– Si ahora estamos dentro de un objeto del interior del cuadrado que hemos dejado atrás, iremos a parar fuera de aquel espacio, ¿no?
Arktofilax sonrió.
– No sabes si estamos dentro o fuera, y no te lo recrimino. Si abrimos un boquete aquí -tocó la pared-, saldremos al interior del cuadrado, y no creas que es más correcto decir saldremos que entraremos.
Ígur se refugió en las frugales lecturas de la Ley del Laberinto.
– Entiendo que hay dos maneras básicas de recorrer un Laberinto, siempre que no tenga techo y el perímetro sea accesible: por dentro, Laberinto negativo en el que, como en un recipiente, se utiliza el vacío y es lo que lo resuelve, mientras que lo sólido hace los obstáculos, y el Laberinto positivo, el mismo pero transitado por encima: se recorre lo lleno y por lo lleno se resuelve, y el vacío lo interrumpe; recorrer el Laberinto sólido, cuando se hace por encima, tiene la ventaja visual de que hasta un cierto punto es posible prever el recorrido.
– Sí, pero también puede ser, si el constructor ha sido inteligente, que haya aprovechado esa aparente facilidad para introducir otros engaños. ¿Así crees que arriba encontraremos un Laberinto positivo?
– No lo sé -dijo Ígur-, pero no sería incoherente con la geometría del conjunto, y reforzaría la idea de acceso interior al Cadroiani y salida hacia el exterior, con la expectativa cualificando el camino: entrada-interior-negativo hasta el Cadroiani, salida-exterior-positivo después del Cadroiani.
– ¿Y ahora mismo?
– Ahora sería el punto de inflexión -tocó la pared y señaló el vacío-: Laberinto lateral con énfasis en las dos inclinaciones del hiperboloide: estrechándose hasta el punto central, ensanchándose hacia el desenlace.
– No está mal pensado, una buena montaña psicocósmica -dijo Arktofilax-. Veremos si los constructores te habrán hecho caso.
Continuaron el ascenso, y hasta que, unas horas más tarde, no hubieron sobrepasado ampliamente el punto medio, no pudieron apreciar que el espacio entre el límite del hiperboloide y el techo no era continuo, como podía parecer desde abajo, sino que estaba sostenido en primer término por una delicada columnata circular y, más atrás, por un muro igualmente circular, concéntrico, igual que la columnata, con la planta del hiperboloide. A medida que subían y disminuía la distancia, apreciaron que lo que parecían columnas finas eran en realidad poderosos cilindros de no menos de cinco metros de diámetro, y el efecto etéreo era producto de su gran esbeltez, porque el techo estaba a más de cien metros del extremo del hiperboloide. Finalmente llegaron arriba, y a Ígur le faltó poco para conmoverse cuando al emerger de una barandilla baja y ancha su vista se expandió por una vasta superficie plana al alcance de sus pies. A pesar de que el ámbito, de una meliflua luz dorada, era menos luminoso de lo que parecía desde abajo, el contraste convertía el gran agujero oscuro del Cadroiani en un recuerdo maligno.
– Allí hay una puerta -dijo Ígur, después de un recorrido visual por la pared cilindrica.
– Antes tenemos que asegurarnos de que no haya ninguna otra oculta tras una columna, incluso que no haya ninguna en una columna.
La verificación les llevó un rato, y volvieron a la puerta del principio. No había ninguna indicación, y la abrieron después de las precauciones habituales contra un posible incidente atmosférico. Una vez más, el aire era respirable, y se dirigieron a un larguísimo pasillo, casi tan largo como el último anterior al Cadroiani, en cuyo final había aún otra puerta.
– De momento -dijo Ígur- parece que los constructores optan por la simetría simple.
– Simetría de elementos, pero sin afectar al orden interno -dijo Arktofilax, señalando la parte superior de la puerta, donde se apreciaba una pantalla de cristal líquido con una inscripción; Ígur la leyó en voz alta.
La Reina Blanca desea al Príncipe
La Reina oculta la ventana y vigila a su Rey
Sin descuidarse, la Reina complace a su Rey
La Reina Blanca olvida al que sale y espera al que vendrá
La Reina Vigilante se abre al Príncipe
– Entiendo -dijo Ígur- que se trata de un poema móvil, porque si no estaría esculpido o pintado, no en una pantalla de cristal.
– Has hablado a la ligera, Caballero -lo recriminó Arktofilax-. En primer lugar, no es menos efímero lo esculpido en piedra o en mármol que la impresión en cristal líquido, y es menos visible en determinadas condiciones; y después, no sé de dónde sacas que eso sea un poema; no sé distinguir ninguna ley métrica, rítmica ni tan sólo sintáctica. Veo cinco descripciones pertenecientes al corpus que llaman los Episodios de la Reina Cuádruple -Ígur abrió mucho los ojos y Arktofilax lo miró con benevolencia-; no te recrimino que no lo conozcas, no está incluido en la Ley del Laberinto y, la verdad, me sorprende encontrarlo aquí, porque es más propio de la Apotropía de Juegos de la época del Hegémono Barx. Por suerte, he traído las reglas.
Sacó de la bolsa un volumen antiguo, de cerca de quinientas páginas de letra pequeña y dibujos.
– Más que un Juego parece un breviario -dijo Ígur, leyendo al azar las hojas que el Magisterpraedi pasaba hacia adelante y hacia atrás.
– Empezaremos por repasar las figuras -se detuvo en un cuadro que representaba en pequeñas siluetas de trazo primitivo diversas posturas de una mujer sola o en compañía de un hombre-. Cada figura corresponde a una de las sentencias de la inscripción, y lo primero que tenemos que hacer es identificarlas. Antes veremos qué significa cada figura. -Retrocedió unas páginas, y le mostró dos dibujos que representaban circuitos-. Es una representación de dos variantes de la solución al problema de los suministros sin cruces -explicó Arktofilax-. Fíjate, la postura J corresponde a la Reina agachada, mirando a la derecha; ésa es la posición exaltada, a la izquierda sería exiliada, y a la S le corresponde la Reina sentada, igualmente mirando a la derecha, y con el codo sobre la rodilla; esa disposición de exilio y exaltación no es arbitraria, sino
que mantiene, como puedes ver, la misma correspondencia entre el orden de las vías de entrada y los puntos de llegada, que se verían alterados hacia el simétrico si las dos Reinas mirasen al mismo lado. En lo referente a las figuras exiliadas, se representan, respectivamente en cada simétrica exaltada, por j y s minúsculas. Aparte del recorrido interior, que es un tratado emblemático de curvas demasiado complejo para empezar ahora a especular, la verdadera distinción entre las dos figuras es que en S se sale por la vía 1, que es la 4 en la figura s , ya que de otra forma las dos vías extremas podrían ser eliminadas ya de entrada; eso complica esta figura con una bifurcación adicional. Observa que entonces todo sería relativamente fácil si siempre encontrásemos bifurcaciones cuádruples (bastaría con ir tirando por la segunda a la derecha), o con bifurcaciones simples de acuerdo a un solo modelo; pues bien -pasó unas cuantas páginas-, los modelos posibles de series de bifurcaciones son cinco, o, para ser más exactos, tres, si descontamos los correspondientes simétricos -le mostró el cuadro:
Prosiguió-: Observa que el autor del libro, en un justo anhelo de complicar las cosas, o quizá para que ningún lector distraído o exagerado confunda los grados de abstracción, llama 1, 2, 3 y 4 a los caminos de la Reina y A, B, C y D a las bifurcaciones de los esquemas que, con buena lógica, les corresponden. Hecha la aplicación, obtenemos un cuadro de posibilidades sobre las bifurcaciones que hay que escoger para ir a cada uno de los cuatro puntos; observa que el cuadro contiene tan sólo la mitad de las posibilidades, porque corresponde a las figuras exaltadas; el autor del libro, con buen criterio, supone que no tendremos dificultades para obtener las figuras simétricas donde, obviamente, la salida se obtiene por la vía 3 en lugar de la 2 en la j , y por la 4 en lugar de la 1 en la s , figura en la que, además, hay que añadir un giro a la derecha en la exaltada, y un giro a la izquierda en la exiliada
– Arktofilax volvió la página y mostró a Ígur un nuevo cuadro de posibilidades:
Prosiguió-: De ahí, en el último paso del proceso, resultará el recorrido. Ahora se trata de identificar las posturas de la Reina con las descripciones de la inscripción; veamos: 'La Reina Blanca desea al Príncipe' -volvió a las páginas con pequeñas siluetas en diferentes actitudes, y señaló dos-; puede ser la mujer sentada o la mujer agachada, pero en cualquier caso, la mujer está sola; segunda línea: 'La Reina oculta la ventana y vigila a su Rey'; aquí hay una clara inversión de postura, así es que si la Reina miraba a la izquierda, ahora mira hacia la derecha, y viceversa. -Escogió otra figura-. Observa también que desear tiene un sentido dinámico más acentuado que ocultar y vigilar, por lo tanto a la primera línea le corresponde una figura agachada, y a la segunda una sentada.
– El razonamiento me parece débil -dijo Ígur.
– Quizá lo sea, pero si no hay elementos que nos convenzan de que lo contrario tiene más fuerza, nos tendremos que atener a esto. -Ígur no dijo nada más, y el Magisterpraedi continuó-. Recapitulemos: tenemos la historia de un triángulo de fuerzas eróticas: la Reina, el Rey y el Príncipe, por tanto, la gran hembra fluctuante entre el Rey, que es su poseedor legal, y el seductor extranjero; es la vieja fábula que tantas materializaciones ha tenido (tal vez la más célebre sea la de Arctús, Ginebra y Lancelot); ¿Cómo se disponen los elementos? La Reina está fija porque es la tierra, y los machos son cuerpos celestes que aparecen y desaparecen a medida que la tierra gira; el título de Reina Cuádruple no proviene de los cuatro caminos del interior como opciones, sino de las cuatro posibles posturas: sentada a la derecha o la izquierda, agachada a la derecha o a la izquierda. Observa que el Rey y el Príncipe aparecen y son vigilados a través de una ventana a ras de suelo que representa el horizonte, y que la Reina oculta con su cuerpo cuando le conviene vigilar la aparición de uno o de otro, u ocultar al amante a los ojos del esposo. Una vez más, tenemos una fábula astral en la que claramente el Rey representa al Sol -señaló la figura en posición erecta con aureola radiada-, el Príncipe una determinada estrella brillante, quizá un planeta, Júpiter, Marte, más raramente Mercurio, porque está asociado al Sol, y la desaparición del Príncipe en presencia del Rey, la alternancia entre el astro diurno y el nocturno, como el Sol oculta las estrellas, que retornan cuando muere. Vayamos a la tercera línea: "Sin descuidarse, la Reina complace a su Rey.' -Escogió la silueta que representaba a un hombre de pie y a una mujer contra la ventana agachada ante él en actitud inequívoca-. La cuarta línea dice: 'La Reina Blanca olvida al que sale y espera al que vendrá.' En ésta el dinamismo es dudoso, pero sabiendo que los episodios de la Reina Cuádruple evitan las repeticiones, y sabiendo entre qué figuras se sitúa la cuarta, yo optaría por ésta. -Señaló la representación de una mujer sentada de cara a la ventana-. La última línea, 'La Reina Vigilante se abre al Príncipe', está clara: la mujer no pierde de vista la ventana y se abandona al placer en recepción de retaguardia. -Escogió la figura que lo representaba-. Así pues, tenemos esta secuencia -hizo un rápido esbozo-; hagamos un