Echamos suertes quién debía ir a verlo.
Me tocó a mí. Me levanté de la mesa.
Se acercaban ya las horas de visita al hospital.
No respondió nada a mi saludo.
Quería cogerle de la mano, la apretó
como un perro ambriento que no suelta su hueso.
Parecía como si le diera verguenza morir.
No sé de qué se habla con alguien como él.
Nuestras miradas se evitaban como en un fotometraje.
No dijo ni quédate, ni vete.
No preguntó por nadie de los de nuestra mesa.
Ni por tí, Juancho, ni por tí, moncho, ni por tí Pancho.
Empezó a dolerme la cabeza. ¿Quién se le muere a quién?
Exalté la medicina y las tres lilas del vaso.
Hablé del sol y fuí apagándome.
Qué bien que haya peldaños para salir corriendo.
Qué bien que haya una puerta para poder abrirla.
Qué bien que me esperáis en esa mesa.
El olor a hospital me provoca náuseas.