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– ¿Por qué no cogen unas sillas y montan guardia ante la entrada de la Unidad de Cuidados Coronarios? -les propuso Jack-. Asegúrense de que todos lo que entren estén autorizados. -Luego, volviéndose hacia Caitlin, le preguntó-: Supongo que esta es la única entrada, ¿verdad?

– Sí, lo es -le aseguró ella.

Satisfechos por tener algo concreto que hacer, los dos policías siguieron el consejo de Jack y enseguida ocuparon sus posiciones a ambos lados de la entrada. A Jack le pareció que, como mínimo, su presencia resultaba imponente. De todas maneras, era el ajetreo de la UCC el que proporcionaba la verdadera seguridad.

– Tengo que hacer mi ronda -anunció Caitlin-, de modo que lo dejaré aquí para que siga su vigilia.

– Gracias por todo lo que ha hecho -le dijo Jack de corazón-. Ha estado usted fantástica.

– La clave estuvo en la pista que me dio usted con el potasio -contestó ella-. Quizá debería pensar en convertirse en residente de cardiología. Haríamos un estupendo equipo.

Jack se echó a reír y se preguntó si aquella joven estaría flirteando con él, pero enseguida se burló de su propia vanidad, convencido de que de ese modo intentaba compensar lo viejo que Caitlin lo había hecho sentir. Se despidió con un gesto de la mano cuando ella salió de la sala de espera. Después, volvió a instalarse en el sofá. No creía que fuera a dormirse de nuevo porque había sufrido una descarga de adrenalina al despertarse, de modo que empezó a darle vueltas a lo que significaba que alguien estuviera asesinando pacientes que tenían marcadores de genes defectuosos. Enseguida tuvo claro que la explicación de semejante canallada no podía atribuirse a los trastornos de personalidad de un asesino, por mucho que el individuo que estuviera inyectando las dosis de potasio estuviera loco de remate. Jack tenía la certeza de que se trataba de una conspiración más vasta en la que necesariamente tenían que estar implicados altos responsables de AmeriCare. Para él se trataba de un espantoso ejemplo del modo en que el ejercicio de la medicina podía acabar distorsionado cuando esta se convertía en un gran negocio donde acababa prevaleciendo el beneficio económico. Jack estaba personalmente al corriente de que en los más altos niveles administrativos de esas inmensas compañías sanitarias y en sus hospitales se escondían personas que, desde el punto de vista burocrático e incluso geográfico, se hallaban tan alejadas del objetivo principal de su actividad que podían quedar fácilmente cegadas por la necesidad de obtener beneficios, y en último término incluso por el valor de las acciones de la compañía.

Un revuelo en el vestíbulo interrumpió los pensamientos de Jack. Acababa de llegar un grupo de enfermeras, y la presencia de la policía comprobando sus acreditaciones antes de dejarlas entrar había desencadenado el barullo. Jack se asomó para verlas reír y bromear y se preguntó si seguirían haciéndolo si supieran lo que estaba ocurriendo en la trastienda de su hospital. Volvió al sofá. Las enfermeras, incluso más que los médicos, eran las que estaban en el día a día de las trincheras, luchando cuerpo a cuerpo contra la muerte y la incapacitación. No le cabía duda de que se enfurecerían si llegaban a enterarse de que una de ellas era sospechosa de tantos crímenes.

Aquellos pensamientos hicieron que Jack se acordara de Jasmine Rakoczi. Si, tal como sospechaba, ella era la culpable, entonces tenía que tratarse de un personaje ferozmente antisocial. De todos modos, Jack no dejaba de pensar que se equivocaba: ¿cómo era posible que alguien así hubiera decidido ser enfermera? Además, suponiendo que lo fuera, ¿cómo era posible que hubiera conseguido trabajo en un centro tan prestigioso? No tenía sentido, especialmente si se tenía en cuenta que algún contable oculto en lo más profundo de la estructura organizativa de AmeriCare tenía que comunicarle a quién debía llenar de potasio.

La puerta de la UCC se abrió de golpe y por ella salió un grupo de enfermeras y enfermeros que se sorprendieron igualmente por la presencia de la policía. Los agentes se mostraron corteses pero poco habladores, y enseguida las voces se desvanecieron a medida que el grupo se alejó por el pasillo.

Los ojos de Jack deambularon hasta posarse en el reloj de pared. Pasaban unos minutos de las siete de la mañana. De repente, su cansado cerebro cayó en la cuenta de por qué un grupo de enfermeras había llegado, y otro había salido. Era el cambio de turno. El turno de día sustituía al de noche.

Se puso en pie de un salto: no había caído en la cuenta de que Jasmine Rakoczi se habría marchado antes de que Lou llegara al hospital; y si ella era realmente la culpable y había intuido que él lo sabía, entonces podía desaparecer definitivamente. Con unas cuantas zancadas salió al vestíbulo donde explicó a los agentes que iba a subir a la quinta planta y añadió que, si el detective Soldano llegaba en su ausencia, debían decirle adónde había ido y pedirle que fuera hasta allí.

A continuación Jack corrió hacia la zona de ascensores, donde se hacía evidente que el hospital había sufrido una especie de transformación. Había empezado una nueva jornada de ajetreo. Al menos una docena de personas esperaba a que llegara el ascensor. Entre ellos había algún celador empujando una camilla que se dirigía a recoger a algún paciente para llevarlo a quirófano.

Cuando se abrieron las puertas del primero, resultó que estaba lleno. Aun así, unos cuantos subieron igualmente, lo mismo que Jack, que no estaba dispuesto a dejarse amedrentar y captó la indignación de la gente cuando las puertas apenas pudieron cerrarse. Apretados como sardinas, nadie habló mientras la cabina subía.

Para disgusto de Jack, el ascenso resultó frustrantemente lento: el ascensor se fue deteniendo en todos los pisos para escupir pasajeros, la mayor parte de las veces de la parte de atrás, de modo que Jack y otros tuvieron que salir en cada vestíbulo. Cuando llegó a la quinta planta, Jack apenas podía contener su impaciencia y fue el primero en salir al abrirse las puertas. Su intención era correr hasta el mostrador de enfermeras y preguntar por Jasmine Rakoczi. Abrigaba la esperanza de que por alguna razón la hubieran retenido y así pudiera atraparla.

Justo delante de él había otro ascensor cuyas puertas se estaban cerrando, y por el rabillo del ojo creyó ver a una enfermera de rasgos parecidos a los de Jasmine. No fue más que una visión pasajera, y cuando giró la cabeza para ver mejor, las puertas ya se habían cerrado.

Durante unos segundos, dudó qué hacer. Si bajaba corriendo por la escalera tendría la oportunidad de llegar antes que el ascensor; pero ¿y si no era Rakoczi? Tras varias vacilaciones, optó impulsivamente por el plan original y corrió hacia la zona de enfermeras. Había varias a la vista, y reconoció a algunas, cosa que le dio ánimos. También había un ordenanza que acababa de iniciar su servicio y que estaba recogiendo el desorden ocasionado por el tratamiento de reanimación de Laurie.

Sin perder tiempo, Jack se presentó como el doctor Stapleton y preguntó por Jasmine Rakoczi. El ordenanza, que era un joven delgado y rubio con coleta, le dijo que Jazz se había marchado hacía apenas unos segundos y miró por encima del hombro de Jack por si la veía.

– ¿Sabe usted adónde puede haber ido? -preguntó rápidamente Jack dando por hecho que era ella a quien había visto en el ascensor-. Me refiero a la puerta por donde sale o en qué dirección va. Necesito hablar con ella. Es importante.

– No vuelve a casa caminando -contestó el ordenanza-. Tiene una virguería de Hummer H-2, negro. Un día me lo enseñó. ¡Menudo equipo de sonido tiene! Siempre está aparcado en el primer piso del garaje, enfrente de la puerta que da al puente para los peatones.

– ¿En qué piso hay que bajar para llegar a ese puente? -preguntó rápidamente Jack.

– Pues en el primero, naturalmente -contestó el ordenanza poniendo cara de que había sido la pregunta más tonta que le habían hecho en la vida.

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