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Nos condujo al jardín trasero a través de la casa.

– ¿Paseamos un poco? El mayordomo está preparado el té.

El camino del jardín nos llevaba monte arriba. Tyberg preguntó a Judith por su estado de salud, por sus proyectos y por su trabajo en la RCW. Tenía una manera tranquila y agradable de hacer las preguntas y de mostrar a Judith su interés con pequeñas observaciones. A pesar de ello me desconcertó la frecuencia con que Judith, por supuesto que sin mencionar mi nombre o mi papel en ello, habló de su baja en la RCW. Y asimismo me desconcertó la reacción de Tyberg. No se mostró escéptico en lo tocante a las explicaciones de Judith, ni indignado con ninguno de los citados, desde Mischkey a Korten, y tampoco manifestó pesar o condolencia. Sin más, se estaba poniendo al corriente con atención de lo que le contaba Judith.

El mayordomo trajo pastas con el té. Estábamos sentados en una gran sala con piano que Tyberg llamaba el cuarto de música. La conversación había llegado a la situación económica. Judith hizo malabarismos con capital y trabajo, input y output, balanza de comercio exterior y producto social bruto. Tyberg y yo coincidimos en la tesis de la balcanización de la República Federal de Alemania. Me dio la razón con tal velocidad que al principio temí haber sido mal interpretado en el sentido de que hay demasiados turcos. Pero también él estaba pensando en que los trenes cada vez circulan menos y son más impuntuales, que correos trabaja cada vez menos y merece menos confianza y que la policía cada vez es más impertinente.

– Sí -dijo pensativo-, además hay tantos reglamentos que los mismos funcionarios no los toman en serio, y los aplican según su gusto y su capricho a veces con rigor, a veces con negligencia, y a veces no los aplican en absoluto. Es sólo una cuestión de tiempo que el cohecho rija el gusto y el capricho. A menudo pienso en el tipo de sociedad industrial que saldrá de ahí. ¿La burocracia feudal posdemocrática?

Me gustan esas conversaciones. Lástima que a Philipp, por más que a veces lea un libro, en último extremo sólo le interesan las mujeres, y que el horizonte de Eberhard no vaya más allá de las sesenta y cuatro casillas. Willy pensaba en amplias perspectivas evolucionistas y había acariciado la idea de que en el próximo Eón los pájaros se harían cargo del mundo, o lo que los seres humanos dejen de él.

Tyberg me examinó largamente.

– Naturalmente. Como tío de la señora Buchendorff no tiene por qué apellidarse también Buchendorff. Usted es el fiscal jubilado doctor Selb.

– Jubilado no, excluido en 1945.

– Excluido a la fuerza, supongo -dijo Tyberg.

Yo no quería dar explicaciones. Judith lo advirtió e intervino.

– Excluido a la fuerza tampoco significa mucho. La mayoría volvieron. Éste no es el caso del tío Gerd, no porque no hubiera podido, sino porque no quiso.

Tyberg siguió mirándome inquisitivamente. No me sentía bien en mi piel. ¿Qué se dice cuando uno está sentado frente a alguien a quien se estuvo a punto de ejecutar en base a una instrucción defectuosa? Tyberg quería saber más.

– Así que usted ya no quiso ser fiscal después de 1945. Eso me interesa. ¿Cuáles fueron sus motivos?

– Una vez que intenté explicar eso a Judith, fue de la opinión de que mis motivos habían sido de naturaleza más estética que moral. A mí me repugnó la actitud que mostraron mis colegas cuando fueron readmitidos y después, la ausencia de toda conciencia de la propia culpa. Bien, yo hubiera podido hacer que se me readmitiera con otra actitud y con la conciencia de la culpa. Pero de esa forma me hubiera sentido como un outsider y entonces preferí quedarme fuera a todos los efectos.

– Cuanto más tiempo le tengo delante, más claro le veo de nuevo ante mí como joven fiscal. Por supuesto que ha cambiado. Pero sus ojos azules todavía brillan, sólo que miran con más picardía, y donde ahora tiene un cráter en la barbilla antes tenía un hoyuelo. ¿Qué pensaba usted en el fondo entonces, cuando nos zurró la badana a Dohmke y a mí? Precisamente hace poco me he ocupado en mis memorias con el proceso.

– También yo he desenterrado el proceso no hace mucho. Por ello me alegro de poder hablar con usted. Fui a San Francisco para encontrarme con la compañera del profesor Weinstein, testigo de cargo entonces, y he sabido que su declaración fue falsa. Alguien de la empresa y alguien de las SS le presionaron. ¿Tiene alguna conjetura, o sabe usted incluso quién en la RCW pudo tener entonces interés en que desaparecieran Dohmke y usted? Sabe usted, haber sido utilizado de esa forma como instrumento de intereses desconocidos es algo que me preocupa.

A un timbrazo de Tyberg vino el mayordomo, que despejó la mesa y sirvió jerez. Tyberg había arrugado la frente y miraba al vacío.

– Sobre eso empecé a reflexionar cuando estaba en prisión preventiva y hasta ahora no he dado con la respuesta. Una vez y otra pensé en Weismüller. Ésa fue también la razón de que no quisiera volver a la RCW justo después de la guerra. Pero no he encontrado nada que corrobore esa idea. También me ocupó mucho tiempo la cuestión de cómo pudo hacer Weinstein su declaración. Que estuviera fisgando en mi escritorio, encontrara los manuscritos en el cajón, los interpretara erróneamente y me denunciara, ya me dejó bastante perplejo. Pero su declaración sobre una conversación entre Dohmke y yo que jamás tuvo lugar me afectó profundamente. Todo por algunas ventajas en su reclusión, me preguntaba. Ahora me entero de que le obligaron. Tuvo que haber sido terrible para él. ¿Supo su compañera, y se lo ha dicho, que después de la guerra él intentó contactar conmigo y que yo me negué? Yo estaba demasiado herido, y él era demasiado orgulloso para hablarme en la carta de la presión a que estuvo sometido.

– ¿Qué pasó con sus investigaciones en la RCW, señor Tyberg?

– Las continuó Korten. Después de todo fueron el resultado de una colaboración estrecha entre Korten, Dohmke y yo. También los tres tomamos juntos la decisión de seguir inicialmente sólo una línea de investigación y dejar de lado la otra. Porque nosotros éramos los padres de la criatura, que mimábamos y cuidábamos, y no dejábamos que nadie se acercara. Ni siquiera Weinstein estaba al corriente, aunque en nuestro equipo ocupaba una posición importante, científicamente estaba con nosotros casi de igual a igual. Pero usted quiere saber lo qué pasó con las investigaciones. Desde la crisis del petróleo me pregunto a veces si no volverán a estar pronto de inmediata actualidad. Síntesis de combustibles. Nosotros recorrimos caminos diferentes de los de Bergius, Tropsch y Fischer porque desde el principio atribuimos una importancia decisiva al factor costes. Korten apostó muy fuerte en el desarrollo posterior del método que habíamos concebido y lo maduró hasta la producción. Esos trabajos se convirtieron con todo derecho en el fundamento de su rápido ascenso en la RCW, aun cuando el método perdió importancia al final de la guerra. A pesar de ello, creo que todavía Korten lo registró como el método Dohmke-Korten-Tyberg.

– No sé si puede hacerse una idea de lo que me pesa que Dohmke fuera ejecutado; por lo mismo, me alegra que usted consiguiera fugarse. Es sólo curiosidad, naturalmente, pero ¿le importaría algo decirme cómo lo logró?

– Es una larga historia. Sí, se la quiero contar, pero… ¿Se quedarán ustedes a cenar? ¿Qué tal después? Avisaré al mayordomo para que prepare la cena y encienda la chimenea. Y hasta entonces… ¿Toca usted algún instrumento, señor Selb?

– La flauta, pero en todo el verano y el otoño no he encontrado el momento.

Se levantó, cogió del armario Biedermeier una caja de flautas y me la dio para que la abriera.

– ¿Cree que podrá tocar con ésta?

Era una Buffet. La monté y probé algunas escalas. Tenía un espléndido sonido, suave pero claro, alegre en los tonos altos, a pesar de mi mal comienzo tras la larga pausa.

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