredes gruesas, una línea de buhardillas y un techo inclinado con amplios salientes. Un porche cubierto ocultaba el frente de la casa y una curiosa pared de piedra asomaba desde detrás del flanco izquierdo.

Agité los brazos. Esperé. Llamé. Volví a agitar los brazos.

Ninguna voz, ningún ladrido como respuesta. Ni tan sólo algún sonido a modo de bienvenida.

Volví a gritar, esperando que un campesino de Defensa [4] , no me tuviese en su punto de mira.

Silencio.

Con los banjos batiéndose en duelo [5] en mi cabeza comencé a atravesar el prado que me separaba de la casa. Aunque fuera del círculo de árboles la luz era cegadora, dejé las gafas de sol en el bolsillo. Además de campesinos rústicos y primitivos, estas montañas albergaban a partidarios de la supremacía blanca y grupos paramilitares. Los extraños no eran bienvenidos.

Pude comprobar que la naturaleza había recuperado los alrededores de la casa. Lo que en otro tiempo había sido un prado o un jardín estaba ahora cubierto con altos alisos blancos, alerces, abedules de Carolina y numerosos matorrales que no supe reconocer. Más allá de los matorrales, álamos, magnolios, robles, hayas y pinos blancos se mezclaban con árboles desconocidos para mí. El kuzdu lo cubría todo con enmarañadas telarañas verdes.

Mientras me dirigía hacia los escalones del frente, se me puso la piel de gallina y una sensación de inquietud me envolvió como un manto frío y húmedo. Sobre el lugar parecía pender una amenaza. ¿Nacía de la madera oscura y gastada, de las ventanas cruzadas con tablones, o de la jungla de vegetación que mantenía la casa bajo una penumbra permanente?

– ¿Hola?

Sentí que se me aceleraba el pulso. No había ni perros ni montañeros.

Una mirada me bastó para saber que la casa no se había construido rápidamente. O recientemente. Era tan sólida como la prisión londinense de Newgate. Aunque dudaba que George Dance se hubiera encargado de dibujar los planos, estaba claro que compartía con el arquitecto de la prisión su desinterés por las vistas exteriores. No había paredes de cristal que privilegiaran el paisaje de la montaña. No había claraboyas. Tampoco galerías. Construido en piedra y gruesos tablones inmaculados, el lugar había sido construido claramente para cumplir una función específica. No podía afirmar si había sido visitado por última vez a finales del verano o de la Gran Depresión.

O si en este momento había alguien en su interior, observando mis movimientos a través de una grieta o un agujero en las paredes.

– ¿Hay alguien en casa? Nada.

Subí al porche y llamé a la puerta.

– ¿Hola?

Ningún movimiento dentro de la casa. Me acerqué hacia una de las ventanas y traté de mirar a través de los postigos. Un material oscuro y pesado ocultaba el interior. Giré la cabeza buscando otro ángulo para poder mirar hasta que el cuerpo peludo de una araña me hizo saltar hacia atrás.

Bajé los escalones, rodeé la casa por un sendero de piedras invadido por las hierbas y pasé por debajo de un arco hasta llegar a un oscuro y pequeño patio. El cercado estaba rodeado por muros de piedra de dos metros de alto coronados por arbustos de lilas, sus hojas oscuras contrastaban con los verdes y amarillos del bosque que se extendía unos metros más allá. Excepto por la presencia de musgo, nada crecía en el suelo compacto y húmedo. El pequeño y frío patio interior parecía absolutamente incapaz de sustentar forma alguna de vida.

Volví la mirada nuevamente hacia la casa. Un cuervo describió un pequeño círculo y se posó en una rama cercana, una pequeña silueta negra contra el brillante azul del cielo. El pájaro negro graznó un par de veces, hizo un chasquido con el pico y luego bajó la cabeza en mi dirección.

– Dile a la señora de la casa que he pasado por aquí -dije, con más seguridad de la que realmente sentía.

El cuervo me observó durante un momento y luego alzó el vuelo.

Al volverme, creí ver un destello de luz reflejado en un trozo de cristal roto. Me quedé inmóvil. ¿Había visto movimiento en una de las ventanas de la planta superior? Esperé unos minutos. Nada se movió.

El patio sólo tenía una entrada, de modo que volví sobre mis pasos y examiné la parte más alejada de la propiedad. Los matorrales también cubrían el espacio que separaba la casa del bosque, terminando en una jungla de malvarrosas muertas que inundaban los cimientos. Recorrí el lugar, pero no vi ninguna evidencia de cementerios, intactos o excavados. Mi único descubrimiento fue una barra de metal rota.

Frustrada, regresé al porche delantero, inserté la barra entre los postigos y empujé suavemente. La ventana no cedió. Aumenté la presión, por curiosidad, pero sin querer causar daño. La madera era sólida y no se movió.

Miré mi reloj. Las dos cuarenta y cinco. Todo esto era inútil. Y estúpido, si la propiedad no estaba abandonada. Si los propietarios existían, estaban fuera o querían que así lo pareciera. Yo estaba cansada, sudada y sentía el escozor de miles de diminutos rasguños.

Y, debía admitirlo, el lugar me ponía los pelos de punta. Aunque sabía que mi reacción era irracional, tenía la sensación de que el mal rondaba la casa. Decidí que preguntaría en el pueblo, lancé la barra de metal y regresé al lugar del accidente.

Mientras me dirigía hacia el depósito, pensé en aquella misteriosa casa. ¿Quién la había construido? ¿Por qué? ¿Y qué era lo que me había resultado tan inquietante?

[4] Película dirigida por John Boorman en la que un grupo de amigos decide recorrer los rápidos de una región montañosa que pronto quedará cubierta por un enorme pantano. Su aventura de fin de semana se convertirá en una pesadilla cuando encuentran a unos violentos y primitivos habitantes de la zona. (N. del T.)


[5] En una escena de la película, uno de los miembros del grupo mantiene una especie de duelo tocando la guitarra mientras otro de los chicos, de una familia de campesinos, toca el banjo. (N. del T.)



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