Литмир - Электронная Библиотека
A
A

– No puedo.

– Claro que no podéis -sonrió bondadoso-, y no os preocupéis, no he venido a daros quebraderos de cabeza. Se trata tan sólo de que firméis estos poderes.

Le presentó un montón de papeles, algunos con solapas de plastificación. El Paciente los miró, y el Asistente del Canónico le señaló el espacio para que firmara y le facilitó un lápiz magnético.

– ¿Qué nombre debo poner? -preguntó el Paciente; el Canónico y el Asistente se miraron.

– Ore Enui -dijo el dignatario; el Paciente firmó con trazos vacilantes.

– Vigilante nocturno de los Almacenes de Excedentes de la Fábrica de Complementos Electromecánicos Bruijmathron amp; Co. -leyó con lentitud-. ¿Es éste mi oficio?

– Claro que sí, ¿no os acordáis?

– Sí, ahora me acuerdo.

– ¿Y qué más? -preguntó el Canónico, con entonación de dirigirse a un crío.

– Lo entiendo, me reconozco.

– Muy bien; sois muy afortunado, señor Enui -cubrieron los papeles firmados con las solapas plastificadoras que impedían alterarlos y, ya de pie para irse, se dirigió al Paciente-: ¿Alguna pregunta?

– Sí -dijo-, quisiera saber cómo progresa el equilibrio de Dioniso, mi hemisferio izquierdo, sobre Apolo.

– Dioniso rige el hemisferio derecho, ¿no lo recordáis? -dijo el Asistente, y el Paciente se quedó confuso; los demás esperaban, solícitos.

– Pero a mí siempre me han dicho…

– Posiblemente -le dijo en voz baja el Asistente al Canónico- ahora haya un desequilibrio en perjuicio de Apolo. Ya sabéis el viejo dicho: Después del terror, o la muerte o la carcajada.

– La reconstrucción es incompleta -dijo el Canónico-, pero es posible que haya una recaída si acentuamos la restauración de Apolo. Y ahora una regresión sería fatal. ¿Qué opina el Subcanónico?

– No es partidario de intentarlo.

El dignatario hizo un gesto, como si la respuesta lo estimulase en dirección contraria. El Asistente sonrió sutilmente, quizá ante una mejora de sus propias expectativas; hacía tiempo que aspiraba al ascenso, y ésa podía ser la ocasión.

– Quizá valdría la pena. El Paciente está postrado en una inhibición que no nos sirve.

– Entonces, ¿cambiamos el tratamiento?

– Sí -se decidió el Canónico-, acentuaremos las Colas de Milano entre la verdad y la muerte, y nos olvidaremos de momento de Dioniso y la Salida del Laberinto; creo, incluso, que como consecuencia del relleno cognoscitivo el elemento correspondiente resultará reforzado, y entonces podremos intentarlo con métodos persuasivos. ¡A lo mejor -rió- aún lo aprovechan en la Apotropía de Juegos!

El Asistente también se echó a reír, y miró el cuerpo lacerado, descolocado de los centros gravitacionales.

– Lo dudo mucho. La hieromórfosis ha desaparecido, pero como no había manera de disociarla de la parte teopática de la egotitis, y ésta era una parte esencial, los centros de individuación están destruidos irreversiblemente.

– Siempre le podemos reconstruir la memoria -dijo el Canónico.

– Sí, pero no la pneuma. En ese punto, la postulación Adrastea es impecable: Némesis y Orfeo en el último sentido del Juego, Fonotontina o no, es una anécdota de cariz técnico sin importancia. La resurrección, y no hablo tan sólo desde el punto de vista de la emblemática, es la principal dirección prohibida de la naturaleza.

– Ya lo veis -dijo el Canónico dirigiéndose al Paciente-, aún nos queda camino por recorrer juntos. Se trata de ver quién gana la partida final, si vos como estrella de todos los crímenes, o nosotros como sarcófago de vuestras esperanzas.

– El Juez se duerme durante la exposición de las conclusiones -dijo el Paciente.

– Son excreciones residuales -se excusó el Asistente-, es normal en su estado.

– Sin embargo, es significativo lo que ha dicho -murmuró el Canónico, y se fue hacia la puerta-. Tendremos que hilar más delgado.

111
{"b":"87587","o":1}