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– ¿Qué ha ocurrido? -preguntó.

– Tranquila -le dijo la enfermera, apoyándole la mano en el pecho-. Acaba de sufrir un pequeño desmayo, pero todo va bien. Vamos a sacarla de aquí enseguida.

El enfermero apagó el móvil.

– De acuerdo, vamos -dijo, mientras se situaba tras Laurie y le deslizaba las manos bajo las axilas. La mujer se colocó al otro lado y la cogió por los pies-. A la una, a las dos y a las tres.

Laurie notó que la levantaban y la colocaban en la camilla. Los enfermeros la sujetaron con correas, alzaron la camilla al nivel de la cintura y la empujaron hacia el pasillo.

– ¿Cuánto rato llevo inconsciente? -preguntó Laurie, que nunca se había desmayado y tampoco recordaba haberse golpeado contra el suelo.

– No habrá sido mucho rato -contestó la mujer que la llevaba por los pies mientras el hombre empujaba. Mike caminaba junto a ellos.

– Lamento todo esto -le dijo Laurie.

– No sea tonta -contestó Mike.

Tomaron el ascensor hasta la planta sótano. Cuando pasaron ante el despacho de los técnicos del depósito, vio a Miguel Sánchez de pie en el umbral. Laurie lo saludó tímidamente con un gesto de la mano que él le devolvió.

La camilla traqueteó al pasar sobre el suelo de cemento, pasó ante la garita de seguridad y salió a la plataforma de carga y descarga. La ambulancia estaba aparcada al lado de una de las furgonetas de Medicina Legal, y Laurie pensó con ironía que estaba saliendo por el mismo sitio por donde entraban los cadáveres.

Una vez en el vehículo, la enfermera le tomó la presión.

– ¿Cómo está? -preguntó Laurie.

– Bien -respondió la joven que, no obstante, abrió el gota a gota un poco más.

Para Laurie, el trayecto hasta el Manhattan General fue sorprendentemente rápido. Se sentía lo bastante desconectada de todo para cerrar los ojos. Oía la sirena, aunque como en la distancia. Lo siguiente que vio fue que las puertas de la ambulancia se abrían y que la empujaban en la camilla hacia una luz brillante.

La sala de urgencias era el caos de costumbre, pero no tuvo que esperar. La llevaron rápidamente al fondo hasta la unidad de cuidados intensivos. Cuando la pasaron a la mesa de exploraciones, Laurie notó que una fuerte mano le sujetaba el antebrazo. Se volvió y se vio mirando el juvenil rostro de una mujer vestida con una bata verde, gorro y mascarilla.

– Soy la doctora Riley. Vamos a ocuparnos de ti. Quiero que te relajes.

– Estoy relajada -contestó Laurie.

– Ya que no te lo he preguntado antes, he de saber si tienes algún problema de tipo médico, si estás tomando alguna medicación o si eres alérgica a algo.

– La respuesta a las tres preguntas es que no. Dios me ha dado buena salud.

– Bien -repuso Laura Riley.

– Espera un momento -dijo Laurie-. Hay algo que me gustaría mencionarte. Hace poco he dado positivo en una prueba para el marcador del gen BRCA-1.

– ¿Has consultado a un oncólogo sobre ese asunto?

– Aún no.

– Bueno, no creo que vaya a influir en lo que tenemos que hacer en esta situación. Deja que te explique cómo vamos a proceder: primero haremos una rápida culdocentesis, que nos confirmará si hay sangre en el útero. Se hace con una aguja a través de la vagina. Suena peor de lo que es en realidad. Notarás un pinchazo, pero eso será todo.

– Lo entiendo -dijo Laurie.

Fiel a su palabra, Laura realizó la prueba con las mínimas molestias para Laurie. El resultado fue positivo.

– Se puede decir que esto ha decidido por nosotros: hay que operar -aseguró Laura-. Mi mayor preocupación es que sigue la hemorragia en la cavidad abdominal. Tenemos que detenerla. También tendremos que hacerte una transfusión de sangre. ¿Entiendes todo lo que te digo?

– Desde luego -repuso Laurie.

– Lamento que hayas tenido que experimentar un problema como este. Te aseguro que no es culpa tuya. Los embarazos ectópicos son más frecuentes de lo que la gente cree.

– Hay algo en mi pasado que puede haber ayudado a provocarlo. En la universidad sufrí una inflamación pélvica provocada por el uso de un dispositivo intrauterino.

– Eso pudo influir o no -dijo Laura-. Entretanto, ¿hay alguien a quien te gustaría que avisáramos?

– Ya he llamado a la persona que me gustaría que me acompañara.

– De acuerdo. Voy a subir a Cirugía para asegurarme de que todo está listo. Nos veremos en unos minutos.

– Te doy las gracias de nuevo. Lamento haberte estropeado un sábado por la noche.

Durante unos minutos, Laurie se quedó sola. Se sentía curiosamente ajena, como si todo aquello afectara a otra persona. Desde las habitaciones vecinas le llegaba el rumor de los dramas que allí se desarrollaban, y vio pasar ante su puerta a numerosas personas ocupadas en sus quehaceres.

Se sentía afortunada por tener como médico a Laura Riley, y estaba en deuda con Sue por habérsela recomendado. Con el tipo de confianza y profesionalidad que Laura proyectaba, la inminente operación no le daba tanto miedo como había imaginado. Con la creciente hinchazón de su abdomen y la debilidad general causada por la pérdida de sangre, sabía que era necesaria. Su única inquietud era caer víctima del SMAR tras la intervención y convertirse en un número más de su serie; sin embargo, apartó de su mente aquella ocurrencia y pensó en Jack, preguntándose si habría recibido el mensaje. Le preocupaba que pudiera estar lo bastante molesto para no acudir. Si eso sucedía, Laurie no tenía idea de lo que podía ocurrir, así que también se lo quitó de la cabeza.

20

Jack se las había apañado para engañar a Flash con un falso movimiento de cabeza y un quiebro; de modo que, por un momento, este no supo dónde se hallaba su oponente. Cuando comprendió lo que pasaba, Jack ya se había abierto paso hasta situarse bajo el aro. Warren, que había visto la maniobra por el rabillo del ojo, le hizo un pase perfecto. Jack recibió el balón y se dispuso a realizar el sencillo lanzamiento que les permitiría desempatar y ganar el partido. Por desgracia, no fue eso lo que sucedió. Por culpa de un inexplicable error de cálculo de Jack, la pelota no rebotó en el tablero y cayó en la cesta como él pretendía, sino que quedó corta y se encajó entre el tablero y el aro.

El juego se detuvo. Avergonzado por haber errado un lanzamiento tan fácil, Jack tuvo que saltar para liberar el balón. Entonces, y como humillación final, uno de los jugadores contrarios se apoderó de ella, salió de la cancha e hizo un largo pase a Flash, que había aprovechado que Jack estaba bajo el aro para librarse de su marcaje. Jack, que se suponía que debía vigilarlo, tuvo que contemplar con impotencia cómo Flash hacía su lanzamiento en el extremo opuesto de la cancha y no fallaba. El partido se acabó. El equipo de Flash había ganado.

Jack salió de la cancha esquivando los charcos de la acera y deseando que la tierra se lo tragara. Luego, apoyó la espalda en la verja de alambre de una zona seca y se dejó caer hasta quedar sentado con las rodillas en alto. Warren se le acercó sonriendo burlonamente y con las manos en la cintura; tenía quince años menos que Jack, y un cuerpo que no hubiera desmerecido en un anuncio de ropa interior. Siendo como era, competitivo y el mejor jugador de baloncesto del barrio, odiaba perder, y no solo porque eso significara tener que quedarse sentado durante uno o dos partidos. Para él equivalía a una afrenta personal.

– ¿Qué demonios pasa contigo? -preguntó-. ¿Cómo has podido fallar un lanzamiento así? Pensé que habías vuelto a tu nivel de antes, pero la de hoy ha sido una de tus exhibiciones más lamentables.

– Lo siento, tío -repuso Jack-. Supongo que no estaba por el juego.

Antes de sentarse junto a Jack en la misma postura, Warren soltó una breve risotada, como si la respuesta hubiera sido el mayor eufemismo de la temporada. Ante ellos, un nuevo equipo de cinco jugadores se disponía a enfrentarse a Flash y a los suyos. A pesar del mal tiempo y de que era sábado por la noche, se había presentado un montón de gente.

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