Creo en el gran descubrimiento.
Creo en el hombre que hará el descubrimiento.
Creo en el terror del hombre que hará el descubrimiento.
Creo en la palidez de su rostro,
la náusea, el sudor frío en su labio.
Creo en la quema de las notas,
quema hasta las cenizas,
quema hasta la última.
Creo en la dispersión de los números,
su dispersión sin remordimiento.
Creo en la rapidez del hombre,
la precisión de sus movimientos,
su libre albedrío irreprimido.
Creo en la destrucción de las tablillas,
el vertido de los líquidos,
la extinción del rayo.
Afirmo que todo funcionará
y que no será demasiado tarde,
y que las cosas se develarán en ausencia de testigos.
Nadie lo averiguará, no me cabe duda,
ni esposa ni muralla,
ni siquiera un pájaro, porque bien puede cantar.
Creo en la mano detenida,
creo en la carrera arruinada,
creo en la labor perdida de muchos años.
Creo en el secreto llevado a la tumba.
Para mí estas palabras se remontan por encima de las reglas.
No buscan apoyo en ejemplos de ninguna clase.
Mi fe es fuerte, ciega y sin ningún fundamento.
En la descripción del cielo se advierte cierta impotencia,
la autora se pierde en una pavorosa infinitud,
se sobrecoge con los muchos planetas muertos
y pronto en su mente (podríamos agregar: inexacta)
se comienza a formar una pregunta,
¿acaso a pesar de todo no estamos solos
bajo el sol, bajo todos los soles del universo?
¡Contrario a la teoría de las probabilidades!
¡Y a las convicciones universalmente sostenidas actualmente!
¡Frente a la irrefutable evidencia de que ahora cualquier día
puede caer en manos humanas! Oh, poesía.
Mientras tanto, nuestra visionaria retorna a la Tierra,
el planeta que tal vez "gira sin testigos",
la única "ciencia ficción que se puede permitir el universo".
La desesperación de Pascal (1623-1662, la nota al pie de página es nuestra)
parece que para nuestra autora no tiene rival
sobre cualquier Andrómeda o Caciopea.
La exclusividad magnifica y obliga,
así emerge el problema de cómo vivir etcétera,
en tanto "el vacío no nos lo resuelva".
"Oh, Señor", el hombe clama A Él Mismo,
"ten piedad de mí, ilumíname…"
La autora está oprimida por la idea de que la vida se derrocha tan fácilmente,
como si hubiera reservas inagotables de ella.
La idea de las guerras -ella pide discrepar-
siempre se pierden en ambos lados.
De la inhumanidad "brutalitaria" (sic!) del hombre con el hombre.
A través del poema se vislumbra un intento moral.
Bajo una pluma menos ingenua podría brillar más.
¡Pero qué pena! Esta tesis básicamente tambaleante
(acaso a pesar de todo no estamos solos
bajo el sol, bajo todos los soles del universo)
y su desarrollo en un estilo imperturbable
(mezclando lo elevado con lo vernacular)
lleva a la conclusión de ¿quién lo creerá de todas maneras?
Sin duda nadie. ¿No se los dije?