– Concedido -dijo, y tras una pausa rubricadora autocomplaciente bajó de la plataforma al tiempo que subían dos empleados a ocuparse de Lamborga, y uno más a limpiar la sangre del parquet.
La concurrencia parecía conmovida, y, disipada la tensión adicional de los últimos momentos, los dignatarios bajaron del estrado; el Agon se fue precipitadamente con su escolta, Ifact se quedó en segundo término, y el Secretario de la Capilla se dirigió al vencedor, flanqueado por el Juez.
– Bienvenido a la Capilla del Emperador -le dijo con una sonrisa más afectuosa que solemne; a Ígur le sorprendieron la precipitación y la falta de protocolo; entre tanto se llevaban al herido. Los asistentes se acercaron, y Mongrius se perdió de vista.
– Es el mayor honor de mi vida -dijo Ígur, aturdido.