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Bart alzó la mirada de su escritorio cuando Laurie entró en el despacho de los investigadores forenses.

– Llegas justo a tiempo -le dijo señalando el fondo de la sala donde Janice ya se estaba poniendo el abrigo.

– ¡Laurie! Estaba temiendo no verte. No puedo más, y la cama me llama. -Volvió a quitarse el abrigo, lo dejó en el respaldo de su silla y se sentó pesadamente.

– Lamento retenerte -se disculpó Laurie.

– No hay problema -contestó Janice bravamente-. No tardaremos más que un minuto. ¿Las carpetas que llevas son las de Lewis y Sobczyk?

– Lo son -repuso Laurie acercando una silla.

Janice las cogió, las abrió y sacó sus informes, entregándoselos a Laurie.

– Estos dos casos del General me recuerdan a los otros cuatro en los que estabas interesada -dijo mientras Laurie repasaba las notas. Hundió el rostro entre las manos y apoyó los codos en la mesa brevemente antes de continuar-: en pocas palabras, ambos pacientes eran jóvenes y sanos, y ambos han muerto de inesperadas complicaciones cardíacas; los dos habían sufrido cirugía de tipo menor en las últimas veinticuatro horas y ninguno pudo ser reanimado.

– Resultan francamente parecidos -convino Laurie mirándola-. Gracias por el resumen. ¿Hay algo que no figure en tus notas que quieras comentarme?

– Está todo ahí -repuso Janice-, pero hay algo en lo que quiero insistir: aunque casi todos los parámetros de esa mujer, Sobczyk, son los mismos, hay una cosa diferente: cuando fue hallada por las enfermeras estaba al borde de la muerte, pero todavía con vida. Por desgracia, no pudieron hacer nada a pesar de la rápida intervención. Por su parte, Lewis no presentaba actividad cardíaca ni respiratoria cuando fue descubierto por las ayudantes.

– ¿Y por qué crees que es importante?

– Solo porque es distinto -dijo Janice con un encogimiento de hombros-. No lo sé, pero la última vez que hablaste conmigo me preguntaste si tenía alguna intuición sobre el caso de Darlene Morgan. Entonces no la tenía, pero el hecho de que Sobczyk estuviera viva cuando la encontraron me hizo pensar.

– Entonces me alegro de que me lo hayas dicho -repuso Laurie-. ¿Algo más?

– Eso es todo. El resto está en los informes.

– No hará falta que te diga que voy a necesitar copias de los historiales clínicos.

– Ya las he pedido.

– Estupendo. Me alegro de que me hayas contado todo esto. Si se te ocurre algo más, ya sabes dónde encontrarme.

Laurie recogió sus cosas y se encaminó hacia el ascensor de atrás, impaciente por ponerse manos a la obra. Hacía semanas que no recordaba estar tan interesada. Mientras subía, pensó en lo que Janice le acababa de contar y se preguntó si sería importante.

Entró a toda prisa en su despacho, colgó el abrigo y dejó el paraguas encima del archivador. Se sentó a su escritorio, abrió ambas carpetas y extrajo los informes de Janice. Tras leerlos con más detalle, se inclinó, abrió un cajón y sacó el esquema que había trazado para los cuatro primeros casos. Estaba sujeto con una goma elástica a las carpetas de Morgan y McGillin, junto con copias de lo más relevante de los otros dos casos. Deshizo el paquete y sostuvo la carpeta de McGillin unos instantes. No había sido capaz de dar una respuesta al padre de Sean sobre la muerte de su hijo, tal como le había prometido con tanta confianza, y eso la hizo sentirse culpable. Ni siquiera lo había llamado durante las últimas semanas a pesar de que se lo había prometido. Cuando dejó los papeles junto con los demás tomó nota mentalmente para telefonearle y se preguntó qué diría el hombre si ella le confesaba que sospechaba la presencia de un asesino múltiple.

Fiándose del criterio de Janice, y a pesar de que todavía tenía que practicarles la autopsia, Laurie siguió adelante y añadió los datos de Lewis y Sobczyk al esquema. La investigadora, sabedora del interés de Laurie, había hecho un exhaustivo trabajo en ambos casos. Aun sin los historiales del hospital, Laurie pudo rellenar las casillas con la edad de los pacientes, la hora en que se declaró su fallecimiento, las operaciones a las que habían sido sometidos y las alas del hospital donde tenían sus habitaciones. Riva apareció mientras su amiga andaba ocupada con la tarea.

– ¿Qué, completando ese esquema tuyo? -preguntó mirando por encima del hombro de Laurie.

– Se han producido otros dos casos. Eso hacen seis. Todavía no he hecho las autopsias, pero tienen el mismo perfil. ¿Quieres cambiar de opinión con respecto al tipo de muerte? No sé, pero esto supone un aumento de un cincuenta por ciento.

Riva se echó a reír.

– No lo creo, especialmente si tenemos en cuenta que Toxicología ha dado negativo y que me consta que Peter ha puesto lo mejor de su parte. ¿Cómo está tu madre? Siempre me olvido de preguntar.

– Está evolucionando sorprendentemente bien -repuso Laurie-. Lo que pasa es que no me entero demasiado porque ella se comporta como si no hubiera ocurrido nada.

– Me alegro de que esté mejor. Dale mis mejores recuerdos. ¡Oye! ¿Qué hay de ese nuevo ligue tuyo? Te estás mostrando inhabitualmente discreta.

– Va bien -repuso Laurie vagamente. Riva tenía razón: no había comentado nada acerca de Roger. Descolgó el teléfono antes de que su amiga pudiera seguir haciéndole preguntas y llamó al despacho del depósito. La complació que Marvin respondiera y le dijo que preparara los dos cuerpos, primero el de Sobczyk. Este le contestó con su habitual presteza que la estaría esperando.

– Nos vemos en el foso -dijo despidiéndose de Riva y recogiendo las carpetas de Lewis y Sobczyk.

Mientras bajaba en el ascensor, Laurie se preparó mentalmente para ambos casos, lo cual le resultó fácil puesto que, además de la esperanza, tenía casi asumido que no iba a encontrar nada. Después de cambiarse y enfundarse en el traje lunar, entró en la sala de autopsias; Marvin estaba casi listo. De camino a su mesa, Laurie tuvo que pasar al lado de Jack.

Al reconocerla, este miró el reloj de pared antes de enderezarse ante el seccionado cuerpo de una mujer de avanzada edad. Una porción de sus grises y ensortijados cabellos había sido afeitada para dejar al descubierto la depresión de una fractura de cráneo.

– Doctora Montgomery, se diría que últimamente sigue usted un horario de banqueros. ¡Deje que lo adivine! Apuesto a que la explicación es que se ha pasado la noche haciendo turismo por la ciudad con su nuevo amiguito francés.

– Muy gracioso -gruñó Laurie luchando contra el enfado y las ganas de pasar de largo-; pero la verdad es que te equivocas en las dos cosas: anoche me quedé en casa, y Roger es tan norteamericano como tú o yo.

– Qué curioso. «Rousseau» me suena bastante francés. ¿No estás de acuerdo, Vinnie?

– Sí, pero mi nombre es italiano, y eso no significa que yo no sea norteamericano.

– ¡Cielos, es cierto! -exclamó Jack con fingido arrepentimiento-. Me temo que me estoy precipitando en mis conclusiones. ¡Lo siento!

Laurie estaba molesta por la conducta de Jack y su enfado, fruto de los celos que tan mal disimulaba; pero como estaba en la sala de autopsias con Vinnie prefirió cambiar de tema y señaló a la mujer del cráneo fracturado.

– Parece que ahí tienes una evidente causa de muerte.

– Puede que la causa esté clara, pero el tipo no -contestó Jack-. Los casos como este se están convirtiendo en mi especialidad.

– ¿Te importaría explicarte? -pidió Laurie.

– ¿De verdad te interesa?

– No te lo pediría de no ser así.

– Bueno. La víctima fue desembarcada a toda prisa de un crucero en plena noche. La compañía naviera declaró que una mujer mayor en estado de ebriedad había sufrido una caída de fatales consecuencias en el baño de su camarote; también informó de que no había conductas sospechosas ni violentas. Sin embargo, a pesar de que la mujer pudo haber estado borracha, yo no me lo trago.

– Dime por qué.

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