Con los papeles en la mano, Laurie fue a descolgar el teléfono, pero vaciló. Había pensado llamar a Roger por distintos motivos, el menor de los cuales no era el sentirse culpable por haberlo dejado con las dudas de su inexplicable comportamiento en su despacho; pero no sabía qué iba a decirle. Todavía no estaba dispuesta a contarle la verdad por una serie de razones, pero comprendía que debía decirle algo. Al final, decidió que recurriría al problema del BRCA-1 como ya había hecho.
Descolgó y marcó el número directo de Roger. Lo que de verdad la motivaba era el deseo de llevarle las copias del material de Queens para poder hablar directamente del asunto. A pesar del torbellino de problemas que ocupaba su mente, se le había ocurrido una idea con aquellos casos que podía ayudar a resolver el misterio del SMAR.
14
Cuando Laurie llegó al Manhattan General, la acompañaron directamente al despacho de Roger, que la estaba esperando. Lo primero que hizo este fue cerrar la puerta y, a continuación, le dio un fuerte y prolongado abrazo. Laurie se lo devolvió, pero no con tanto ardor. Además de las dudas que había despertado en ella el asunto del matrimonio de Roger, sabía que no iba a ser totalmente franca con él acerca de su propia situación, y eso aumentaba sus reservas. De todos modos, si él lo notó, no lo demostró. Tras abrazarla, giró las dos sillas de recto respaldo para situarlas una frente a otra como había hecho el día anterior e indicó a Laurie que se sentara.
– Me alegro de verte. Anoche te eché de menos -le dijo. Estaba inclinado hacia adelante, con los codos en las rodillas y las manos entrelazadas.
Laurie se hallaba lo bastante cerca para oler su loción para después del afeitado y ver que su camisa todavía mostraba las marcas de planchado de la lavandería.
– Yo también me alegro -contestó tendiéndole la mano y entregándole los informes de investigación y los certificados de defunción de los seis casos de Queens. No había tenido tiempo de hacer copias, pero no le importaba, porque siempre podía volver a descargarlos. Al entregarle aquel material confiaba desviar la conversación sobre su estado de ánimo, al menos por el momento. Además, estaba impaciente por comentarle la idea que se le había ocurrido.
Roger hojeó las páginas rápidamente.
– ¡Caramba, parecen iguales que los nuestros, incluso en la hora!
– Eso es lo que opino yo también. Sabré más detalles cuando tenga los historiales clínicos del hospital; pero, por el momento, demos por hecho que son idénticos. ¿Te dice algo?
Roger contempló los papeles, reflexionó unos momentos y al final se encogió de hombros.
– Significa que el número de casos se ha duplicado. En lugar de seis, tenemos doce. Bueno, trece, si contamos la muerte de la última noche. Supongo que te habrás enterado de lo de Clark Mulhausen. ¿Te ocuparás tú de la autopsia?
– No, la está haciendo Jack -repuso Laurie, que ya le había hablado de él durante las cinco semanas que habían salido, incluyendo el hecho de que habían sido amantes. Cuando Laurie había conocido a Roger, se había descrito a sí misma como «prácticamente sin pareja». Más adelante, cuando empezaron a conocerse mejor, reconoció haber usado aquella expresión debido a los asuntos que todavía tenía pendientes con Jack. Incluso fue más lejos y le confió que su ruptura se debía a lo reacio que este se mostraba a comprometerse. Roger aceptó la noticia con gran ecuanimidad, lo cual hizo que Laurie valorara su confianza en sí mismo y aumentara su estima hacia él. No habían vuelto a hablar del asunto.
– Mira las fechas de los casos de Queens -le invitó.
Roger volvió a mirar los papeles y alzó la vista.
– Son todos de finales del otoño pasado; el último, de finales de noviembre.
– Exacto. Están agrupados muy juntos, con una frecuencia de poco más de uno por semana. Luego, paran. ¿Te dice algo?
– Supongo, pero me parece que tú ya tienes una idea en la cabeza. ¿Por qué no me la cuentas?
– De acuerdo, pero primero escucha: tú y yo somos los únicos que creemos estar ante un asesino múltiple, pero nos tienen maniatados. Yo no puedo conseguir que mi oficina se pronuncie sobre el tipo de muerte, y tú no puedes conseguir que las autoridades del hospital reconozcan que existe un problema. Estamos luchando contra las inercias institucionales. Ambas burocracias prefieren echar tierra al asunto a menos que alguien les fuerce la mano.
– No puedo decir que no.
– Lo que te inmoviliza es que este centro tiene un índice de mortalidad tan bajo que estos casos no aparecen en sus estadísticas; en el mío, la falta de resultados de Toxicología.
– ¿Todavía no han encontrado nada remotamente sospechoso? -preguntó Roger.
Laurie meneó la cabeza.
– Y las posibilidades de que lo consigan en el futuro son escasas. Me temo que el antipático director de nuestro laboratorio ha descubierto mis esfuerzos esta mañana. Si lo conozco bien, a partir de ahora se asegurará de que todas nuestras peticiones figuren las últimas de la lista.
– ¿Y adónde nos conduce todo esto?
– Quiere decir que nos toca a nosotros descubrir a este asesino múltiple, y será mejor que nos demos prisa si queremos evitar más muertes sin sentido.
– Eso lo sabemos prácticamente desde el primer día.
– Sí. Pero hasta el momento nos habíamos conformado con trabajar dentro de las limitaciones impuestas por nuestro trabajo e instituciones. Creo que debemos intentar algo más, y me parece que los de Queens nos brindan la oportunidad. Si esas muertes son homicidios, mi opinión es que nos encontramos ante un asesino múltiple y no varios.
– Yo diría lo mismo.
– Dado que el St. Francis es otra institución de AmeriCare, tú podrías acceder a su base de datos de personal. Lo que necesitamos es una lista de la gente, desde bedeles a anestesistas, que trabajó allí en el turno de noche durante el otoño pasado, y otra del personal de aquí este invierno. Cuando las tengamos, podremos contrastarlas. A partir de ahí, ya no lo tengo tan claro; pero si conseguimos una serie de posibles sospechosos, quizá podamos conseguir que Medicina Legal y este hospital hagan algo.
Una leve sonrisa surcó el anguloso rostro de Roger mientras asentía.
– ¡Una idea estupenda! Me alegro de haber pensado en ella. -Rió bromeando y dándole una juguetona palmada en la pierna-. Haces que parezca de lo más sencillo, pero está bien, creo que conseguiré sacar a alguien ese tipo de información. ¿Verdad que sería interesante que consiguiéramos algo? Me refiero a que no sé si semejante lista existe. La que sí me consta que existe es otra, una del personal profesional con privilegios de admisión en ambas instituciones. Como jefe de personal médico, tengo acceso directo a ella.
– Esa idea puede que sea incluso mejor que la mía -reconoció Laurie-. Si me preguntaran a quién considero el principal sospechoso de la comunidad hospitalaria, diría que ha de tratarse de algún médico chiflado. He pensado que si esas muertes son asesinatos, quien quiera que sea el responsable ha de tener importantes conocimientos de fisiología, farmacología y puede que también de medicina forense. De otro modo, ya sabríamos cómo lo está haciendo.
– Y ambos sabemos qué médicos dominan mejor esas áreas.
– ¿Quiénes?
– Los anestesistas.
Laurie asintió. Era cierto que un anestesista sería el más capacitado para eliminar un paciente; no obstante, a pesar de sus comentarios, como médico le costaba admitir que un colega pudiera estar tras aquellos asesinatos porque iba en contra de lo que era su función; pero también lo iba en el caso dé los demás profesionales de la sanidad; sin embargo, estaba el increíble caso de aquel médico inglés que se había cargado a doscientas personas.
– ¿Qué te parecería poner en marcha esa idea? -propuso Laurie-. Ya sé que es viernes y que a la gente no le gusta que le pongan trabajo encima de la mesa antes del fin de semana; pero debemos hacer algo y hacerlo deprisa, y no solo porque debemos evitar más muertes. Puede que nuestro asesino múltiple sea lo bastante listo para saber que debe cambiar de hospital al cabo de cierto número de casos. Aquí partimos de la base de que se trasladó después de seis muertes, o sea que tenemos motivos para suponer que puede volver a hacerlo una vez despachados siete pacientes. Si es así, nuestros colegas de otro hospital, y hasta puede que de otra ciudad, empezarán de cero. Esa fue una de las razones de que tardáramos tanto en atrapar a aquel infame asesino múltiple que tuvimos en la zona metropolitana.