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– No, ahora nada -protestó Denis.

– No seas pesado. ¿Es que no te apetece jugar un poco con nosotras? Seguro que no todos los días te ves con cuatro chicas.

– Pero ahora jugad con otro.

– Ahora jugamos contigo. Toca prenda. ¿Estáis de acuerdo?

Las otras asintieron dando ansiosas cabezadas. La botella estaba de nuevo en manos de Giada, que echando atrás la cabeza bebía sin parar, como si quisiera acabársela antes de que las demás se la pidieran.

– ¿Lo ves? -añadió Viola.

Denis dio un suspiro y preguntó resignado:

– ¿Qué tengo que hacer?

– Pues como soy una chica buena te mandaré una misión agradable -contestó Viola con aire misterioso. Las amigas, deseosas de saber qué nueva tortura se le había ocurrido, estaban pendientes de sus labios-: darle un beso a Giulia.

Giulia se puso encarnada. Denis notó un pinchazo en las costillas.

– ¡Calla, loca! -exclamó Giulia con escándalo, acaso fingido.

Viola encogió los hombros con expresión de niña caprichosa. Denis se negó dando dos o tres cabezadas.

– Tú mismo has dicho que te gusta.

– ¿Y si me niego?

Viola se puso seria y le clavó los ojos:

– Si te niegas, te tocará de nuevo verdad y tendrás, por ejemplo, que hablarnos de tu amiguito…

Y en su mirada aguda y chispeante Denis vio todo lo que él había siempre creído invisible, y el cuello se le tensó.

Se volvió hacia Giulia Mirandi y con los brazos inertes adelantó la cara, cerró los ojos y le dio un beso. Cuando quiso retirarse, Giulia le echó la mano a la nuca y, sujetándole la cabeza, metió la lengua a la fuerza entre sus contraídos labios.

Denis sintió en la boca sabor de saliva ajena y le dio asco. Era su primer beso, y cuando abrió los ojos vio a Mattia y la patizamba entrando en la cocina cogidos de la mano.

15

Fueron los otros quienes primero supieron lo que Alice y Mattia no comprenderían hasta muchos años más tarde. Entraron en el salón cogidos de la mano, sin sonreír, sin mirarse ni mirar al mismo sitio, pero era como si sus cuerpos fluyeran uno en el otro a través del contacto de las manos.

El fuerte contraste que hacía el cabello claro de Alice, que rodeaba su cara de tez muy pálida, y el pelo moreno de Mattia, que le caía revuelto por la frente y le cubría los ojos negros, desaparecía por obra de aquella corriente sutil que los unía. Entre ellos había un espacio compartido de confines imprecisos en el que nada parecía faltar, en el que flotaba un aire puro y sereno.

Alice iba un paso por delante y tiraba débilmente de Mattia, lo que equilibraba su paso y corregía las imperfecciones de su pierna lisiada. Él se dejaba llevar; sus pies no resonaban en el suelo, sus cicatrices quedaban ocultas y seguras dentro de la mano de ella.

Se detuvieron en el umbral de la cocina, a cierta distancia del grupo que formaban las chicas y Denis; daban la impresión de no saber dónde estaban, tenían un aire ausente, como si llegaran de un lugar lejano que sólo ellos conocieran. Denis rechazó a Giulia con brusquedad y sus bocas se despegaron con un chasquido. Miró al amigo buscando en su expresión la huella de aquello que lo horrorizaba; pensó que él y Alice se habían dicho cosas que él nunca conocería y notó que la sangre le subía a la cabeza.

Salió presuroso de la cocina y adrede golpeó con el hombro al amigo para destruir aquel odioso equilibrio. Mattia le vio un instante los ojos, enrojecidos y extraviados, que por alguna razón le recordaron la mirada indefensa de Michela aquella tarde en el parque. Con los años, aquellas dos miradas habían de fundirse en su memoria como expresión de un único, indeleble miedo.

Soltó la mano de Alice. Como si sus terminaciones nerviosas se hubieran concentrado en aquel punto, cuando lo hizo tuvo la sensación de que su brazo desprendía chispas, como el cabo de un cable eléctrico. Se excusó con ella y corrió tras Denis.

Alice se acercó a Viola, que la miraba con ojos pétreos, y balbució:

– Resulta que…

– No digas nada -la interrumpió la otra. Al verla con Mattia había recordado al chico de la playa, aquel que rechazó su mano cuando lo que más deseaba ella era que los demás la vieran así. Viola era envidiosa, y su envidia era dolorosa y violenta, y en aquel momento estaba furiosa porque acababa de regalarle a otra la felicidad que ella quería; se sentía como si Alice le hubiera robado su parte.

Ésta quiso decirle algo al oído, pero ella volvió la cara y le preguntó:

– ¿Qué quieres ahora?

– Nada -contestó Alice, apartándose asustada.

En ese momento Giada se dobló como si un hombre invisible le hubiera dado un puñetazo en el estómago, y con una mano se asió al borde de la encimera y se llevó la otra al vientre.

– ¿Qué te pasa? -le preguntó Viola.

– Voy a vomitar…

– ¡Qué asco! Al baño, corre.

Pero fue demasiado tarde. Con una arcada, Giada devolvió en el suelo una masa rojiza y alcohólica que parecía batido de tarta de Soledad.

Las demás se apartaron espantadas, pero Alice la cogió por las caderas para sostenerla. Un olor rancio se difundió al instante por el ambiente.

Rechinando los dientes, Viola dijo:

– ¡Tonta! Menuda fiesta de mierda.

Y con las manos en jarras, como para no emplearlas en romper algo, salió de la cocina. Alice se quedó mirándola preocupada, pero luego siguió atendiendo a Giada, que lloraba con sollozos entrecortados.

16

Los demás invitados estaban repartidos en grupitos por el salón. La mayoría de los chicos balanceaban rítmicamente la cabeza adelante y atrás, y las chicas dejaban vagar la mirada. Algunos tenían un vaso en la mano. Unos seis o siete bailaban al son de A question of time. Mattia se preguntó cómo no les daba vergüenza moverse de aquel modo delante de todos, aunque luego pensó que era lo más natural del mundo, y por eso precisamente él era incapaz de hacerlo.

Denis había desaparecido. Mattia cruzó el salón y lo buscó en la habitación de Viola, luego en la de la hermana y en la de los padres. Miró por último en los dos cuartos de baño, y en uno de ellos encontró a un chico y una chica de la escuela, sentada ella en la tapa del váter, él enfrente en el suelo, con las piernas cruzadas; los dos lo miraron con expresión triste e inquisitiva. Mattia cerró deprisa la puerta.

Volvió al salón, salió al balcón. Se veía la colina descender oscura y allá abajo la ciudad, puntitos blancos y redondos que se extendían homogéneamente hasta el horizonte. Se asomó por la baranda y escrutó entre los árboles del parque de los Bai, pero no vio a nadie. Volvió adentro. La angustia empezaba a invadirlo.

En el salón había una escalera de caracol que conducía a una buhardilla oscura. Subió los primeros escalones, se detuvo, pensó si habría podido esconderse allí.

Siguió subiendo, llegó arriba. A la claridad que se filtraba del salón pudo distinguir una figura en medio del recinto: Denis.

Lo llamó. En todo el tiempo que llevaban de amigos no había pronunciado su nombre más de tres veces. Nunca hacía falta, Denis estaba siempre a su lado, como una extensión natural de sus miembros.

– Vete -le contestó su amigo.

Mattia buscó el interruptor y encendió la luz. Era un recinto enorme. Una alta estantería recorría las paredes. Aparte de ella, no había más muebles que un gran escritorio de madera, vacío. Mattia tuvo la impresión de que hacía mucho que nadie subía allí.

– Son casi las once -dijo-. Tenemos que irnos.

Denis no contestó. Estaba vuelto de espaldas, de pie, en medio de una gran alfombra. Mattia se acercó. Cuando estuvo junto a él comprendió que había llorado; respiraba con jadeos, miraba fijamente al frente y los labios, entreabiertos, le temblaban.

Reparó entonces en la lámpara de mesa hecha pedazos que había a sus pies.

15
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