La casa de Renee Butler era la típica «trinidad» de Filadelfia, así llamadas porque tienen tres pisos con una sola habitación en cada piso. Era una diminuta caja de ladrillos con pálidas persianas blancas, decorada con flores en cada ventana Las ventanas estaban llenas de pensamientos púrpuras cuyo follaje rebosaba las macetas. Esa noche parecía como si su: ocupantes, Renee y Eve, estuvieran celebrando una fiesta
Me oculté en un oscuro callejón frente a la casa observé el espectáculo, desilusionada. Ni siquiera yo podía tener el coraje de entrar subrepticiamente en medie de un festejo semejante. Pero ¿qué tipo de fiesta era esa Se oía un ritmo sincopado de jazz. Nadie bailaba. Por las ventanas pude ver a la gente charlando con copas en las manos. También vi a un camarero en el primer piso sirviendo canapés a los invitados encorbatados. ¿Una reunión de adultos? ¿Y con camarero? ¿De qué se trataba? Esa no era la clase de fiesta que daban normalmente los letrados de R amp; B. Además, R amp; B ya no existía.
De repente apareció una cabeza en la planta baja. Era Renee. Tenía el negro pelo estirado hacia atrás y unos inmensos aretes plateados colgaban de sus orejas. Tenía puesto un dashiki largo y parecía haber perdido peso. Caminó hasta la ventana y se acomodó el echarpe.
Me refugié en el callejón y esperé mi oportunidad. Aparte de la fiesta, la calle estaba tranquila y en silencie era una de esas callejuelas adoquinadas de Filadelfia, tan estrechas que no puede pasar ni un coche. Volví a asomarme. Quería ver lo que hacía Renee.
Charlaba con un hombre alto, apuesto y bien trajeado. ¿Quién era? ¿Quién era esa gente? Oí voces provenientes de la calle y me pegué a la pared espiando lo que sucedía a la vuelta de la esquina.
Un hombre se acercaba con una mujer cogida del brazo y ella se reía mientras avanzaba por el empedrado. Cuando estuvieron más cerca, vi que se trataba de Wingate, con corbata, y de Jennifer Rowlands. Miré hacia la oscuridad para evitar que me vieran.
De modo que la gente de R amp; B estaba invitada a esa reunión. ¿Sabían algo del arresto de Grady? Esperé hasta que oí que se cerraba la puerta de entrada y la voz de Wingate desapareció en el interior del edificio. Luego volví a espiar.
En el primer piso, logré ver a Eve con un ajustado vestido de color dorado al lado de un hombre alto. No pude saber quién era porque estaba de espaldas a la ventana, pero cuando ella se le acercó para susurrarle algo al oído, vi su anguloso perfil con gafas. Era el doctor Haupt, de Wellroth. A su lado apareció Kurt William-son, el director general, con una vaca enfundada en un vestido de encaje, que supuse que era su mujer. A su alrededor había un círculo de aduladores empresariales, como si fuera un nido de gusanos.
Por supuesto, esa no era la típica fiesta de abogados normales. Los rostros eran de más edad, los cabellos, plateados y las parejas estaban casadas. Esa gente eran clientes de la empresa. Con razón nadie se divertía.
– -¡Por favor, silencio! --gritó alguien. La música cesó bruscamente y con ello el volumen de la conversación. Las cabezas giraron en dirección al doctor Haupt y él levantó su copa haciendo un brindis que no pude escuchar. La compañía en participación debía ser una realidad. Todos aplaudieron y Eve hizo una reverencia. Únicamente Renee, que miraba a su amiga, apenas sonrió.
¿Qué pensamientos había tras esos grandes ojos negros? Tenía que averiguarlo, pero no sabía cuál podía ser mi próximo paso si no lograba inspeccionar la casa. Necesitaba un plan B. Recapacité sobre todo lo que sabía. Renee estaba relacionada con Eileen y el lugar de contacto había sido el centro de asistencia jurídica de la Universi dad de Pennsylvania. Si no lograba entrar en la casa, tendría que cambiar de rumbo.
A fin de cuentas, la fiesta había terminado.
Me aclaré la garganta, levanté los hombros y me dispuse a enfrentarme con mi enésimo guardia de seguridad en lo que iba de semana. Había conocido a ancianos, jóvenes, blancos y negros, y había llegado rápidamente a la conclusión de que en el mundo hay demasiados guardias y ninguna seguridad. Demasiados policías y ninguna protección. De otro modo, ¿cómo se explicaba el que yo fuera una fugitiva?
Empujé las puertas de cristal de la facultad de derecho y me enfrenté a mi nuevo guardia. Vestía de paisano; era de baja estatura, con gafas, y estaba sentado tras una mesa de madera estudiando derecho mercantil. ¿Un estudiante de segundo año? Parecía que estudiaba frente a un libro de Mercantil II.
Levantó la mirada parpadeando a través de sus gruesas gafas de concha cuando me acerqué a él. Tal vez no sería el guardia de seguridad más apuesto del mundo, pero sin duda era el más inteligente. Mierda, tendría que encontrarle el punto débil. ¿Un estudiante de último curso? ¿Trabajando para estudiar? No sería mayor problema.
– Tengo un problema y tú tienes otro -le dije inclinándome sobre la mesa aparentando un cansancio que no me salió nada fingido.
– ¿Que yo tengo un problema?
– Soy socia de Grun amp; Chase. Conoces la firma.
– Por supuesto, la conozco. -Tragó saliva visiblemente y cerró el grueso volumen de casos metiendo el dedo índice en medio para marcar la página. Si le dolía, no lo demostró. ¿No sentía nada? Podría trabajar de estatua-. Todo el mundo conoce Grun amp; Chase.
– -No hay duda. En cualquier caso, el otro día mantuve aquí una entrevista y, por desgracia, dejé mis apuntes y todo el expediente en el centro de asistencia. Supongo que tienes una llave para dejarme entrar.
– Así es.
– Muy bien. Pasemos.
– Eh, no sabía que las entrevistas se mantuvieran aquí.
– Pues, sí. Se les hacen a los estudiantes del centro.
– Qué raro. -Levantó la cabeza de un cabello castaño con un corte de pelo anticuado, de cuando los cortes tenían nombre. Supuse que el suyo se llamaría «el corte fantasma».
– ¿Qué es lo raro? -le pregunté.
– Es verano. No sabía que hubiera entrevistas de trabajo en verano.
Piensa rápido, imbécil.
– -No son las entrevistas normales. Son para estudiantes selectos del último curso. Estudiantes del centro. No te entrevisté a ti, ¿verdad? --Le eché una mirada arrogante con el sello de la casa Grun.
– No, no sabía nada de las entrevistas.
– Son muy informales. Nos gustan de ese modo.
– Yo no hago prácticas en el centro.
– Pues haces mal.
– Supongo que tampoco soy tan selecto. -Desvió la mirada y dejó caer sus débiles hombros con la camiseta caracoles de cinco centímetros. Me recordó un poco a Wingate. Sentí una fugaz simpatía por él.
– -¿Te entrevistó gente de Grun?
– -Sí, durante el año. Pero no me volvieron a llamar.
– -¿Cómo son tus notas?
– -No para matrícula de honor.
– -De acuerdo, pero ¿son buenas?
– -Bueno, no son espantosas.
– ¿No son espantosas? -Si este chico no aprendía a tener más presencia y confianza en sí mismo, se lo comerían vivo-. ¿Quieres decir que mejoran?
– Mejoran, eso es. -Se colocó bien las gafas.
– ¿Tienes alguna experiencia? En Grun les gusta eso. A todas las firmas, ya sabes. Experiencia práctica.
– Trabajé en el despacho de mi padre el primer año y conseguí mucha experiencia práctica. Soy una persona práctica. Enfoco los problemas desde el ángulo práctico.
– -Ya entiendo. ¿Ya tienes trabajo para cuando acabes?
– -No --dijo. Se le subieron los colores como si su respuesta fuera motivo de una profunda vergüenza, lo cual, en una facultad de derecho, lo era.
– -¿Dónde trabajas este verano?
– -Aquí.
– -¿Incluso durante el día?
Tragó saliva.
– No pude encontrar un trabajo jurídico.
Lo miré y él me miró. Ambos sabíamos lo que eso significaba. Estaba a punto de licenciarse con una deuda de al menos cien mil dólares y sin ninguna posibilidad de devolverlos. Ese chico necesitaba ayuda. Estuve a punto de creerme lo que estaba fingiendo.
– ¿No has estudiado?
– Sí, y he estudiado duro. Pero cuando llegan los exámenes, me quedo… congelado, no atino a nada. -Meneo la cabeza mordiéndose un labio-. Quizá no tengo el talento necesario para ser abogado. Tal vez no esté hecho para esto.
– O tal vez no piensas con los pies en la tierra.
– No lo hago. Eso es lo que opina mi padre.
– -Todo eso significa que acaso no sirvas para presentarte ante un jurado. Pero hay otras clases de abogados.
– Pero los litigios son los más atractivos…
– -Olvídate de lo que es atractivo. ¿Cuál es tu materia favorita?
– -Tributación.
– -¿Impuestos? --Era casi inconcebible. ¿Qué le pasa a esta nueva generación? ¿Derecho fiscal en vez de constitucional?--. ¿Te gusta de verdad el derecho fiscal?
– -Es como un inmenso rompecabezas. Se encajan las piezas y entonces todo tiene sentido. -Sonrió por primera vez transportado por la belleza y las maravillas del sistema fiscal.
– ¿Cómo te fue en fiscal?
– Conseguí un E, un excelente. Es el único. -Sonrió de orgullo y de alivio.
– Y entonces, ¿por qué no te inscribes en un programa fiscal? ¿Como el de la Universidad de Nueva York? Haz un máster en tributación. Te prorrogarán la deuda universitaria y tendrás otro año para conseguir trabajo.
– -¿Cree que es posible?
– -Por supuesto que sí.
– ¿No es demasiado tarde para presentar la solicitud?
– -No si la envías de inmediato.
Le resplandeció la cara.
– ¡Lo haré!
– -Pues ya está. --Vi que la expresión le cambiaba entusiasmo a confusión.
– -Espera. ¿Por qué me cuentas todo esto?
Me cogió de sorpresa.
– Porque me has caído bien.
Volvió a apoyarse en el respaldo de la silla y entrecerró sus ojos miopes.
– No trabajas para Grun, ¿verdad? No puede ser, porque eres demasiado buena.
Hizo una pausa y se hizo el silencio en el vestíbulo. No había nadie más. De súbito, me sentí agotada. Había tenido veinte minutos de sueño en tres largos días. Acaso, por una vez, diría la verdad. Quería salir de mi papel y el chico tenía una cara en la que se podía confiar, como la de Wingate.
– ¿Quieres saber la verdad? -dije-. No soy una socia de Grun que trabaja para Personal ni una buscona ni uní criminal.
– Pues, entonces, ¿qué eres?
– -Soy abogada y tengo una necesidad apremiante de entrar en ese centro.