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– Tienes cierta razón -reconoció Laurie-. No es mi intención ponerte en la picota, aunque me gustaría que respondieras como espero.

– ¿Y cómo esperas que responda?

Laurie tendió la mano y cogió el antebrazo de Jack.

– No voy a poner palabras en tu boca si no es para confiar en que este acontecimiento pueda ser beneficioso y ayudarte a abandonar tu actitud doliente. Tener un hijo no supone menoscabar el recuerdo de tu anterior familia. De todas maneras, vete a casa y piénsalo. Me toca guardia este fin de semana, de modo que si no estoy en el apartamento, me encontrarás en la oficina. Esperaré tu llamada.

– Me parece bien -contestó Jack en tono cansado.

– ¡Eh!, no te deprimas por mí -lo reprendió Laurie.

– No pienso deprimirme, pero te diré una cosa: ya no tengo apetito.

– Ni yo -admitió Laurie-. Demos por concluida la noche. Estamos los dos agotados. -Levantó la mano y el camarero acudió a toda prisa.

16

Roger se echó hacia atrás y alzó los brazos hacia el techo. Los tenía rígidos después de haber pasado horas leyendo en la mesa de la sala de reuniones del Departamento de Recursos Humanos del hospital St. Francis. Agrupadas en pequeños montones por toda la mesa, había numerosas páginas salidas de la impresora y un CD recién grabado. Sentada ante él, se hallaba la jefa del departamento, Rosalyn Leonard. Era una llamativa mujer, alta, de negros cabellos y piel de porcelana, que al principio lo había intimidado mostrándose inmune a sus encantos, cosa que él se tomó como algo personal. Para Roger resultaba sumamente importante aparecer atractivo a los ojos de las mujeres que le gustaban. Sin embargo, la persistencia daba resultados y, con el paso de las horas, había acabado prevaleciendo. Al principio muy lentamente, la mujer empezó a mostrarse menos distante hasta que, durante la última media hora, por fin se había decidido a corresponder al coqueteo. A Roger no se le había escapado el hecho de que no llevaba anillo de casada y al atardecer ya le había preguntado sobre su situación. Al enterarse de que estaba soltera y sin compromiso, consideró la posibilidad de invitarla a cenar, pensando especialmente en que las cosas con Laurie pudieran salir mal.

Cuando salió del Manhattan General camino de Queens a primera hora de la tarde, el trayecto le había parecido como un regreso al hogar porque el hospital se hallaba en el lado este de Rego Park, que estaba a tiro de piedra de la zona de Forest Hills donde había crecido. Aunque hacía bastante que sus padres habían muerto, todavía tenía tías y tíos que vivían en el barrio de su infancia. Mientras miraba por la ventanilla del taxi que circulaba por Queens Boulevard, pensó incluso en pasar a visitarlos una vez que hubiera acabado con lo que tenía entre manos.

Había hecho avances significativos. Su reunión con Bruce Martin, que dirigía el Departamento de Recursos Humanos del Manhattan General, había resultado fructífera, aunque no desde el primer momento. Cuando Roger le preguntó directamente por el archivo de empleados, Bruce le contestó que había un montón de normativas federales que restringían el acceso a ese tipo de información. Aquello había obligado a Roger a ser creativo en sus peticiones asegurando que, en su condición de jefe del personal médico, estaba realizando un estudio sobre las relaciones entre los médicos y el resto del personal de apoyo y vigilancia, especialmente con los empleados más recientes, y más concretamente del turno de noche, cuando, según sus propias palabras, el hospital funcionaba con el «piloto automático». En todo momento Roger evitó mencionar el verdadero objetivo de sus averiguaciones.

Cuando salió del despacho de Bruce, este le había prometido una lista de los empleados desde mediados de noviembre, sobre todo los que trabajaban en el turno de once de la noche a nueve de la mañana. Por la mente de Roger había cruzado una sombra de inquietud al dar una fecha tan arbitraria para los nuevos empleados porque pensó que despertaría la suspicacia de Bruce, pero este simplemente tomó nota sin hacer preguntas y le prometió que tendría la lista antes de marcharse aquella tarde y que se la dejaría en su mesa.

Lo siguiente que Bruce había hecho fue llamar a Rosalyn Leonard, su homónima en el cargo en el St. Francis, para avisarle de la visita de Roger y ponerla en antecedentes de lo que este necesitaba. En aquellos momentos, Roger no sabía lo inapreciable que iba a resultar aquel gesto: de haberse presentado directamente, tal como tenía pensado hacer, no habría conseguido nada de Rosalyn. No le cabía la menor duda de que se habría mostrado hosca y poco dispuesta a colaborar. Gracias a la llamada de Bruce, ella ya había adelantado el trabajo cuando él llegó. Al final resultó que conseguir las listas que solicitaba requería acceder a fuentes distintas; y le sorprendió que los distintos departamentos de AmeriCare funcionaran como feudos individuales dentro de las limitaciones de sus respectivos presupuestos.

Otra cosa que Roger había conseguido antes de salir del Manhattan General fue que Caroline empezara a reunir la lista del personal médico, con especial interés en los profesionales que disponían de privilegios de acceso tanto en el St. Francis como en el Manhattan General. Roger ya se había molestado en comprobar si esa información estaba disponible consultando los archivos individualmente, pero desgraciadamente era incompleta. Su secretaria le prometió hacer lo posible, ya que no estaba especialmente codificada y le dijo que algo conseguiría porque tenía un amigo informático que trabajaba en el hospital y sabía el modo de conseguir lo imposible.

– Bueno, ahí lo tiene -dijo Rosalyn empujando por la mesa un pequeño montón de hojas hacia Roger y dándole una palmadita-. Aquí está la lista completa de todos los empleados del St. Francis hasta mediados de noviembre, con una anotación especial para los del turno de noche; una lista de los empleados del St. Francis que se marcharon o fueron despedidos entre mediados de noviembre y mediados de enero; una lista de nuestro personal profesional a tiempo completo, también hasta mediados de noviembre; y por último, otra de los profesionales con privilegios de admisión. ¿Es eso todo lo que necesita para su estudio? ¿Qué hay de los nuevos empleados a partir de mediados de noviembre?

– No los necesito -contestó Roger-. Creo que con esto tengo bastante para lo que he pensado. -Miró las páginas que contenían los nombres de todos los empleados del hospital hasta mediados de noviembre y meneó la cabeza con sorpresa-. No imaginaba que fuera necesaria tanta gente para llevar un hospital norteamericano. -Deseaba desviar la conversación de su ficticio estudio. Con lo perspicaz que era Rosalyn, la creía capaz de intuir fácilmente el engaño.

– Como todos los demás centros de AmeriCare, estamos en la parte descendente de la curva -repuso ella-. Al igual que en todas las compañías dedicadas a la sanidad concertada, lo primero que hace AmeriCare cuando se queda un hospital es reducir el personal de todos los departamentos. Yo lo sé bien, porque me correspondió la poco envidiable tarea de tener que entregar un montón de cartas de despido.

– Seguro que no fue agradable -comentó Roger en tono inconscientemente compasivo. Dejó a un lado la primera lista y echó un vistazo a la de los empleados que habían abandonado el St. Francis. También era más larga de lo que había previsto y menos detallada de lo que deseaba, en especial acerca de qué personas trabajaban en qué turnos, si habían sido despedidas o se habían marchado de mutuo acuerdo y adónde habían ido-. Me sorprende que haya tanta rotación. ¿Es representativo?

– En términos generales, sí; pero puede que esté en la franja alta porque el período que le interesa abarca las fiestas. Si alguien está pensando en cambiar de trabajo y quiere tomarse un poco de tiempo entre uno y otro, las vacaciones son una época adecuada y previsible.

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