Литмир - Электронная Библиотека
A
A

– ¿Qué hay de los niveles de los electrolitos, como el sodio, el potasio y en especial el calcio?

– El laboratorio informó de que todos los electrolitos tomados de las fuentes habituales presentaban niveles normales -respondió antes de ceder el turno.

– ¿Hay alguna conexión entre los pacientes, aparte del hecho de que todos eran jóvenes, estaban sanos y acababan de ser operados?

– Ninguna que sea evidente. He insistido en buscar los puntos en común, pero no he encontrado ninguno más aparte de los mencionados. En los distintos casos han intervenido médicos diferentes, procedimientos varios, numerosos agentes anestésicos y también medicaciones, incluso en el tratamiento de los dolores postoperatorios.

– ¿Dónde han tenido lugar los fallecimientos?

– Los seis en el mismo hospital: el Manhattan General.

– Que tiene un nivel de mortalidad notablemente bajo -intervino Calvin levantándose porque ya había tenido bastante. A continuación se acercó al estrado y utilizó su corpulencia para apartar a Laurie. Tiró hacia arriba del micrófono, y a través de los altavoces sonó un pitido a modo de protesta.

– En estos momentos, calificar estos seis casos aislados de «serie» induce a la confusión y resulta perjudicial porque, tal como la propia doctora Montgomery reconoce, no están relacionados. Esto ya se lo he dicho a la doctora antes y se lo repito ahora. También debo prevenir a esta augusta asamblea que esto es un asunto que no debe salir de estas cuatro paredes. El departamento no desea manchar con comentarios infundados la reputación de una de las instituciones sanitarias más importantes de la ciudad.

– Seis casos son muchos para tratarse de una coincidencia -comentó Jack, que había revivido cuando Laurie se había levantado para hablar. Aunque no estaba dormido, se hallaba recostado en su asiento con las piernas colgando encima del respaldo de delante.

– ¿Le importaría mostrar una mínima corrección, doctor Stapleton? -gruñó Calvin.

Jack puso los pies en el suelo y se irguió.

– Cuatro estaban dentro de los límites, pero seis son demasiados cuando se dan en un solo hospital. A pesar de todo, sigo creyendo que son accidentales. Algo del centro ha afectado los sistemas vasculares de esos pacientes.

Dick Katzenburg levantó la mano, y Calvin asintió para que interviniera.

– Mi colega de la oficina de Queens acaba de recordarme que hemos tenido algunos casos como esos -dijo Dick-. Nos parece que los perfiles eran parecidos: todos relativamente jóvenes y en principio sanos. El último que tuvimos fue hace unos meses, y desde entonces no hemos vuelto a ver más.

– ¿Cuántos en total?

Dick se inclinó hacia Bob Novak, su segundo, y escuchó durante un instante; luego, se enderezó.

– Creemos que también fueron seis, pero los casos se extendieron durante un plazo de varios meses y pasaron por las manos de distintos forenses. El asunto cesó justo cuando empezábamos a interesarnos, y por lo tanto no le seguimos el rastro. Si no recuerdo mal, todos recibieron el calificativo de muerte accidental porque no se descubrió patología alguna. Estoy convencido de que las pruebas de toxicología fueron negativas porque, de lo contrario, habría llamado mi atención.

– ¿Eran todos casos de postoperatorio? -preguntó Laurie, sorprendida, expectante y complacida. Si veía su serie doblada por haber planteado la cuestión en una conferencia de los jueves, iba a ser un verdadero déjà vu. Y si resultaba multiplicado por dos, el perfil de aquellos casos iba a resultar una evasión aún mejor que antes.

– Eso creo -dijo Dick-. Lamento no poder ser más concreto.

– Lo entiendo. ¿Dónde se produjeron los fallecimientos?

– En el hospital St. Francis.

– ¡Caramba! -exclamó Jack-. ¡La trama se complica!

– ¡Doctor Stapleton! -espetó Calvin-. ¡Mantenga un mínimo decoro! Levante la mano si quiere intervenir en la conversación.

– Es una institución de AmeriCare -añadió Dick dirigiéndose a Jack y haciendo caso omiso de Calvin.

– ¿Cuánto tardaré en recibir sus nombres y números de referencia? -preguntó Laurie.

– Te los enviaré por correo electrónico tan pronto como vuelva a la oficina -respondió Dick-, aunque también podría llamar a mi secretaria. Supongo que ella podría localizar fácilmente la lista.

– Me gustaría tenerla lo antes posible -contestó Laurie-. También me gustaría conseguir sus historiales del hospital, y cuanto antes consiga los números de referencia para uno de mis investigadores forenses, mejor.

– Por mí, no hay problema -convino Dick.

– ¿Algún otro asunto? -preguntó Calvin. Contempló a los presentes y, al ver que no había más preguntas, dio por concluida la reunión-. Nos veremos el próximo jueves.

Mientras la mayoría de los forenses reanudaban las conversaciones interrumpidas por la sesión, Dick se acercó a Laurie. Hablaba por el móvil y estaba describiendo la ubicación exacta de un expediente en su archivador. Hizo un gesto a Laurie para que aguardara.

Ella miró hacia donde estaba Jack y lo vio escabullirse de la sala. Había confiado en poder hablar con él, aunque solo fuera para darle las gracias por haberla apoyado durante su exposición.

– ¿Tienes algo para escribir? -le preguntó Dick.

Laurie sacó un bolígrafo y un sobre vacío. Mientras Laurie aguantaba el sobre con el dedo para que no se moviera en la mesita plegable, Dick anotó los nombres y los números de referencia. Dio las gracias a su secretaria y colgó.

– Bueno, ahí los tienes -dijo Dick-. Si te puedo ayudar en algo más, házmelo saber. Debo reconocer que parece bastante curioso.

– Supongo que podré conseguir del banco de datos lo que necesito saber; pero, si no, te llamaré. En todo caso, te tendré informado. ¡Gracias, Dick! Esta es la segunda vez que me echas un cable. ¿Te acuerdas de aquellos casos de la cocaína de hace doce años?

– Ahora que los mencionas, claro que me acuerdo, aunque me da la impresión de que fue en otra época. Sea como fuere, me alegro de haber podido ayudarte.

– ¡Doctora Montgomery! -la llamó Calvin-. ¿Puedo hablar con usted un minuto?

A pesar de que había sido presentada como un ruego, la petición sonaba más como una orden.

Laurie se despidió de Dick con una palmada y se acercó a Calvin, circunspecta.

– Si los casos de Dick se parecen a los suyos, doctora, quiero que me mantenga informado. Entretanto, sigue en pie la prohibición de hablar de esto con nadie fuera de la oficina. ¿Está claro? Usted y yo ya hemos tenido en el pasado disparidad de criterios acerca de filtrar información a la prensa. No quiero que vuelva a suceder.

– Lo entiendo -contestó nerviosamente Laurie-. No se preocupe, aprendí bien la lección, y no se me ocurriría en absoluto acudir a la prensa. Sin embargo, debo reconocer que desde el principio he hablado con el jefe médico del Manhattan General sobre estos casos. Se da la circunstancia de que es un buen amigo.

– ¿Cómo se llama?

– Es el doctor Roger Rousseau.

– Dado que forma parte del hospital, supongo que estará al tanto de la naturaleza sensible de esa información.

– Desde luego.

– Y supongo que es igualmente razonable confiar en que no hablará con los medios.

– Claro que sí -repuso Laurie, que se sentía algo más confiada. Calvin estaba de bastante buen humor-. Sin embargo, el doctor Rousseau está justamente preocupado y creo que le gustaría saber si los casos de Dick son realmente parecidos. Eso le daría la oportunidad de hablar con sus colegas del St. Francis. Así sabría que no es el único que ha tenido esos problemas.

– Bueno, no veo nada malo en que hable con él siempre que deje claro que esta oficina no está por el momento de acuerdo con sus tesis sobre el tipo de muertes y que todavía respalda los diagnósticos de Queens.

– Desde luego. Gracias -contestó Laurie. Había sido bueno poder despejar el ambiente porque arrastraba cierta sensación de culpabilidad por haber hablado con Roger sobre las defunciones a pesar de la prohibición de Calvin.

56
{"b":"115529","o":1}