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La vela que arde ante el icono no es más que un charco de cera; el ramillete de flores languidece. Después de colocar la hornacina, la niña la ha olvidado quizá adrede. ¿Adivina acaso que Pavel ha dejado de hablarle a su padre, que también se ha perdido, que las únicas voces que ahora escucha son voces demoníacas?

Endereza el pábilo, lo enciende, se arrodilla. Los ojos de la Virgen están fijos en su bebé, el cual lo mira desde la estampa a la vez que eleva un minúsculo dedo admonitorio.

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