– Primero, esa fractura hundida está en la parte superior de la cabeza -contestó Jack dejándose llevar por el calor de la conversación-. A menos que seas contorsionista, es difícil que te hagas una lesión así si te caes en el baño. Segundo y más importante, ¡fíjate en la forma de estos morados bajo los brazos! -Jack señaló un grupo de moretones que Laurie vio claramente al mirar de cerca.
»A continuación, mira las marcas del bronceado de su muñeca y del dedo anular. Esta mujer ha pasado largos ratos al sol con un reloj de pulsera y un gran pedrusco en el dedo. ¿Y a que no lo adivinas? Pues resulta que no se ha encontrado ni relojes ni anillos en su camarote. Tengo que otorgarle el mérito al médico de guardia. A pesar de la hora que era, estaba más que despierto. Ya habían limpiado el baño y el camarote, pero él hizo las preguntas correctas.
– Entonces crees que se trata de un asesinato.
– ¡Desde luego! Y eso a pesar de la opinión contraria de la naviera. Como es natural, me limitaré a informar de lo que he descubierto, pero si alguien me pide opinión, diré que esta mujer fue brutalmente golpeada en la cabeza con algún tipo de martillo, arrastrada por los brazos hasta su camarote mientras seguía con vida, robada y abandonada para que muriera.
– Parece un buen caso para ilustrar que las muertes entre la gente mayor se parecen en algunos casos a las muertes en las que intervienen los malos tratos a menores.
– Es exactamente así. Dado que se espera naturalmente que la gente mayor se muera, hay menos posibilidades de despertar sospechas que si se tratara de personas más jóvenes.
– Es un buen caso del que aprender -comentó Laurie intentando poner buena cara antes de dirigirse a su mesa. A pesar de que la conversación había tenido un tono razonable, no dejaba de ser otra manifestación de lo difícil que iba a ser mantener una charla normal con Jack acerca de su relación por mucho que lo intentara. Sin embargo, esos pensamientos se borraron de su mente tan pronto como vio el cuerpo de Rowena Sobczyk.
– ¿Sospechas que puede haber algo fuera de lo normal en este caso? -le preguntó Marvin.
– No. Creo que va a ser de lo más fácil -contestó Laurie mientras sus expertos ojos empezaban el examen externo.
Su primera impresión fue que la mujer aparentaba ser mucho más joven que sus veintiséis años. Era menuda y de facciones delicadas, casi adolescentes, y tenía un abundante y espeso cabello negro. Su piel estaba libre de imperfecciones y presentaba la palidez mortuoria habitual, salvo en las zonas donde se había acumulado la sangre. Debido a la operación que había sufrido, tenía ambos pies vendados. El vendaje estaba limpio y seco.
Al igual que con McGillin y Morgan, los restos del intento de reanimación seguían en su sitio, incluyendo el tubo endotraqueal y la vía intravenosa. Laurie los estudió atentamente antes de retirarlos. Buscó señales de consumo de drogas pero no encontró ninguna. Retiró los vendajes. Las cicatrices de la operación no presentaban señales de inflamación y solo una mínima supuración.
La parte interna de la autopsia transcurrió igual que la externa: dio negativo en cualquier patología. Concretamente, los pulmones y el corazón eran perfectamente normales. El único hallazgo fueron unas cuantas fisuras en las costillas, resultado de los intentos de reanimación. Como en los demás casos, Laurie se aseguró de tomar las muestras adecuadas para los análisis de Toxicología. Todavía no había perdido la esperanza de que Peter acabara ejerciendo su magia en alguno de aquellos casos.
– ¿Quieres pasar directamente al otro caso? -le preguntó Marvin cuando hubieron acabado de coser a Rowena Sobczyk.
– Desde luego -contestó Laurie, que se dispuso a echar una mano para acelerar la sustitución de cuerpos. Cuando pasó al lado de la mesa de Jack al salir y al volver se aseguró de no vacilar. No quería que sus comentarios volvieran a incomodarla; pero si él la vio, no lo demostró. En esos momentos, la sala funcionaba a pleno rendimiento, con cantidad de gente yendo de un lado para otro, todos con el mismo aspecto enfundados en sus trajes lunares. Gracias al resplandor de las luces del techo, se hacía difícil ver a través de las máscaras de plástico.
Tan pronto como colocaron a Stephen Lewis en la mesa, Laurie comenzó su examen externo. Entretanto, Marvin fue a buscar recipientes y frascos para las muestras y otros materiales. Laurie se esforzó en seguir el orden del protocolo para evitar que algo se le pasara por alto. A pesar de que estaba casi segura de que la víctima sería como las otras en el sentido de que no presentaría patologías relevantes, prefería ser exhaustiva. Su metódico trabajo no tardó en dar sus frutos: bajo las uñas de los dedos medio y anular de la mano derecha había una pequeña cantidad de sangre seca, apenas apreciable, pero claramente presente. Si no los hubiera examinado, ese detalle se le habría escapado. Era algo que no había visto en Sobczyk, Morgan o McGillin, y que tampoco George ni Kevin habían descrito en los informes de las autopsias de los otros dos casos.
Laurie dejó la mano de Lewis sobre la mesa y empezó a buscar posibles arañazos que pudiera tener en el cuerpo y que justificaran la sangre seca. No había ninguno. La vía intravenosa tampoco había sangrado. A continuación retiró los vendajes del hombro derecho. Las incisiones quirúrgicas estaban cerradas y no presentaban indicios de inflamación, aunque se veían rastros de que habían sangrado tras la operación, con pequeños grumos de sangre seca a lo largo de las líneas de sutura. Laurie pensó que cabía la posibilidad de que la sangre que había bajo las uñas procediera de allí, pero le pareció dudoso porque se trataba de la mano del mismo lado.
Cuando Marvin regresó, Laurie le pidió un bastoncillo de algodón esterilizado y dos recipientes de muestras. Quería un análisis de ADN de ambas muestras para estar segura de que correspondían a la víctima. Cuando recogió las muestras vio que también había pequeños restos de tejido. En un rincón de su mente alentó la idea de que, si su teoría del asesino múltiple era cierta y si Lewis había visto sus intenciones, este bien podía haber intentado aferrado y lo arañó al hacerlo. Eran un montón de síes, pero Laurie se enorgullecía de ser meticulosa.
El resto de la exploración transcurrió rápidamente. Ella y Marvin estaban tan compenetrados que funcionaban como una orquesta bien afinada y no necesitaban más que un mínimo de conversación. Cada uno preveía los movimientos del otro igual que bailarines de tango. Una vez más no encontraron patología alguna. Los únicos hallazgos fueron mínimas formaciones de ateroma en la zona abdominal de la aorta; y en el intestino, un pólipo de apariencia benigna. No había nada que pudiera explicar la repentina muerte de aquel hombre.
– ¿Es tu último caso? -le preguntó Marvin cogiendo el soporte de la aguja de manos de Laurie cuando esta acabó de suturar el cuerpo.
– Eso parece. -Laurie miró por la sala para ver si localizaba a Chet, pero no pudo-. Supongo que hemos acabado. De lo contrario, alguien debería haberme dicho algo.
– Estos dos casos de hoy me recuerdan a los que hicimos hará poco más de un mes -comentó Marvin mientras limpiaba el instrumental y recogía las muestras-. ¿Te acuerdas de aquellos en los que tampoco encontramos nada significativo? Me he olvidado de los nombres.
– McGillin y Morgan -contestó Laurie-. Desde luego los recuerdo, y me impresiona que tú también, teniendo en cuenta la cantidad de casos que han pasado por tus manos.
– Los recuerdo por lo mucho que te desconcertó no descubrir nada. Escucha, ¿quieres llevarte las muestras de hoy o prefieres que las envíe con el resto?
– Me llevaré las de Toxicología y las muestras de ADN -repuso Laurie-. Las microscópicas pueden ir con las demás. Gracias por recordármelo. Debo decir que cada vez me gusta más trabajar contigo.