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Una escalera extensible estaba adosada a la parte alta del barco, con las patas en el muelle. Parecía robusta y olvidé el agua oscura de debajo mientras trepaba por ella.

Excepto por un débil sonido que venía del silo y las pajitas que se me metían en los ojos, no advertí ninguna actividad en el muelle. En cubierta era otra cosa. No hacen falta más que unas veinte personas para llenar un carguero, pero éstas están sumamente ocupadas.

Cinco enormes tolvas estaban dirigidas a unas aberturas en la cubierta. Guiadas por tres hombres que tiraban de ellas con cuerdas, derramaban el grano en las bodegas en una serie de cascadas. No veía el final del barco de mil pies. Una nube de polvo de grano subía y me impedía ver la proa.

Me puse en el extremo de una máquina gigantesca que parecía ser una gran cinta transportadora sobre una especie de pivote, como la torreta de un tanque, y me quedé mirando. Más allá había un cartel en el que decía: PROHIBIDO EL PASO SIN CASCO.

Nadie advirtió mi presencia durante unos minutos. Luego, una figura blanquecina con mono azul se acercó a mí. Se quitó el casco y reconocí al piloto, Keith Winstein. Su pelo negro rizado estaba blanqueado por el polvo del cereal hasta una línea que marcaba el casco.

– Hola, señor Winstein. Soy V. I. Warshawski. Nos conocimos el otro día. Estoy buscando al señor Bledsoe.

– Sí, ya la recuerdo. Bledsoe está arriba con el capitán, en el puente. ¿Quiere que la acompañe? ¿O quiere ver todo esto antes?

Sacó un casco viejo de un cuarto de herramientas que estaba tras la torreta del tanque: «descargador automático», me explicó. Estaba unido a una serie de cintas transportadoras que había en las bodegas y podía descargar el barco entero en menos de veinticuatro horas.

Winstein me condujo a lo largo del puerto, lejos de la actividad de las tolvas. Las bodegas estaban medio llenas, dijo; estarían llenas del todo dentro de unas doce horas más o menos.

– Llevamos esta carga hasta la entrada del canal de Welland y la descargamos allí en barcos que cruzan el océano. Somas demasiado grandes para el Welland. Los barcos más grandes son los de setecientos cuarenta pies.

El Lucelia tenía cinco bodegas de carga en la parte de abajo, con unas treinta y cinco escotillas abiertas en ellas. Las tolvas se movían entre las escotillas, distribuyendo la carga de manera regular. Además de los hombres que guiaban las tolvas, otro hombre vigilaba el flujo de grano en cada bodega y dirigía a los de las cuerdas hacia las diferentes aberturas. Winstein se dio una vuelta comprobando cómo iba el trabajo y luego me acompañó al puente.

Bledsoe y el capitán estaban de pie en la parte delantera de la cabina de cristales que dominaba la cubierta. Bemis se apoyaba sobre el timón, una pieza de caoba tan alta como yo. Ninguno de los dos se volvió hasta que Winstein anunció al capitán que traía a una visita.

– Hola, señorita Warshawski -el capitán se acercó tranquilamente-. ¿Viene a ver el aspecto de un carguero en acción?

– Es impresionante… Tengo que hacerle un par de preguntas, señor Bledsoe, si tiene tiempo.

La mano derecha de Bledsoe estaba cubierta de vendas. Le pregunté qué tal estaba. Me aseguró que se estaba curando bien.

– No hay tendones cortados… ¿Qué quiere de mí?

Bemis se llevó a Winstein a un rincón para preguntarle qué tal iban las cosas abajo. Bledsoe y yo nos sentamos en un par de taburetes altos de madera detrás de una mesa de trabajo cubierta con planos de navegación. Saqué las fotocopias de los formularios de mi bolso de lona, sacudiendo unos trocitos de paja que se les habían pegado. Colocando los papeles sobre la mesa, los hojeé hasta encontrar el del 17 de julio, una de las fechas marcadas por Boom Boom.

Bledsoe cogió el montón de papeles y lo agitó.

– Es una relación de los contratos de transporte de la Eudora. ¿Cómo los ha conseguido?

– Me los ha prestado una de las secretarias. El capitán Bemis me ha dicho que era usted la persona de por aquí que más entendía de estas cosas. Yo no los entiendo. Esperaba que pudiera usted explicármelos.

– ¿Por qué no se lo pregunta a Phillips?

– Oh, quería que lo hiciese un experto.

Sus ojos grises eran inteligentes. Sonrió con ironía.

– Bueno, no hay mucho misterio. Se empieza con una carga en el punto A y se traslada al punto B. Nosotros, los transportistas, llevamos cualquier tipo de carga, pero la Eudora se dedica principalmente al cereal, aunque puede que ahora tengan un poco de madera y carbón. Así que estamos hablando de cereal. Bueno. En éste, el encargo se hizo al principio el diecisiete de julio, así que es la fecha de transacción inicial.

Estudió el documento unos minutos.

– Tenemos cien toneladas de semillas de soja en Peoría y queremos trasladarlas a Buffalo. La Hansel Baltic compra la carga allí y allí es donde acaba nuestra responsabilidad. Así que el representante de Phillips empieza a corretear por ahí para encontrar a alguien que lleve el cargamento. Empiezan aquí: GLSL (Great Lakes Shipping Line). Cobran cuatro dólares y treinta y dos centavos la tonelada por llevarlo de Chicago a Buffalo, y necesitan cinco navios. Con una carga tan grande, normalmente se necesitan varios transportistas. Creo que el representante andaba un poco perezoso en este contrato. Phillips tuvo que traerlo desde Peoría por tren el veinticuatro de julio y lo recogieron en Buffalo el treinta uno o antes. En nuestro negocio, los contratos se hacen y se cancelan de manera rutinaria. Por eso parece todo tan confuso, y por eso la diferencia de unos pocos centavos es tan importante. Mire, aquí, más tarde, el diecisiete, ofrecemos llevar la carga por cuatro veintinueve la tonelada. Eso fue antes de que tuviésemos el Lucelia. Ahora podemos rebajar los precios antiguos porque los barcos de mil pies son mucho más baratos de manejar. En cualquier caso, llega Grafalk el dieciocho ofreciendo cuatro treinta dólares por tonelada, pero promete llegar el veintinueve. Hilando muy fino, la verdad. Me pregunto si mantuvo su promesa.

– ¿Así que no hay nada fuera de lo corriente aquí?

Bledsoe se lo pensó bien.

– No que yo sepa. ¿Qué es lo que le hace pensar que lo haya?

El jefe de máquinas llegó en aquel momento.

– Oh, hola. ¿Qué hay?

– Hola, Sheridan. La señorita Warshawski está estudiando los contratos de transporte de la Eudora. Cree que puede haber algo incorrecto en ellos.

– No, no es eso. Sólo necesitaba comprenderlos. Estoy intentando imaginarme lo que mi primo sabía y quería decirle al capitán Bemis. Así que estuve revisando sus papeles ayer en la Eudora y me enteré de que se había mostrado muy interesado en estos documentos justo antes de morir. Me preguntaba si el hecho de que todos estos contratos con la Pole Star acabasen con Grafalk no sería importante.

Bledsoe volvió a mirar los documentos.

– No especialmente. O bien ellos ofrecían una tarifa menor, o prometían una fecha de entrega más próxima.

– La otra pregunta era por qué Boom Boom estaba especialmente interesado en unas fechas determinadas de esta primavera.

– ¿Qué fechas? -preguntó Bledsoe.

– Una era el veintitrés de abril. No recuerdo las otras de memoria. -Tenía la agenda en el bolso, pero no quería enseñársela a ninguno de ellos.

Bledsoe y Sheridan se miraron el uno al otro pensativos. Finalmente, Bledsoe dijo:

– El veintitrés fue la fecha en la que se suponía que debíamos cargar el Lucelia.

– ¿Se refiere al día en el que encontraron agua en las bodegas?

Sheridan asintió.

– Puede que las otras fechas tengan también relación con accidentes en labores de carga. ¿Hay un registro de esas cosas?

La cara de Bledsoe se retorció de tanto pensar. Sacudió la cabeza.

– Eso es mucho pedir. ¡Hay tantas líneas de barcos y tantos puertos! El Suscriptor de los Grandes Lagos habla de ello si ha habido daños en la carga o en el casco. Es lo mejor para empezar. En lo que se refiere a fechas recientes, cualquiera de nosotros podría ayudar.

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