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– Porque así completo mi formación -repuso Jazz-. La obstetricia y la ginecología me interesan, pero con los marines no tuve ocasión de aprender demasiado por razones obvias. Por eso subo con frecuencia cuando tengo un descanso. Ahora que he aprendido un poco, estoy pensando en solicitar un traslado cuando haya plaza.

– Así que esta noche subió también para completar sus conocimientos, ¿no?

– ¿Le resulta tan difícil de creer? En lugar de bajar a la cafetería con el resto de personal de planta durante mi hora de comer para hablar de nimiedades me voy a Obstetricia a aprender cosas que no sé. Es lo de siempre, cuando una hace un esfuerzo por mejorar lo único que consigue es que le echen la bronca.

– No quisiera agravar sus pesares -dijo Roger esforzándose por suprimir el sarcasmo de su tono de voz-, pero me parece que hay cierta discrepancia: la enfermera Lanigan me ha dicho que, cuando se encaró con usted antes, usted le dijo que necesitaba no sé qué suministros.

– ¿Le dijo eso? -preguntó Jazz con burlona risa-. Bueno, en cierto sentido tiene razón. Necesitaba unos conductos de empalme, y eso gracias a que la central de abastecimiento no nos abastece; pero eso no es más que una simple observación sin importancia. Lo que realmente estaba haciendo allí era empaparme de información de las anotaciones de las enfermeras. Lo más probable es que Lanigan no quiera admitirlo porque cree que quiero quitarle el puesto.

– Yo no diría eso -contestó Roger-, pero no soy nadie para saberlo. Gracias por su tiempo, señorita Rakoczi. Seguiremos en contacto por si se me ocurren más cosas que preguntarle.

Roger salió de la salita y rodeó el mostrador. En esos momentos se sentía verdaderamente fatigado. El efecto de la cafeína se le había pasado por completo. Un momento antes había considerado la posibilidad de volver al ala de operaciones para intentar localizar a Najah porque, lo mismo que a Rakoczi, deseaba preguntarle qué había ido a hacer a la planta de Obstetricia y Ginecología. Sin embargo, en ese instante ya no estaba tan seguro y se sentía agotado. Eran las cuatro de la madrugada.

Decidió que lo primero que haría al día siguiente sería llamar a Rosalyn y pedirle el expediente de Jasmine Rakoczi en el St. Francis. Ya no le importaban las consecuencias. Se preguntaba si la carencia de enfermeras había sido la razón de que la contrataran. En su opinión había muy pocas posibilidades de que ella fuera una asesina múltiple, porque eso habría sido demasiado fácil. Sin embargo, el hecho de que estuviera contratada como enfermera con el carácter que tenía le parecía totalmente inadecuado y tenía intención de tomar cartas en el asunto.

Roger apretó el botón del ascensor para bajar y lanzó una última mirada al mostrador de enfermeras. Fue solo durante una fracción de segundo, pero tuvo la impresión de que Jazz lo espiaba por la puerta de la sala. No estaba seguro, y con lo fatigado que se encontraba, pensó que podría haber sido cosa de su imaginación. Aquella mujer lo incomodaba, y la idea de estar a su cuidado le desagradaba profundamente.

El ascensor llegó, y él subió. Justo antes de que se cerraran las puertas, volvió a mirar hacia la puerta de la sala de enfermeras. Por segunda vez no supo si sus ojos o cerebro lo engañaban, pero creyó verla de nuevo.

Bajó hasta el sótano, donde nunca había estado antes. A diferencia del resto del hospital, su aspecto era totalmente utilitario. Las paredes eran de desnudo cemento, y una multitud de tuberías y conductos -algunos aislados y otros no- corría por el techo. Los elementos de iluminación eran simples bombillas protegidas por una rejilla metálica. Más allá de los ascensores, en un sencillo y desconchado cartel pintado directamente en el cemento se leía: «Anfiteatro de autopsias» acompañado de una gran flecha roja indicadora.

El camino era laberíntico; pero, siguiendo las flechas, Roger llegó finalmente a una doble puerta revestida de cuero y con unos ventanucos ovalados a la altura de los ojos. Los vidrios estaban cubiertos de una película grasienta. A pesar de que Roger vio que dentro brillaba una luz, no pudo distinguir más detalles. Abrió la puerta con el antiguo tirador de latón.

El interior era un anfiteatro semicircular muy pasado de moda con filas de pequeños asientos que ascendían en la oscuridad. Roger calculó que lo habían construido hacía más de un siglo, cuando Anatomía y Patología eran las piedras angulares de la formación del médico. Se veía mucha madera vieja oscurecida por sucesivas capas de barniz, y la única claridad provenía de una gran lámpara de techo apantallada que colgaba de un largo cable. La luz caía justo encima de una antigua mesa metálica para autopsias que ocupaba el centro del escenario. Contra la negra pared había un aparador de hierro y cristal con una colección de instrumentos de acero inoxidable. Roger se preguntó cuándo los habrían utilizado por última vez. Muy pocas autopsias se hacían ya fuera del Departamento de Medicina Legal, y menos aún en los grandes centros dirigidos por las empresas de sanidad, como el Manhattan General.

Junto con la mesa de autopsias, en el escenario había varias camillas del hospital que a todas luces contenían cuerpos. Roger se acercó sin saber cuál de ellas sería la de Patricia Pruit. Mientras se aproximaba al primer cuerpo, se preguntó, como ya había hecho muchas veces, por qué Laurie había escogido dedicarse a la patología forense; le parecía que iba en contra de su alegre personalidad. Al final se encogió de hombros y levantó el extremo de una sábana.

No pudo contener una mueca. Estaba contemplando los restos de un individuo que había sufrido algún tipo de accidente. La cabeza del infeliz estaba terriblemente distorsionada y aplastada, hasta el punto de que se veía entero uno de los globos oculares. Roger dejó la sábana como estaba. Ya en la universidad no le había gustado la patología, especialmente la forense; y lo que acababa de ver se lo había recordado con especial brutalidad.

Respiró hondo antes de acercarse a la segunda camilla. Tendió la mano hacia la esquina de la sábana, pero no llegó a alcanzarla. De repente se vio lanzado hacia delante por un impacto en la espalda que le pareció como si acabaran de golpearlo con un mazo. Comprendió que estaba cayendo y alzó los brazos instintivamente en un intento de protegerse; pero, antes de dar contra el suelo de baldosas, el mazo volvió a golpearlo dejándolo sin aliento.

Roger chocó contra el suelo y se deslizó hacia delante por las esmaltadas baldosas. Su cabeza dio contra el muro que separaba el escenario de las hileras de asientos. Intentó moverse, pero la oscuridad cayó sobre él igual que una pesada y sofocante manta.

17

Cuando el despertador de Laurie quebró el temprano silencio del sábado por la mañana, comprobó que se sentía igual que el viernes. De nuevo había dormido mal, y el poco sueño que había logrado conciliar había estado plagado de pesadillas.

Lo primero que hizo tras salir de la cama fue repetir la prueba de embarazo con un nuevo dispositivo. Como médico, era consciente de la necesidad de repetir cualquier prueba para eliminar posibles falsas lecturas. Al comprobar el resultado se dio cuenta de que, a pesar de cierta falta de claridad, era positivo. No había duda posible: estaba embarazada.

Para certificar la prueba, estaban sus náuseas matinales, que esa mañana parecían un poco peores que en días anteriores. De todas maneras, tras tomar unos cereales se sintió mejor. Las molestias que notaba en la parte baja del abdomen eran otra cosa. Por suerte no se parecían a las que había padecido la noche antes, al volver a su apartamento tras su cita con Jack. Entonces se había tratado de un claro dolor, lo bastante intenso para que se retorciera, que la había acometido en el taxi como si de retortijones intestinales se tratara. Durante unos segundos había pensado en llamar a Laura Riley; pero entonces el dolor se desvaneció con la misma rapidez con la que había llegado. A pesar de su intensidad, Laurie estaba convencida de que tenía que ver con su sistema digestivo. Resultaba más agudo que los calambres menstruales, y eso la hizo pensar que quizá no tuviera nada que ver con el embarazo. Lo que la confundía era que también aparecía por las mañanas, junto con los mareos, como si ambos estuvieran relacionados.

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