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La secretaria del jefe tiene mucho poder en la oficina y a menudo lo practica con pequeñas tiranías de ese tipo. Murmuré algo para darle ánimos.

– El señor Warshawski pensaba que ese tipo de reglas eran una estupidez. Así que las ignoraba sin más. Lois no podía aguantarle porque él no le hacía ni caso.

Sonrió brevemente, una sonrisa tierna y divertida, no rencorosa. Boom Boom debía de haber animado bastante aquel lugar. Los ganadores de la Copa Stanley no prestan una atención demasiado escrupulosa a las reglas. El estilo mezquino de Lois debía haberle chocado como si fuese un castigo pasado de moda.

– El caso es que una semana antes de morir, el señor Warshawski sacó los contratos de varios meses, creo que todos los del verano, y se los llevó a casa. Si Lois lo descubre, voy a tener problemas, porque él se ha ido y yo era su secretaria y alguien tiene que llevarse las culpas.

– No se preocupe; yo no le voy a decir a nadie que me lo dijo. ¿Qué hizo con ellos?

– Yo no lo sé. Pero sé que se llevó un par de ellos para verlos con el señor Phillips el lunes por la noche.

– ¿Se pelearon?

Se encogió de hombros indefensa.

– No lo sé. Todos nos estábamos marchando ya cuando él entró. Incluso Lois. Aunque no es que lo fuese a decir si lo supiera.

Me rasqué la cabeza. Ése debía ser el origen de los rumores de que Boom Boom había robado unos papeles y se peleó con Phillips. Puede que mi primo pensase que Phillips estuviese atrayéndose a los clientes del viejo señor Cagney en Toledo. O que Phillips no le estuviese diciendo todo lo que tenía que saber. Me preguntaba si sería capaz de comprender un contrato de transporte si lo tuviese delante.

– ¿Hay alguna posibilidad de que vea las carpetas que mi primo se llevó con él a casa?

Quiso saber por qué. Miré su rostro amable, de mediana edad. Había tenido afecto a Boom Boom, su joven jefe.

– No estoy satisfecha con lo que me han contado sobre la muerte de mi primo. Era un atleta, ¿sabe usted?, a pesar de su tobillo enfermo. Haría falta algo más que un embarcadero resbaladizo para mandarle de cabeza al lago. Si se hubiese peleado con Phillips a causa de algo importante, pudo haberse puesto lo bastante furioso como para descuidarse. Tenía bastante genio, pero no podía pelearse con Phillips con los puños o los palos de hockey, como podía hacer con los Islanders.

Frunció los labios, pensando.

– No creo que estuviera furioso la mañana que murió. Vino aquí antes de ir al silo, ¿sabe?, y yo diría que estaba… excitado. Me recordaba a mi niño cuando acaba de hacer una proeza en su bicicleta vieja.

– La otra cuestión que me planteo es si no le empujaría alguien.

Tragó saliva una o dos veces al oír esto. ¿Por qué iba nadie a empujar a una persona tan agradable como el joven Warshawski? Yo no lo sabía, le dije, pero era posible que aquellas carpetas pudiesen darme algún tipo de pista. Le expliqué que era investigadora privada de profesión. Aquello pareció satisfacerla: me prometió conseguírmelas mientras Lois estaba comiendo.

Le pregunté si había alguien más en la oficina con quien Boom Boom pudiera haberse peleado. O, si no era así, alguien a quien estuviese muy cercano.

– La gente con la que más trabajaba era con los representantes. Ellos hacen todo el trabajo de compra y venta. Y naturalmente, con el señor Quinchley, que maneja la Cámara de Comercio en su ordenador.

Me dio los nombres de las personas con mayores probabilidades y volvió a su escritorio. Yo salí afuera a ver si podía encontrar a Brimford o a Ashton, dos de los representantes con los que Boom Boom solía trabajar. Ambos estaban al teléfono, así que deambulé un poco, recibiendo miradas disimuladas. Había una media docena de mecanógrafas ocupándose de la correspondencia, las facturas, los contratos, los albaranes y sabe Dios qué más. A lo largo de las ventanas había unos cuantos cubículos similares al de Boom Boom. Uno de ellos albergaba a un hombre sentado ante una terminal de ordenador: Quinchley, muy ocupado con la Cámara de Comercio.

La oficina de Phillips estaba en la esquina más alejada. Su secretaria, una mujer más o menos de mi edad, con un gran cardado que no había visto desde que estaba en séptimo grado, interrogaba a Janet. ¿Qué quiere saber la prima ésa de Warshawski? Sonreí para mis adentros.

Ashton colgó el teléfono. Le detuve cuando se disponía a marcar de nuevo y le pregunté si le importaría hablar conmigo unos minutos. Era un hombre pesado de cuarenta y tantos años; me siguió de buena gana hasta el cubículo de Boom Boom. Le expliqué de nuevo quién era yo y que estaba intentando averiguar algo más acerca del trabajo de Boom Boom y de si estaba en líos con alguien en la organización.

Ashton era amistoso, pero no quería comprometerse. Al menos, no con una mujer desconocida. Coincidió con Janet al describir el trabajo de mi primo. Le gustaba Boom Boom; había animado bastante el lugar, y además era un buen tipo. No se aprovechaba de sus relaciones con Argus. Pero acerca de si se había peleado con alguien… no lo creía así, aunque tendría que preguntárselo a Phillips. ¿Que qué tal se llevaban Boom Boom y Phillips? De nuevo tendría que preguntárselo a Phillips, y de ahí no le sacaba.

Cuando terminamos, el otro tipo, Brimford, ya se había ido. Me encogí de hombros. No creí que hablar con él me fuese a servir de nada. Al examinar los ordenados cajones de Boom Boom, percibí rápidamente que podía tener una docena de documentos peligrosos relacionados con la industria de la navegación y yo no me habría dado cuenta. Tenía listas de granjeros que proveían a la Compañía Eudora, listas de los transportistas de los Grandes Lagos, listas de transportistas por ferrocarril y sus intermediarios, albaranes de embarque, informes de cargamentos, informes meteorológicos, copias antiguas de Noticias del Cereal… Eché una mirada en tres cajones con carpetas perfectamente etiquetadas. Estaban todas organizadas por temas pero ninguno significaba nada para mí, excepto que Boom Boom se había metido de cabeza en un negocio muy complicado.

Cerré los cajones y revolví la parte superior del escritorio, donde encontré cuadernos llenos de la pulcra escritura de Boom Boom. Al verla, sentí de repente deseos de llorar. Notitas que se había escrito a sí mismo para recordarse lo que había aprendido o lo que tenía que hacer. Boom Boom lo planeaba todo con mucho cuidado. Puede que aquello le diera la energía necesaria para ser tan salvaje sobre el hielo: sabía que tenía la mejor parte de su vida detrás de él.

La agenda de su escritorio estaba llena de citas. Copié los nombres que había escrito. Vi el nombre de Paige el sábado y otra vez el lunes por la noche. Para el martes 27 de abril había escrito el nombre de John Bemis y el de Argus con una interrogación. ¿Querría hablar con Bemis en el Lucelia y después -dependiendo de lo que se dijera- llamar a Argus? Aquello era interesante.

Hojeando las páginas, me di cuenta de que se había dedicado a rodear con un círculo ciertas fechas. Me enderecé en la silla y me puse a mirar la agenda página por página. Nada en enero, febrero ni marzo, pero en abril tres fechas señaladas: el veintitrés, el dieciséis y el quince. Volví a la primera página, donde se veía un calendario de 1981 y otro de 1983, además del de 1982, en un solo vistazo. Había marcado veintitrés días en 1981 y tres en 1982. En 1981 había empezado con el 28 de marzo y acabado con el 13 de noviembre. Me metí la agenda en el bolso y miré a mi alrededor por toda la oficina.

Ya había mirado más o menos todo lo que había allí -menos cada hoja de papel una por una- cuando Janet reapareció.

– Ha venido el señor Phillips y quiere verla. -Hizo una pausa-. Le dejaré aquí las carpetas antes de que se vaya… No le dirá nada a él, ¿verdad?

La tranquilicé y me fui hasta el despacho del rincón. Era un despacho de verdad: el corazón del castillo, guardado por un celador de hielo. Lois alzó brevemente la cabeza de su máquina. La eficiencia personificada.

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