– Solo ha pasado un mes, y tú me lo preguntaste dos veces, y las dos tenía planes para esa noche. Escucha, Jack, tengo que hablar contigo. ¿Nos vemos hoy o no?
– Se diría que estás muy motivada con esta cita.
– Sí. Mucho -convino Laurie.
– De acuerdo, pues que sea esta noche. ¿A qué hora?
– ¿Te va bien en Elios?
Jack se encogió de hombros.
– Va bien.
– De acuerdo. Llamaré para ver si puedo reservar y te avisaré. Puede que tenga que ser pronto, porque es viernes.
– Conforme -repuso Jack-. Esperaré a que me llames.
Con un último gesto de asentimiento, Laurie se alejó de la mesa y salió de la sala de autopsias para quitarse el traje protector. Estaba contenta de que Jack se hubiera avenido a quedar; pero tal como Calvin le había comentado, se sentía abatida por el esfuerzo que había tenido que hacer y ya no albergaba optimismo sobre su reacción ante la noticia.
Tras ponerse la ropa de calle y rescatar su abrigo de la sala de identificación, cogió el ascensor hasta el tercer piso. Su idea era hacer una visita rápida a Peter para levantarle la moral por sus esfuerzos y asegurarse de que no había descubierto nada importante en el caso Sobczyk. Tan absorta estaba en sus problemas personales que no reparó en la posibilidad de tropezarse con su archienemigo, el director del laboratorio John de Vries. Por desgracia, este se encontraba en el despacho de Peter, según parecía echándole una bronca, porque tenía los brazos en jarras; y Peter, una expresión acobardada. Sin saberlo, Laurie se había metido en la boca del lobo.
– ¡Pero si es la seductora en persona! -exclamó De Vries-. ¡Justo a tiempo!
– ¿Cómo dice? -preguntó Laurie notando que la ira la invadía tras semejante comentario sexista.
– Según parece, ha sido usted capaz de seducir a Peter y convertirlo en su esclavo dentro de este laboratorio -gruñó De Vries-. Usted y yo ya hemos hablado de esto. Con la miseria de presupuesto que me asignan para dirigir este laboratorio, nadie recibe un trato especial, lo cual significa invariablemente que todos deben esperar más de la cuenta. ¿Me he expresado con claridad o hace falta que lo ponga por escrito? Además, puede estar usted segura de que el doctor Washington y el doctor Bingham serán informados de esta situación. Entretanto, la quiero fuera de aquí. -Para dar mayor énfasis a sus palabras, De Vries le indicó la puerta.
Durante unos segundos, Laurie miró alternativamente a Peter y John de Vries. Lo que menos deseaba era empeorar la situación de su amigo, de modo que se abstuvo de decirle a John lo que pensaba de él. Dio media vuelta y salió del laboratorio.
Mientras subía por la escalera, Laurie se sintió aún más deprimida que antes. Detestaba tener enfrentamientos con la gente, especialmente con sus compañeros de trabajo, porque a menudo desembocaban en respuestas inapropiadas, como la que había tenido con Calvin, aunque tratándose de John, lo dominante era el enfado. Pensando en Calvin, se preguntó cuáles serían las consecuencias, porque De Vries no amenazaba en vano, y llegó a la conclusión de que seguramente tendría noticias del subdirector. Lo que no sabía era de qué tipo. Lo único que deseaba era no haber creado problemas a Peter, porque él sí tenía que tratar con John diariamente.
Entró en su despacho, colgó el abrigo detrás de la puerta y vio que el de Riva también estaba, lo que significaba que su amiga se hallaba en la sala de identificación o en la de autopsias. Se sentó a su mesa y pensó en la llamada telefónica que tenía que hacer. La había estado temiendo desde que la prueba de embarazo había dado positivo. Para ella era como si llamar fuera a confirmarle los hechos, algo que había estado intentando evitar por el inmenso error que suponía. A pesar de lo mucho que le apetecía tener hijos, aquel no era el momento, y se preguntaba en qué había pensado para permitirse semejante riesgo. A pesar de que solo hacía unas semanas de ello, no podía recordarlo.
Cogiendo el teléfono, Laurie marcó a regañadientes el número del Manhattan General. Mientras se establecía la comunicación, contempló los documentos de los casos de Queens que debía añadir a su esquema junto con el que Jack tenía entre manos en esos momentos.
Cuando la telefonista contestó, Laurie le pidió que le pasara con la consulta de la doctora Laura Riley. Mientras la extensión empezaba a sonar, Laurie se sintió agradecida de que Sue le hubiera buscado una ginecóloga que también hacía obstetricia. No era lo más frecuente en el mundo de los médicos.
Cuando la secretaria de la doctora Riley contestó, Laurie le explicó su situación y se vio tropezando con las palabras al decirle que estaba embarazada según la prueba de farmacia que se había hecho.
– Bien, en ese caso, no debemos esperar a septiembre -contestó jovialmente la secretaria-. A la doctora Riley le gusta ver a sus pacientes de obstetricia entre ocho y diez semanas después de su última regla. ¿Cuánto lleva usted?
– Unas siete semanas.
– Entonces debería venir la semana que viene o la siguiente.
Se produjo una pausa, y Laurie se dio cuenta de que le temblaba la mano con la que sostenía el auricular.
– ¿Qué le parece el próximo viernes? -dijo la secretaria tras ponerse nuevamente al aparato-. Sería dentro de una semana, a la una y media.
– Me parece bien -repuso Laurie-. Gracias por hacerme un hueco.
– De nada. ¿Puede darme su nombre?
– Lo siento, no me había dado cuenta. Soy la doctora Laurie Montgomery.
– ¡Doctora Montgomery! La recuerdo. Hablé con usted ayer.
Laurie hizo una mueca. En esos momentos, su secreto era ya casi público. A pesar de que nunca había visto a aquella secretaria, la mujer conocía un detalle terrible e íntimo de su vida privada que Laurie todavía no sabía cómo manejar. Se avecinaban decisiones difíciles.
– ¡Felicidades! -continuó diciendo la secretaria-. Espere un momento y no cuelgue. Estoy segura de que la doctora Riley querrá saludarla.
Sin tiempo para contestar, Laurie se vio en espera y escuchando una melodía. Por un breve momento, pensó en colgar, pero decidió que no podía hacerlo. Para mantener la mente ocupada, miró el montón de certificados de defunción y de informes de investigación de Queens. Ansiosa por poder evadirse, cogió el primero y empezó a leer. El nombre de la paciente era Kristin Svensen, de treinta y tres años, que había sido ingresada para una hemorroidectomía. Laurie meneó la cabeza ante las dimensiones de la tragedia, que hacía que sus problemas parecieran insignificantes comparados con la muerte de una joven y sana mujer en un hospital después de que simplemente le extirparan las hemorroides.
– Doctora Montgomery, acabo de enterarme de la buena noticia, ¡felicidades!
– Puedes llamarme Laurie.
– Muy bien; y tú, Laura.
– No estoy segura de que las felicitaciones sean lo más apropiado. Para ser sincera, para mí ha sido una sorpresa tirando a desagradable. No estoy segura de cómo debo tomármelo.
– Entiendo -contestó Laura conteniendo su expresividad. A continuación, con la perspicacia de la experiencia, añadió-: Todavía tenemos que asegurarnos que tú y la criatura que llevas estáis sanos. ¿Has tenido algún problema?
– Algunos mareos matinales, pero poco duraderos. -Laurie se sentía incómoda hablando de su embarazo, y tenía ganas de colgar.
– Háznoslo saber si empeoran. Hay cantidad de recursos para tratar los mareos en los miles de libros que se han publicado sobre el embarazo. En cuanto a ellos, mi consejo es que te mantengas alejada de los que son más conservadores porque te volverán loca haciéndote creer que no puedes hacer nada, como tomar un baño caliente. Dicho esto, nos veremos el próximo viernes.
Laurie le dio las gracias y colgó. Fue un alivio poder olvidarse de la llamada. Cogió las hojas de la impresora con los casos de Queens y las alineó golpeándolas de canto sobre la mesa. El gesto le produjo una molestia en la misma zona que le había dolido antes, mientras se cambiaba en el vestuario, y se preguntó si no tendría que haberle mencionado el dolor a Laura Riley. Seguramente sí, pero no tenía intención de llamarla. Ya se lo preguntaría el día de la consulta a menos que se hiciera tan intenso y frecuente que la obligara a telefonear. También se preguntó si tendría que haberle avisado de que era portadora del marcador BRCA-1; pero, al igual que con el dolor, decidió que podía perfectamente esperar a la primera visita.