Литмир - Электронная Библиотека
A
A

El simple hecho de cerrar los ojos le permitió darse cuenta de lo absolutamente criminal que había sido el trance por el que Laurie acababa de pasar. Ocupado en cuidar de ella, no lo había pensado hasta ese momento. En su mente vio con toda nitidez a la bronceada enfermera cuando él había irrumpido en el cuarto de Laurie. En la penumbra, le había parecido adusta, con sus hundidos ojos, sus cortos y negros cabellos y sus dientes sorprendentemente blancos. Pero lo que recordaba con más claridad era la almohada que tenía en una mano y la enorme jeringa de la otra. Jack sabía que cabían muchas explicaciones que justificaban que sostuviera aquellos objetos, igual que cabían para explicar su parálisis ante lo que constituía una situación de vida o muerte. Durante sus prácticas había visto a otros quedarse petrificados; y lo cierto era que él había hecho lo mismo al enfrentarse con su primera muerte cardíaca, nada más salir de la facultad. Sin embargo, en las circunstancias del momento, no podía dejar de hallar sospechosa la actitud de la enfermera. La había vuelto a ver durante el proceso de reanimación, pero solo fugazmente cuando apareció por la zona de enfermeras para ir al almacén de medicamentos o para utilizar el distribuidor automático. En cualquier caso, no había participado en la reanimación. En cierto momento, Jack había preguntado cómo se llamaba la enfermera; y, cuando se lo dijeron, sus sospechas aumentaron porque su nombre era uno de los de la lista de Roger.

Abrió los ojos de golpe y buscó su móvil en el bolsillo del abrigo. Sabía el número de teléfono particular de Lou en el Soho, y, a pesar de la hora, lo marcó. Teniendo en cuenta lo que había presenciado, la policía debía intervenir. No cabían más excusas. El teléfono sonó seis veces. Lou descolgó. Su voz sonaba como de ultratumba, y Jack tuvo que esperar a que dejara de toser.

– ¿Estás vivo? -le preguntó cuando se hizo el silencio al otro lado de la línea.

– Déjate de bromas -gruñó Lou-. Será mejor que tengas algo importante que contarme.

– Es más que importante -dijo Jack-. A Laurie la han operado de urgencia esta noche en el Manhattan General, y, después de la intervención, alguien la ha puesto al borde del precipicio y le ha dado un buen empujón. Ha estado tan a punto de morir como se puede llegar a estar. De hecho, hasta se podría decir que durante unos minutos ha estado clínicamente muerta.

– ¡Dios mío! -balbuceó Lou, tosiendo de nuevo.

– ¿Siempre toses así por las mañanas? -le preguntó Jack cuando el detective volvió a ponerse al aparato.

– ¿Dónde está Laurie ahora? -preguntó este haciendo caso omiso de la pregunta de Jack.

– Se encuentra en la Unidad de Cuidados Coronarios del segundo piso -repuso Jack-. En estos momentos me hallo en la sala de espera que hay enfrente.

– ¿Corre algún peligro?

– ¿En el sentido médico o en otro?

– En ambos.

– Médicamente hablando, yo diría que tienen la situación bajo control. Tuvo suerte de caer en manos de una residente de cardiología con pinta de colegiala que sabía lo que se hacía. Es curioso, pero ha sido la segunda persona esta noche que me ha hecho sentir como un abuelo. En cuanto a la persona que ha intentado acabar con Laurie, no creo que sea un problema; al menos en esta unidad de cuidados. Hay demasiada gente, y yo estoy montando guardia en la puerta.

– ¿Tienes alguna idea de quién ha sido?

– Hay una persona, y la verdad es que se trata de una de las enfermeras, por la que yo apostaría; pero no tengo pruebas. Te contaré los detalles cuando vengas. También figura en las listas de Roger, así que tienes el trabajo medio hecho. Lo que sí te digo es que la idea de que las series de asesinatos de Laurie no son más que pura especulación ya no se sostiene. Esta noche, ha estado a punto de engrosar la lista.

– ¿Sabes cómo se llama esa enfermera?

– Rakoczi.

– ¿Qué nombre es ese?

– Ni idea.

– Y esa tal Rakoczi, ¿sabe que sospechas de ella?

– Supongo -repuso Jack-. Me ha estado evitando toda la noche durante la reanimación de Laurie. Estaba con ella cuando yo irrumpí en su cuarto y la encontré agonizante.

A continuación, Jack le describió brevemente la escena tal como la había vivido.

– Bien. Sin duda estará en el primer lugar de mi lista de personas con las que debo hablar -repuso Lou-. Estaré ahí lo antes posible, lo cual significa que dentro de una media hora. Entretanto llamaré a los del distrito y les diré que manden un par de agentes de uniforme para que vigilen la entrada de esa unidad de cuidados en caso de que tú tengas que ir al lavabo o a alguna otra parte.

– Me parece bien.

– ¿Llevas despierto toda la noche?

– Pues sí -reconoció Jack.

– De acuerdo. Aguanta ahí. Nos veremos enseguida.

Jack estaba a punto de colgar cuando oyó que Lou añadía:

– ¡Ah, oye! No te hagas el héroe y estate quieto, ¿vale?

– No te preocupes -contestó Jack-. Después de lo que he pasado, me cuesta hasta respirar. No pienso moverme de aquí.

Jack colgó, dejó el móvil a un lado y cerró los ojos de nuevo. Se sentía más tranquilo tras haber hablado con Lou Soldano. El peso del delito cometido contra Laurie y las demás víctimas ya no descansaba sobre sus hombros. Para él, había sido como pasar el testigo en una carrera de relevos, lo cual significaba que su aportación había finalizado. Lo que no sabía era lo mucho que iba a lamentar no seguir sus propios consejos.

25

– Perdón -dijo Caitlin tras dar un golpecito a Jack en el hombro.

Este parpadeó y salió de las profundidades del sueño. Se sentía como si despertara de la muerte; pero, a medida que su visión se aclaraba y se situaba en tiempo y lugar, se estiró para incorporarse. Estaba sorprendido y disgustado por haberse quedado dormido.

– ¿Qué sucede? -balbuceó-. ¿Laurie está bien?

– No le pasa nada -aseguró Caitlin-. Los análisis de potasio son normales, y sus constantes vitales se mantienen firmes como la roca. Incluso ha podido tomar algo por vía oral porque la doctora Riley se lo ha permitido. También le han retirado el drenaje, así que evoluciona perfectamente.

– Estupendo -repuso Jack inclinándose hacia delante para ponerse en pie, pero Caitlin lo empujó por el hombro suavemente para que siguiera sentado.

– Sé que quiere entrar a verla, pero creo que es mejor que por el momento Laurie se quede tranquila y descanse. Está agotada y duerme.

Jack se recostó en el sofá y asintió.

– Estoy seguro de que tiene usted razón. La verdad es que, en estos momentos, lo que me preocupa de verdad es su seguridad. No me cabe duda de que usted ya habrá deducido que alguien administró deliberadamente a Laurie una dosis letal de potasio.

– Ya lo había imaginado -repuso Caitlin-, pero quédese tranquilo, estoy convencida de que la unidad de cuidados es un lugar seguro. De todas maneras, para estar totalmente seguros, he pedido a uno de mis residentes que no se aparte de la cama de la señorita Montgomery. No se preocupe, vigilará como un halcón y no se podrá acercar nadie sin autorización.

– Perfecto -dijo Jack.

– Supongo que no debería preguntarle quién cree usted que lo ha hecho, ¿no?

– Me parece que lo más conveniente sería hablar del asunto lo menos posible hasta que se haya resuelto -convino Jack-. Sé que eso es difícil en un hospital, donde los rumores corren como la pólvora; pero creo que sería mejor para todos si, durante unos días, usted y sus colegas no dicen nada de lo ocurrido esta noche. Dentro de poco llegará un detective de Homicidios, y confío en que él podrá llegar hasta el fondo del asunto.

En esos momentos, dos agentes uniformados aparecieron en el umbral. Uno era un fornido afroamericano cuya musculatura tensaba hasta el límite el tejido de su uniforme. Su nombre era Kevin Fletcher. El otro era una mujer de origen hispano, comparativamente menuda, llamada Toya Sánchez. Ambos actuaban con cierta reserva por hallarse en un hospital y se identificaron ante Jack hablando casi en susurros. Le dijeron que les habían dado orden de presentarse a él y a continuación esperaron, como si no supieran qué más hacer.

112
{"b":"115529","o":1}