– Se ha terminado, Bennie -dijo Mark.
– -Lo sé. Me he dado cuenta de que ya no dormimos juntos.
– -No hablo de nosotros. Me refiero a la firma. Es verdad.
– -¿Qué? --No podía creer lo que estaba oyendo. Se me subió la sangre a la cabeza y se me secó la boca. Se me formó un nudo de dolor e indignación en el pecho-. ¿De qué estás hablando?
– Quiero independizarme.
– Ya te has independizado. -Me dije que debía mantener la calma y controlar mis palabras. No quería que empezáramos a gritarnos como de costumbre. No nos había hecho ningún bien, salvo acelerar nuestra separación.
– -Quiero volver a empezar, tener mi propio bufete. Necesito empezar de nuevo. --Se metió las manos en lo más profundo de los bolsillos de su pantalón-. Es demasiado agobiante estar contigo y con Eve en la misma empresa.
– Espera un momento. Estás hablando de mi propia empresa, de mi medio de vida. Tu asunto con Eve es personal. Se trata de dos cosas distintas.
– Entonces, ¿qué sucedió hoy con el jarro de agua? Eve piensa que lo hiciste por celos. No sabe cómo puede seguir aquí estando tú de por medio.
Apreté los dientes.
– Entonces que se vaya. Es mi negocio. Tú y yo sabemos que lo de hoy fue algo profesional.
Se cruzó de brazos en la otra punta de la mesa de reuniones.
– En un par de años estará lista para ser asociada. ¿Tú lo permitirías?
– Lo decidiré en su momento, pero dudo que dé la talla. No considero que esté cualificada después de lo que he visto hoy.
Soltó una carcajada intempestiva.
– Bennie, la guardiana de los principios. No cambias.
– Sin duda, ¿y por qué no? -dije luchando por controlarme el genio-. Eve es una buena abogada de empresa, pero no podría ponerse delante de un tribunal ni aunque le fuera la vida en ello. Para eso, cualquiera de sus colegas es mejor, Butler, Wells o Wingate.
– ¿Wingate? Es un cretino. ¡No tiene el seso suficiente ni siquiera si tuviera la energía necesaria! No lo puedo presentar a un cliente de empresa…
– Baja la voz -le dije por si los asociados estaban oyendo.
– Eve es inteligente, Bennie. Esa idea para la sociedad en participación fue suya. Tú viste el informe.
– ¿Sí? Hemos rechazado a muchos chicos inteligentes que querían ser asociados.
– -Te lo estoy diciendo. Es buena.
– -Tal vez en la cama.
Hizo una mueca.
– -Ese comentario no era necesario, Bennie.
– -¡Por supuesto que sí! Asume las cosas. ¿Por eso quieres darle un tratamiento especial? ¿En qué lugar quedan las demás mujeres? ¿Y los hombres? No tiene talento. Punto. Se acueste con quien se acueste.
Movió la cabeza y yo también. Se hizo el silencio entre los dos mientras recapacitábamos.
– -Me llevaré a mis clientes -dijo Mark en voz baja-. Wellroth y las demás empresas farmacéuticas. Tú te quedas con los clientes por difamación y los casos de abuso policial. Dividimos por la mitad los activos y todo lo que nos deben. He hecho copias en disco de los archivos del ordenador. También de la documentación que escribimos juntos y del sistema de pagos. Eve ha hecho copias de los archivos de casos para los clientes farmacéuticos.
Lo habían planeado todo. Los dos, a mis espaldas. Sentí que ya no controlaba mis nervios.
– Nos dividimos los asociados. Quien quiera venir conmigo y con Eve, que lo haga. Quien quiera ir contigo, que lo haga. He encontrado nuevas oficinas en la calle Veinte. Tienen sol y luz. El alquiler empieza a contar dentro de dos semanas.
– -Te mudas en dos semanas. Pues bien. Vete.
Mark permaneció inmóvil. De repente lo vi todo claro y a mí me dio el pronto.
– -¡No! ¿Me mudo yo? ¿Me estás echando? ¡Mierda, Mark! ¡La casa te pertenece y te quedas con mi firma! ¡Yo pulí estos suelos, cretino!
– Bennie…
– ¿Hay algo más que yo deba saber? Ahora que me has humillado delante de todos, ¿hay algo más que quieras decirme?
– Tú te lo has ganado.
– ¡Vete a la mierda! -grité sin importarme si me oían los asociados-. ¿Dónde has trazado la línea de separación?
– ¿Dónde? Pues bien, ¿desde cuándo representas a activistas de derechos de los animales, Bennie?
– ¿Y eso qué tiene que ver? ¡Hace meses que lo has planeado, hipócrita!
– Lo de hoy ha sido la gota que ha colmado el vaso. ¿Te importa que Furstmann y Wellroth tengan los mismos propietarios? ¡Comprueba primero si puede haber conflicto de intereses y luego lánzate a salvar la firma!
Estaba tan furiosa que podía gritar y lo hice.
– -¡Defendí a ese chico de cargos criminales! ¡Su querella por brutalidad era contra la policía y el ayuntamiento! ¡No existen conflictos de intereses! ¡Furstmann no tiene nada que ver!
– -Por supuesto, no comprobaste nada, ni te importó. El doctor Haupt me dijo después del almuerzo que recibió un fax durante el juicio. ¡Se lo enviaron por mensajero, Bennie! ¡Tú representabas al grupo que protestaba contra su empresa! ¡Mi socia! ¿Cómo crees que les cayó la noticia? -Mark se pasó la mano por el pelo con un ademán de furia-. ¡Es un auténtico milagro que consigamos nuevos casos! ¡Y te guste o no, ha sido porque Eve les ha caído bien!
– Pero ¿dónde está el conflicto? Ese chico no tiene ninguna querella contra ellos.
– ¡No seas tan jodidamente técnica!, ¿quieres? ¡Ese mierda nos está arruinando el negocio! Es una pesadilla para las relaciones públicas. Esa empresa no quiere problemas. No desean llamar la atención.
– -¡Por todos los santos, eso no es un conflicto! ¿O haces lo que te digan, tengan o no tengan razón? ¿Bailas al son de su música?
– Ya estamos. Esa es tu actitud y entonces se supone que debo mantenerte a mi lado…
¿Mantenerme? Me quedé sin aliento de golpe.
– ¿Mantenerme? -dije susurrando-. También yo me he ganado los garbanzos. Nuestras facturaciones son similares. El año pasado, la mía fue incluso más alta que la tuya.
Se frotó el mentón y suspiró.
– Tengo que pensar en el futuro, Bennie. Quiero introducirme en el negocio farmacéutico. Mira lo que sucede con Wellroth y su sociedad en participación. Allí hay dinero.
– El dinero una vez más.
– ¿Acaso es una palabra sucia? ¿No debería yo ganar más de cien mil al año?
– Solías decir que no necesitabas ganar más de cincuenta mil.
– Eso era entonces; ahora es ahora. Tú tal vez no quieras un futuro, pero yo sí. Tú quizá no quieras hijos, pero yo sí.
Respiré profundamente. Conocía bien este combate, cada golpe y contragolpe. Yo no deseaba hijos, aún no. No podía cuando mi madre seguía empeorando.
Desvié la mirada hacia la ventana. Afuera, se ponía el sol. La gente se dirigía a sus casas después del trabajo. El día había terminado. R amp; B había terminado. Me acordé del río que cruzaba la ciudad a menos de tres kilómetros de donde estaba.
– -¿Bennie?
Me di media vuelta y me dirigí hacia la puerta. No iba a discutir más. Lo único que quedaba entre Mark y yo era un acuerdo empresarial y él tenía derecho a darlo por terminado. Que se vaya por su lado, que todo se acabe. Yo seguiría adelante sola, como siempre lo había hecho. Salí de la biblioteca y cerré la puerta.
Los remos cortaban el agua con un chasquido. Me agachaba y los empujaba contra mi estómago con un movimiento lento y fluido, lo más controlado y parejo que podía, deslizándome hacia atrás sobre el duro asiento de madera, con las rodillas estiradas sobre los raíles.
El agua negra se resistía, pero sólo ligeramente. El viento había amainado y todo estaba quieto. Yo continuaba remando sobre un espejo de cristal ahumado.
La superficie del agua reflejaba las luces que delineaban las casetas de botes en la orilla, luego las farolas de las calles, a medida que me alejaba de la civilización.-No había luces en medio del río; la oscuridad era completa.
Los remos golpeaban el agua y yo los empujaba imaginando su líquida oscuridad como si fuera melaza, demorándome en cada palada y ganando en concentración. Sentía que el bote avanzaba poco a poco con cada una de las paladas. Todo fluía a un ritmo lento, lánguido y oscuro, suspendido. Todo sobre el agua negra. Lo único que me conectaba con el río o con cualquier otra cosa eran las empuñaduras de los remos, ásperas y astilladas bajo mis manos callosas. Me aferraba a la pala, que era mi conexión con el mundo.
Apreté los remos y di otra larga palada. Me deslicé bajo el escarpado puente de piedra donde siempre estaba más fresco, más oscuro, incluso ahora, a medianoche. Cruzaba la parte más ancha del río, de modo que los pocos coches que había a cada lado parecían lejanos, con sus faros como linternas no lo bastante potentes como para iluminar el camino.
Di otra palada y sentí que el agua me salpicaba el antebrazo cuando golpeaba el agua demasiado fuerte con el remo. Tranquila, muchacha. Me agaché casi sobre las puntas de los pies para la próxima palada, estirándome, extendiendo casi cada centímetro de mi cuerpo. Una palada poderosa pero controlada, siempre controlada. Seguí remando así unas diez veces más.
Una, dos, tres, nada de paladas poderosas, sino mesuradas, sin pensar en otra cosa que en el control. La palada, la respiración, el ritmo. La velocidad del bote y el sonido que hacía al deslizarse sobre el agua. El chirrido del aparejo. El olor a pescado y la frescura verde de los árboles. La sensación de llovizna fresca, la sacudida al echarse hacia adelante. La ciudad estaba a lo lejos. La ciudad había desaparecido. Cuatro, cinco, seis paladas.
Llegó un momento en que solo se oía el sonido de mi propia respiración en breves y rápidos jadeos, que solo sentía la humedad del sudor entre los pechos y bajo los brazos. Me estaba esforzando y ya no era una jovencita. Tenía gotas de sudor en las rodillas, pero se evaporaban cuando el bote tomaba velocidad apenas flotando sobre el agua porque las paladas eran muy ajustadas. Finalmente encontré el ritmo y nada podía ir mal. Siete, ocho, nueve, diez.
En medio del río, en medio de la noche.