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Kevin, preocupado por la soga de la balsa de los alimentos, se situó en la proa. Se lo había explicado a Jack para que se mantuviera alerta.

– Es un sitio siniestro -dijo Laurie.

– Qué estridentes son los gritos de los animales -observó Natalie.

– Lo que oís son ranas -explicó Melanie-. Ranas románticas.

– Está aquí delante -dijo Kevin.

Jack apagó el motor y se incorporó para levantarlo del agua.

La piragua pasó por encima de la soga con un ruido seco y un leve crujido.

– Usemos los remos -sugirió Kevin-. Estamos muy cerca y no podemos arriesgarnos a chocar con un tronco en la oscuridad.

La densa vegetación de la derecha parecía alejarse de la costa. Habían llegado al claro de la zona de estacionamiento.

– ¡Oh, no! -gritó Kevin desde la costa-. El puente no está extendido.

– No hay problema -dijo Melanie-. Todavía tengo la llave.

– La levantó y la llave brilló en la luz mortecina-. Sabía que algún día la necesitaríamos.

– Vaya Melanie -dijo Kevin, rebosante de alegría-, eres fabulosa. Por un momento pensé que habíamos hecho el viaje en balde.

– ¿Un puente que se despliega con una llave? -preguntó Jack-. Parece un artilugio muy moderno para un rincón remoto en medio de la selva.

– Hay un desembarcadero a la derecha -explicó Kevin-.

Atracaremos la piragua allí.

Jack, que estaba en la popa, remó hacia atrás para girar la proa hacia la isla. Unos minutos después, chocaron contra unos maderos.

– Muy bien -dijo Kevin y respiró hondo. Estaba nervioso.

Sabía que iba a hacer algo que nunca había hecho: convertirse en una especie de héroe-. Os sugiero lo siguiente: vosotros os quedáis aquí, al menos por el momento. No sé cómo reaccionarán los animales al verme. Son sorprendentemente fuertes, de modo que corremos un riesgo. Yo estoy dispuesto a afrontarlo por las razones que ya he mencionado, pero no quiero poneros en peligro. ¿Os parece razonable?

– Es razonable -respondió Jack-, pero no estoy de acuerdo. Creo que necesitarás ayuda.

– Además, no estamos indefensos -dijo Warren-. Tenemos un rifle AK-47.

– ¡Nada de disparos! -pidió Kevin-. Por favor, no quiero ser responsable de ninguna muerte. Por eso prefiero que os quedéis en el bote. Si algo va mal, marchaos.

Melanie se puso en pie.

– Yo soy casi tan responsable como tú de la existencia de estas criaturas. Te ayudaré, te guste o no.

Kevin hizo una mueca de disgusto.

– Y no te pongas de morros -dijo ella mientras saltaba al desembarcadero.

– Será una fiesta -dijo Jack, y se levantó para seguir a Melanie.

– ¡Tú te sientas! -ordenó ella-. Por el momento, es una fiesta privada.

Jack se sentó.

Kevin sacó la linterna y se reunió con Melanie en el desembarcadero.

– Nos daremos prisa -prometió.

En primer lugar se dirigieron al puente. Sin él el plan fracasaría, fuera cual fuese la reacción de los animales. Kevin introdujo la llave en la muesca, apretó el botón verde y contuvo el aliento. Casi de inmediato, oyó el rugido del motor eléctrico en la zona continental. Luego el puente telescópico se extendió en cámara lenta por encima del río oscuro, hasta apoyarse sobre el montante de cemento de la isla.

Kevin subió al puente para comprobar su estabilidad. Trató de sacudirlo, pero no consiguió moverlo. Satisfecho, se bajó y él y Melanie enfilaron hacia el bosque. La oscuridad les impedía ver las jaulas, pero sabían que estaban allí.

– ¿Tienes algún plan, o sencillamente los dejaremos salir en masa? -preguntó Melanie mientras cruzaban el claro.

Kevin había encendido la linterna para ver dónde pisaba.

– Había pensado buscar a mi doble, el bonobo número uno -respondió Kevin-. A diferencia de mí, es un líder. Si consigo que entienda nuestras intenciones, es probable que guíe a los demás. -Se encogió los hombros-. ¿Se te ocurre algo mejor?

– Por el momento, no -respondió Melanie.

Las jaulas estaban dispuestas en una larga fila y despedían un olor hediondo, ya que los animales llevaban más de veinticuatro horas encerrados en sus minúsculas celdas. Mientras se aproximaban, Kevin iluminó cada jaula con la linterna.

Los animales despertaron de inmediato. Algunos retrocedieron al fondo de la jaula, intentando protegerse del resplandor. Otros permanecieron en su sitio, con los ojos echando chispas rojas.

– ¿Cómo lo reconocerás? -preguntó Melanie.

– Ojalá lleve aún mi reloj -dijo Kevin-, aunque es muy poco probable. Supongo que lo reconoceré por la cicatriz.

– Es paradójico que él y Siegfried tengan cicatrices casi idénticas -observó ella.

– No menciones a ese tipo. ¡Santo cielo! ¡Mira!

La luz de la linterna iluminaba la cara del bonobo número uno, con su horrible cicatriz. El animal los miró con expresión desafiante.

– ¡Es él! -exclamó Melanie.

– Bada -dijo Kevin y se golpeó el pecho, como habían hecho las hembras cuando los tres habían llegado a la cueva.

El bonobo número uno inclinó la cabeza y frunció el entrecejo.

– Bada -repitió Kevin.

Lentamente, el bonobo levantó una mano y se golpeó el pecho. Luego dijo "bada" con tanta claridad como Kevin.

El y Melanie intercambiaron una mirada. Ambos estaban estupefactos. Aunque habían mantenido un remedo de conversación con Arthur, las circunstancias eran distintas, y en ningún momento habían estado seguros de que se estaban comunicando. Esto era diferente.

– At -dijo Kevin. Habían oído esa palabra con frecuencia desde su primer encuentro con el bonobo número uno e intuían que significaba "ir".

El bonobo número uno no respondió.

El repitió la palabra y miró a Melanie.

– No sé qué más decir -dijo.

– Ni yo -repuso ella-. Abramos la puerta. Puede que así responda. Es difícil que venga si está encerrado.

– Tienes razón. -Rodeó a Melanie para llegar al lado derecho de la jaula. Con aprensión, quitó el pestillo y abrió la puerta.

Ambos retrocedieron, y Kevin dirigió el haz de luz de la linterna al suelo para no deslumbrar al animal. El bonobo número uno salió lentamente de su jaula, y se irguió. Miró alternativamente a derecha e izquierda antes de concentrar su atención en los humanos.

– At -repitió Kevin mientras retrocedía. Melanie permaneció en su sitio.

El bonobo número uno dio un paso al frente, al tiempo que se estiraba como un atleta que hace ejercicios de calentamiento.

Kevin dio media vuelta para caminar con mayor facilidad.

Repitió la palabra at unas cuantas veces. El animal lo siguió sin alterar la expresión de su cara. El lo condujo hasta el puente, subió y repitió "at".

El bonobo número uno trepó al montante de cemento con aire titubeante. Kevin retrocedió hasta llegar a la mitad del puente y el bonobo lo siguió con cautela, mirando a un lado y al otro.

Entonces Kevin decidió probar algo que no habían intentado con Arthur: pronunciar consecutivamente varias palabras del lenguaje de los bonobos. Comenzó por el término "sta", que el animal había pronunciado mientras entregaba el mono muerto a Candace; luego "zit", que el bonobo número uno había usado para indicarles que lo acompañaran a la cueva, y finalmente "arak", que estaban convencidos de que significaba "fuera".

– Sta zit arak -dijo mientras abría los dedos y separaba la mano del pecho, imitando el gesto que Candace había visto en el quirófano. Kevin esperaba que la frase significara "tú ir fuera".

Tras repetir la frase una vez más, señaló hacia el noreste, en dirección al vasto bosque tropical.

El bonobo número uno se puso de puntillas y miró por encima del hombro de Kevin, hacia la selva de la zona continental. Luego se volvió para mirar las jaulas. Mientras extendía los brazos, emitió una serie de sonidos que ellos no habían oído antes, o que al menos nunca habían asociado con una actividad determinada.

– ¿Qué hace? -preguntó Kevin.

El animal le había dado la espalda.

– Puede que me equivoque-dijo Melanie-, pero intuyo que habla de sus congéneres.

– ¡Dios! -exclamó él-. Parece que ha entendido lo que quería decirle. Liberemos algunos animales más.

Dio un paso al frente. El bonobo notó que se movía y se volvió a mirarlo. Kevin titubeó. El puente tenía unos tres metros de ancho y le daba miedo aproximarse demasiado.

Recordó la facilidad con que el bonobo número uno lo había levantado en andas y arrojado al suelo como si fuera un muñeco de trapo.

Miró al animal a los ojos, procurando detectar alguna emoción, pero no vio ninguna. En cambio, volvió a embargarlo la sensación de que estaba ante un espejo evolutivo.

– ¿Qué pasa? -preguntó Melanie.

– Me da miedo -respondió Kevin-. No sé si pasar a su lado o no.

– Por favor, otro atolladero de película de vaqueros, no -dijo ella-. No tenemos mucho tiempo.

– De acuerdo. -Respiró hondo y pasó lentamente junto al animal, acercándose al borde del puente. El bonobo lo miró, pero no se movió-. Tengo los nervios a flor de piel -dijo mientras bajaba del puente.

– ¿Lo dejamos aquí?

Kevin se rascó la cabeza.

– No sé. Podría actuar como señuelo para que los otros animales lo siguieran, pero también es posible que regrese con nosotros.

– ¿Por qué no echamos a andar? -preguntó Melanie-. Dejemos que lo decida él.

Enfilaron hacia las jaulas, y se alegraron de ver que el bonobo número uno los seguía.

Apuraron el paso, conscientes de que Candace y los demás los esperaban. Cuando llegaron junto a las jaulas, no vacilaron ni un instante. Kevin abrió la puerta de la primera, mientras Melanie abría la de la segunda.

Los animales salieron rápidamente e intercambiaron palabras con el bonobo número uno. Kevin y Melanie se dirigieron a las dos jaulas siguientes.

Unos minutos después, una docena de animales se congregaban en el claro, estirándose y vocalizando.

– Funciona -dijo él-. Estoy seguro. Si se propusieran internarse en el bosque de la isla, ya habrían corrido hacia allí.

Creo que todos saben que tienen que marcharse.

– Tal vez debería ir a buscar a Candace y a los demás. Deberían presenciar esta escena. Además, podrían echarnos una mano.

Melanie se perdió en la oscuridad mientras Kevin se acercaba a la jaula siguiente. Notó que el bonobo número uno permanecía cerca, para recibir a cada nuevo animal liberado.

Cuando apareció el resto del grupo, él ya había liberado a otra media docena de bonobos. Al principio, el grupo se sentía intimidado por esas extrañas criaturas y no sabía qué hacer. Sin embargo, los bonobos no les prestaron atención, salvo a Warren, a quien rehuían. El afroamericano llevaba consigo el rifle de asalto, que, según pensó Kevin, debía de recordarles las escopetas de dardos.

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