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GENTE EN EL PUENTE

Extraño este planeta y extraña en él la gente.
Acatan el tiempo, pero no lo reconocen.
Tienen maneras de expresar su desacuerdo.
Producen, por ejemplo, escenas como ésta:
Nada especial en un primer momento.
Se ve agua.
Se ve una orilla del agua.
Se ve contra corriente avanzar una barca.
Se ve un puente sobre el agua y se ve en él a la gente.
Se ve muy bien cómo la gente apura el paso,
pues, en ese instante, desde una nube negra
comienza a azotar la lluvia.
La cosa es que después no pasa nada.
La nube no cambia ni de color ni de forma.
La lluvia ni es más intensa ni cede.
La barca navega sin moverse.
La gente en el puente corre
exactamente ahí donde corría.
Difícil no hacer un comentario:
Esta no es para nada una imagen inocente.
Aquí fue detenido el tiempo.
Dejaron de considerarse sus leyes.
Se le privó de influencia en la evolución de los hechos.
Fui desdeñado y ofendido.
Por culpa de un rebelde,
un tal Hiroshige Utagawa
(ser que, por lo demás,
hace mucho y como corresponde ha transcurrido),
el tiempo tropezó y cayó de bruces.
Tal vez se trate de una broma sin mayor significado,
una travesura a escala de apenas un par de galaxias,
por si acaso, sin embargo,
agreguemos lo que sigue:
Es aquí de buen tono
apreciar mucho esta escena,
maravillarse con ella y conmoverse por generaciones
Hay algunos a quienes ni siquiera esto les basta.
Oyen incluso el rumor de la lluvia,
sienten el frío de las gotas en la nuca y en la espalda,
miran el puente y a la gente
como si se vieran a sí mismos
en esa misma carrera interminable,
en ese camino sin fin por recorrer eternamente,
y creen, en su osadia,
que así es en realidad.

De “Gente en el puente”, 1986

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