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– Bien, tenía usted toda la razón -dijo ella señalando el nivel anormalmente elevado de potasio-. Es el más alto que he visto en mi vida. Cuando esto haya acabado me gustaría que me explicara cómo lo supo.

– Estaré encantado de explicárselo, eso suponiendo que la señorita Montgomery salga de esta -dijo Jack, que no estaba seguro de si estaría dispuesto a hablar con nadie en caso de que Laurie no lo consiguiera.

– Estamos haciendo todo lo que podemos -repuso Caitlin-. Al menos, su color ha mejorado y sus pupilas han dejado de estar dilatadas.

Mientras los minutos pasaban inexorablemente, Jack se mantuvo a distancia. Como simple observador, le resultaba cada vez más desagradable ver a Laurie tendida en la cama con un desconocido subido encima de ella presionándole el pecho mientras otro le mantenía desapasionadamente la respiración artificial. Los pacientes que se habían asomado para contemplar el drama habían vuelto a sus camas, y la mayoría de las enfermeras había regresado a ocuparse de sus respectivos enfermos.

Eran las seis menos veinte cuando se produjo la primera señal de optimismo, y fue Caitlin quien reparó en ella.

– ¡Eh, chicos! -gritó-. ¡Tenemos cierta actividad eléctrica en el corazón! -El residente que no estaba ocupado con el masaje cardíaco ni con el respirador corrió hasta el ECG para mirar por encima del hombro de Caitlin-. ¡Enviad otra muestra para el análisis de potasio! -ordenó esta a la enfermera que los ayudaba.

– ¡Vaya!, estas ondas empiezan a parecer normales -exclamó el residente mirando a Caitlin, que asintió-. Incluso se diría que mejoran.

– Para las compresiones -dijo la doctora al médico que estaba encima de Laurie-. Veamos si tiene pulso.

El residente que había mantenido la respiración de Laurie se detuvo el tiempo suficiente para comprobar el pulso en el cuello de Laurie.

– ¡Tiene pulso, y…! ¡Santo Dios, está empezando a respirar por sí sola! -Desconectó la mascarilla del tubo endotraqueal y notó en la palma de la mano el aire que salía del mismo-. Ahora está respirando con bastante normalidad y está rechazando la entubación.

– Deshinchadlo y quitádselo -ordenó Caitlin-. Su electro parece ahora completamente normal.

El residente obedeció de inmediato y retiró el tubo de la boca de Laurie, aunque se la mantuvo abierta para asegurarse de que la vía respiratoria seguía libre. Laurie tosió varias veces.

Al oír aquella conversación, Jack llegó corriendo desde el oscuro vestíbulo de los ascensores, donde había estado caminando arriba y abajo, y se situó tras el mostrador de las enfermeras. Laurie había sido conectada a uno de los monitores empotrados, pero para verlo era necesario situarse en el lado del mostrador contrario a donde tenía lugar la acción. Cuando media hora antes había mirado, las señales del pulso y la presión sanguínea no eran más que líneas rectas en la pantalla. En esos momentos, ya no. El corazón le dio un vuelco. ¡Laurie había recuperado el pulso y la presión!

– Interrumpid la diálisis y drenad la pasta catiónica -ordenó Caitlin. No queremos pasarnos de la raya y tener que preocuparnos por un nivel demasiado bajo de potasio.

Jack salió del mostrador. De nuevo había un revuelo de actividad alrededor de Laurie mientras se ejecutaban las órdenes de Caitlin. Jack no quería estorbar pero, por muy esperanzadores que los síntomas fueran, deseaba estar cerca de ella.

– ¡Aleluya! -exclamó el residente que había mantenido la respiración artificial-. ¡Se está despertando!

Incapaz de refrenarse, Jack acudió a la cabecera de la cama situada contra el mostrador de enfermeras. Miró hacia abajo y vio algo que le pareció un milagro: los ojos de Laurie estaban abiertos y se movían de un rostro a otro reflejando no poca confusión y miedo. De repente, a Jack se le llenaron los ojos de lágrimas hasta el punto de casi no poder ver. Intentó hablar, pero tuvo que conformarse con menear la cabeza.

– Soltadle las muñecas -ordenó Caitlin, que se había situado frente a Jack. A Laurie le habían dejado las ataduras durante el calvario. Caitlin se inclinó sobre ella y le dio un tranquilizador apretón en el brazo-. Todo va bien. Relájese. Tenemos la situación bajo control. Se pondrá bien. Se encuentra en el Manhattan General. ¿Sabe qué día es y cómo se llama?

Laurie intentó hablar, pero su voz resultaba inaudible, de modo que la doctora tuvo que acercar el oído a sus labios. Escuchó y después se incorporó y miró a Jack, que se había tranquilizado lo suficiente para dejar de llorar y enjugarse las lágrimas.

– La situación pinta bien. Nuestra paciente tiene sentido de la orientación. Tengo que reconocer que su rápido diagnóstico la ha salvado. Con el nivel de potasio que tenía cuando intervenimos, sin duda no habríamos podido reanimarla.

Jack asintió. Seguía sin poder articular palabra, así que se inclinó sobre Laurie y apoyó la frente en la de ella. Pudiendo mover ya las manos, Laurie le acarició la cabeza y le susurró con voz ronca:

– ¿Por qué estás tan alterado? ¿Qué ocurre?

Las preguntas de Laurie inundaron de nuevo los ojos de Jack, que solo fue capaz de apretarle la mano.

Una de las enfermeras del mostrador colgó el teléfono y se levantó.

– Doctora Burroughs, los del laboratorio dicen que el nivel de potasio de la señorita Montgomery es de cuatro miliequivalencias.

– ¡Bien! Eso es casi perfecto -exclamó Caitlin y se volvió hacia sus ayudantes-. De acuerdo, esto es lo que vamos a hacer: mientras yo llamo al médico de guardia y le explico lo sucedido, vosotros os lleváis a la paciente a la Unidad de Cuidados Coronarios y la enchufáis al monitor. Quiero otra lectura de nivel de potasio tan pronto como lleguéis allí. Yo me reuniré con vosotros en cuanto haya acabado aquí para que podamos decidir sobre sus fluidos.

Mientras se hacían los preparativos para poder trasladar a Laurie, Jack recuperó su capacidad de hablar.

– No estoy alterado -le susurró al oído-, solo muy contento de ver que estás bien. Nos has dado un buen susto.

– ¿Sí? -preguntó Laurie. Estaba recuperando su voz normal, pero todavía le dolía al hablar.

– Estuviste inconsciente durante un rato -le explicó Jack-. ¿Qué es lo último que recuerdas?

– Recuerdo haber salido de la UCPA; pero después de eso, nada. ¿Qué ha pasado?

– Te lo contaré todo a la primera oportunidad -le prometió Jack cuando empezaron a mover la cama.

– ¿Vas a venir conmigo? -le preguntó Laurie agarrándolo del brazo.

– Desde luego que sí -contestó él caminando junto a ella.

Una enfermera se acercó corriendo y le entregó su empapado abrigo y la chaqueta.

Utilizaron un ascensor para bajar a Laurie al segundo piso, donde estaba ubicada la Unidad de Cuidados Coronarios. En la puerta, una enfermera impidió el paso a Jack, pero le dijo que le permitiría entrar para una rápida visita cuando Laurie estuviera instalada. Al principio, Jack rechazó la idea porque quería seguir con ella, especialmente si tenía en cuenta lo que había sucedido en su ausencia; pero al final, convencido de que estaría en buenas manos, aceptó. Los del equipo de reanimación le aseguraron que uno de ellos permanecería al lado de Laurie todo el rato.

– No voy a moverme de aquí -le aseguró Jack, señalando una pequeña sala de espera que había justo enfrente de la UCC.

Laurie asintió, preocupada por sus síntomas físicos, que le resultaban cada vez más preocupantes a medida que la mente se le aclaraba. Lo que en ese momento deseaba eran unos trocitos de hielo que le aliviaran la seca boca y la irritada garganta, así como algo que le calmara el dolor que notaba en la incisión quirúrgica y en el pecho. En lo que a su memoria se refería, seguía en blanco desde el momento en que había salido de la UCPA.

Jack fue a la sala de espera, que se encontraba vacía de visitantes. Un reloj de pared señalaba las seis y cuarto de la mañana. Había algunos divanes, sillas y diversos diarios y revistas esparcidos sobre una mesa. En un rincón humeaba una cafetera. Jack dejó el abrigo y la chaqueta en el respaldo de uno de los sofás y tomó asiento soltando un sonoro gemido. Se recostó, se cubrió el rostro con las manos y cerró los ojos. Se sentía aturdido. Nunca había sufrido tanto estrés combinado con tanto esfuerzo físico y un despliegue tan amplio de emociones. Para acabar de empeorarlo, los efectos secundarios de la cafeína le habían revuelto el estómago.

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